El año en que vivimos en peligro

Tomo prestado el título de aquélla legendaria película australiana de la década del ´80 porque, de manera más o menos similar, en la Argentina solemos llegar a fin de año con la sensación de haber sobrevivido a un terremoto; esta vez maximizado por la pandemia.

Como muchos saben, adhiero con fervor en pos de la anti-grieta. En todos los ámbitos. No creo que la polarización sea buena consejera. Infelizmente, siento que este año tuvo en términos generales una profundización de los extremos, con bandos que tratan de llevar agua para su molino del “todo bien” o el del “todo mal”.

La película a la que hago mención tiene, además de su formidable título, un par de similitudes con este contexto. El protagonista es Guy Hamilton (magistralmente interpretado por un joven Mel Gibson), quien tiene la oportunidad de su vida como periodista al ser enviado para cubrir la insurrección comunista en Indonesia. Allí se se enamora de Jill (Signourey Weavver) y se debate –como suele suceder en los momentos cruciales del ser humano- entre el compromiso y la rebeldía. Como bonus, la película cuanta con la extraordinaria música de Vangelis (Carrozas de Fuego) y con una fotografía memorable.

En definitiva, lo que pone de relieve este gran film del director Peter Weir es, además de lo que mencionaba sobre el compromiso y la rebeldía, la manera en que las personas comunes manifiestan sus sentimientos y expresan su personalidad en situaciones extraordinarias.

La película "El año que vivimos en peligro" pone de relieve la manera en que las personas comunes manifiestan sus sentimientos y expresan su personalidad en situaciones extraordinarias

Si hubo un debate y una pregunta recurrente durante los últimos meses fue: “¿La pandemia nos hará mejores personas?”. Y también eso fue otra excusa para posicionarse política y culturalmente de uno u otro lado de la grieta, tal como viene sucediendo en nuestra sociedad fragmentada.

Claro está que no puedo responder a esa pregunta. Y no por temor a quedar expuesto si no porque me parece que hay respuestas que se deben dar “accionando”. Filosóficamente, mi respuesta sería la misma que comenté alguna vez sobre cuál es uno de los mayores legados de mis padres: la certeza de que no son las adversidades las que nos definen, si no cómo nos paramos frente a ellas.

Mi manera de transitar este año extraño y por momentos poco amigable fue, no por casualidad, la misma que consensuamos también en la empresa: la de redoblar el esfuerzo. Adaptarnos, como siempre primero a nivel tecnológico, y llevar virtualidad donde antes había encuentros físicos, para lograr así que la distancia que se impuso fuese física, pero no afectiva.

Nuestra manera de transitar este año extraño fue redoblar el esfuerzo y adaptarnos, sobre todo a nivel tecnológico, para que la distancia que se impuso fuese física, pero nunca afectiva

Por otro lado, siento que hemos sido fieles a nuestros principios, en especial con lo que tiene que ver con la capacitación permanente. Sólo cambiaron las formas: incorporamos el Zoom a nuestro vocabulario, pero nunca dejamos de aprender.

Tuvimos también los reflejos necesarios para darnos cuenta que mucho de lo que era nuestro día a día debía ser re-enfocado, y que tuviera el prisma de lo que se imponía poner como eje dadas las circunstancias. Y a falta de clientes durante varios meses, nos concentramos por completo en el equipo.

Por eso, en este momento tan particular de un año tan especial, en el que se cierran balances personales y de conjunto, vale la pena mirar retrospectivamente con sensatez para reconocer lo bueno. Como se ha dicho criteriosamente, seamos contemplativos con nosotros mismos. Es la única forma de poder setear con nobleza y sin sobre- expectativas los próximos objetivos.

Cierro el año no con una frase, ya que a quien querría citar es al célebre ilustrador y diseñador Christoph Niemann, quien se expresa con arte, así que te dejo a continuación una ilustración legendaria que hizo para la tapa de The New Yorker, y te deseo, para el 2021, mucha creatividad…