El ñandú, las avispas, y la legión extranjera

Me acuerdo que de pibe me iba siempre a acampar a la Sierra de la Ánimas, cada semana de turismo iba, hasta que un día, a eso de los 16 años, llego y resulta que habían mejorado el alambrado de la ruta por donde yo entraba siempre, ahí frente al parador Los Cardos, y hasta portera resulta que había ahora, con un guardia parado allí; yo como siempre, me hice el boludo y pasé por abajo del alambre cuando ¡zaz! me intercepta el guardia:

-Pueden pasar gurise pero tienen que irse al caer el sol...

-Lo qué -le digo a toque

-Que no se pueden quedar a dormir, ahora es privado, lo compró una empresa francesa...

-Lo qué -lo digo de nuevo

-... para embotellar el agua; pero pansen, pasen, y salgan al atardecer.

Allá camino y camino, subo sierra, bajo sierra, subo a otra, por ahí me encuentro un curso de agua lo sigo pa la derecha encuentro uno de los Pozos Azules y allí me instalo, ni mierda que me iba a ir, que me vengan a buscar los de legion extranjera a ver si me encuentran y cuidado con las trapas pa animales que puse por el camino, ya les digo también.

Pero lo anecdotico, en definitva, fue que cuando encontré un nido de nandú y me fui a llevar un huevo apareció la madre y me sacó matando, con el vicharraco ese persiguiéndome me trepo a un árbol, con tanta mala suerte que había tremendo avispero allí, se calentaron las avispas porque les sacudí la rama y nos sacaron carpiendo a los dos, yo revoleando los brazos y el pajaraco batiendo las alas salimos juntos directo pal agua; ahí medio que nos hicimo amigos con el ñandú, será por aquello del enemigo de mi enemigo.

En fin, con la calentura que tenía me unté de barro, caze unas piedras y les hice mierda el avispero.

Hasta hoy tengo en la oreja un bulto, me picaron todito el cuerpo pero el de la oreja nunca se me fue, quedo como un pidrita dura en el cartílago; me acordé ahora porque me duele cada vez que llueve.