El arte de la autoarquitectura

El arte de la autoarquitectura

Una vez escuché de un streaming en vivo donde un influencer decía que la vida es un videojuego y tu personaje determina el resultado.

Bajo esta lógica, nuestro personal es maleable. Esa es la primera cuestión a comprender.

Podemos cambiar. No importa lo doloroso que sea. No importa lo que nuestra mente nos diga.

No importa cuánto queramos aferrarnos a las comodidades de la vida actual que están causando más destrucción de la que creemos.

Nuestro personaje es el concepto de nosotros mismos: quiénes creemos que somos.

Una amalgama de ideas, creencias, experiencias e información que hemos procesado y que componen el sistema operativo desde el cual interactuamos con la realidad.

Para la mayoría, su personaje fue creado para ellos.

En nuestra infancia, cada uno de nosotros somos producto de nuestro entorno.

El impulso humano fundamental de aprender nos permite absorber toda la información que contribuirá a nuestra supervivencia.

Con esta información, nos encontramos en una trayectoria predeterminada pero mediocre.

Como un tren que se precipita por las vías, si no aprendemos a conducir nuestra propia aventura podemos terminar dirigiéndonos hacia un callejón sin salida.

El destino de la humanidad no está garantizado.

Si no tomamos decisiones inteligentes y conscientes, podemos erradicarnos de la faz de la Tierra.

Este es el peor de los casos, pero es una posibilidad cada vez mayor.

Nuestro personaje determina nuestras acciones. Nuestras acciones contribuyen a la sociedad y la cultura. La sociedad y la cultura influyen en la programación de otros personajes.

Las ideas, creencias e información que componen la forma de nuestro personaje se difundirán a través de nuestras elecciones para formar otros personajes.

El personaje colectivo determinará nuestro propio destino.

Todo comienza con la capacidad de un individuo para despertar de su trayectoria mediocre, cambiar quién es y dejar que sus acciones impacten al mundo.


La paradoja del desarrollo personal

La vida es un juego que alberga infinitos juegos.

Hay dos macrojuegos que son los más fructíferos:

1) El juego externo

El juego externo es lo que elegimos hacer con nuestra vida.

Son las metas autogeneradas que perseguimos las que impactan a la humanidad.

Es el trabajo de nuestra vida. Aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo, concentración y dinero a construir como modalidad de creación de valor.

2) El juego interno

Si nuestros objetivos externos no están respaldados por un sentido filosófico de dominio, seguirán siendo superficiales y sin sentido.

Por cada objetivo que persigamos hacia afuera, hay una lección que debemos desbloquear hacia adentro. Ésa es la paradoja del desarrollo personal.

Cuanto más alto lleguemos al mundo, más profundamente nos sumergiremos en nosotros mismos. Si no nos perdemos.

A medida que nos desarrollamos, aumentamos nuestro nivel mental.

En cada nivel, obtenemos una vista de arriba hacia abajo de las experiencias pasadas.

Empezamos a darnos cuenta de la estructura del sistema, o juego, que estábamos jugando (o permitiendo que jugáramos).

Una temporada de lucha interna es el requisito para alcanzar el siguiente nivel mental.

Cuando adquirimos la habilidad o el conocimiento necesario, alcanzamos el siguiente nivel mental que resuelve el problema al que nos enfrentamos.

Por ejemplo, yo fracasé en varios negocios diferentes.

Intenté muchas cosas.

Aprendí todas las habilidades que pude.

Probé el trabajo independiente, el dependiente, de todo.

No pasa nada, luego pasa todo.

Y todavía estoy en proceso de construcción (de ir superando nivel a nivel).

Es por eso que no importa cuánto “juego” gratuito haya, igual tendremos que luchar durante años.

Tenemos que luchar con la realidad para aprender la lección que tenga perfecto sentido para nosotros.

No sucederá en un instante. Debemos comprometernos con el camino de la incertidumbre de por vida.

Y así es como el juego se pone más interesante.

“Si crees que la aventura es peligrosa, prueba la rutina; es letal” Paulo Coelho

Gracias por leer.

Saludos.

Gaston.

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