"El ascensor" - una distopía-

"El ascensor" - una distopía-

Subía lento y pesado como una tragedia empantanada o una traviata afónica, agonizante, como si no tuviera fe en el propio enjambre de flautas, trompetas, címbalos, trombones y fagots que lo sustentaban a través del hilo musical en que se convertía el propio cable desplazando armónicos al tratar de contener su peso en el aire. Sin fe en sus propios hierros centenarios ni en el espacio y el denso aire que iba atravesando, cruzando la reducida atmósfera cargada de óxido y añoranza, mientras la jaula de costillas y de boca mellada se abría camino y progresaba, seguía el peso muerto, vuelo de piedra sin espasmos, pirueta sin gloria.

En nuestro conciliábulo, discutíamos acaloradamente en medio de la soledad cuadrada del angosto tabuco y abajo se precipitaban e iban quedando hojaldradas nuestras palabras de aire frío, más pesadas que nuestros propios cuerpos calientes y macizos como avecillas abrileñas abandonadas en su nido, cuerpecillos dislocados, débiles de músculo sin macerar, de piel clara y transparente y desnuda sin resortes, sin plumas y sin alas.

¿𝐍𝐨 𝐩𝐨𝐝í𝐚 𝐡𝐚𝐛𝐞𝐫𝐬𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐯𝐞𝐳 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐜𝐚𝐣𝐚, 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐚𝐧𝐭𝐢𝐠𝐮𝐚𝐥𝐥𝐚 𝐲 𝐭𝐞𝐫𝐦𝐢𝐧𝐚𝐫 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐬𝐜𝐞𝐧𝐚?

Ya sabes lo que dicen, lo que sucede por un pequeño y sutil ademán que llamamos ingenuamente azar. Que el mundo entero podía haber sido o convertirse en otra cosa, otro telar, otro poema, otro sueño. Aunque esto de las ucronías solo sirve en la literatura, en el teatro, en la filmografía, en la levedad del domingo por la tarde. Nunca en la vida real y objetiva –la objetividad, ese realismo sucio pero cierto ...

¿Es por eso que repito la historia aquí y ahora escribiendo? ¿o escribe alguien por y para mí? ¿Quién toma ahora mi lugar?– esta última pregunta me aterra.

Te quedaste callada un momento y aproveché para provocar alguna pequeña conmoción o un caos en los pulsadores y obligar a que se detuviera de una vez para abandonarlo cuanto antes, pero ninguno respondía. Uno tras otro a veces y luego todos a la vez. Pero no hubo forma, no paraba. Seguía, seguía y a cada planta, en lugar de detenerse, se desahogaba y precipitaba en su interior lluvia, viento, nieve, tormenta, granizada. Ola de calor, huracán tornado, frente de lava.

Tú perdías por momentos la compostura y te reías rústica también como una niña al ver como volaba mi sombrero, destrozado por todos estos ajustes de cuenta:

- "La naturaleza, es muy sabia” -te decía

- “Sí, ¿pero aquí dentro también? Pensé que aquí estaríamos a salvo … ¿es justo? ¿qué no he hecho? ¿a quién le debo? ¿sin un aviso antes, un apercibimiento? ¿una y no más?"

¿𝐍𝐨 𝐩𝐨𝐝í𝐚 𝐡𝐚𝐛𝐞𝐫𝐬𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐯𝐞𝐳, 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐛𝐨𝐜𝐚 𝐦𝐞𝐥𝐥𝐚𝐝𝐚, 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐜𝐨𝐬𝐭𝐢𝐥𝐥𝐚𝐫 𝐨𝐱𝐢𝐝𝐚𝐝𝐨?

Solo eran seis plantas, pero no paraba de subir lento y derrengado, de bajar, de subir, de volver a bajar, de volver a subir. Era como el péndulo de un reloj o como como un Sísifo encaramado y empujando a la vez su propia piedra. ¿Cómo se entiende?. Y ¿Quién es piedra, quien es hombre?.

-“Cuando lleguemos de nuevo al primer piso, podemos darnos prisa y socorrer y recoger de nuevo nuestras palabras, esas indefensas avecillas” – te propuse. Y tras subir de nuevo, comenzaremos de cero, comenzaremos de cero, nadie se dará cuenta, yo te ayudaré.”

Entonces paraste en seco de reír. Ya sin mi sombrero y con mi bufanda que se deslizaba como una serpiente libidinosa y ebria que huía por mi pierna, me miraste como a un loco que a su vez enloquece. A los dos nos faltaba el aire, a mí el oxígeno y a ti el monóxido; tu ansiedad y mi asfixia, tu realismo frente a mi lirismo.

¿𝗣𝗼𝗿 𝗾𝘂é 𝗻𝗼 𝘀𝗲 𝗽𝗮𝗿ó 𝗱𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝘃𝗲𝘇 𝗲𝘀𝗮 𝗺𝗮𝗹𝗱𝗶𝘁𝗮 𝗰𝗮𝗷𝗮 𝗹𝗼𝗰𝗮 𝘆 𝗱𝗲𝘀𝗰𝗮𝗿𝗿𝗶𝗮𝗱𝗮?

El suelo de pequeños escaques como dispuestos para nuestra partida mineral y milenaria comenzó entonces a disolverse bajo nuestros pies, pero no perdimos la sustentación ni el equilibrio. Se iban deshaciendo en hilos de colores sucesivos, nunca mezclados. Primero el verde, después el azul, luego el amarillo, y al final el rojo. Hasta terminar con el negro. A ti te temblaba el cuerpo por miedo a caer, a mí, por no saber volar. Yo pensaba hacia arriba, tú hacia abajo. Pero lo importante era no mirar demasiado tiempo al suelo y seguir con lo tuyo y con lo mío y que a veces, sólo a veces, era lo nuestro.

¿𝐏𝐨𝐫 𝐪𝐮é 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐩𝐚𝐫ó 𝐩𝐨𝐫 𝐮𝐧𝐚 𝐯𝐞𝐳 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐜𝐚𝐣𝐚 𝐝𝐞 𝐦ú𝐬𝐢𝐜𝐚 𝐝𝐞𝐬𝐚𝐟𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚 𝐨 𝐬𝐢𝐧 𝐦𝐞𝐥𝐨𝐝í𝐚 para poder bajar?

Hacía frío, vino una corriente de aire que acabó por quebrantar la quietud del momento y desgajó el techo. Esa columna de éter, vertebraba y sustentaba en un equilibrio perfecto nuestros cuerpos suspendidos entre las tres costillas y la boca mellada. Se huye o se escapa, se hace frente según se mire, según el punto de referencia, siempre en alguna dirección, pero nunca hacia arriba ni hacia abajo, es siempre en alguna dirección, pero no incluye ni esconder la cabeza ni volar. Pero la boca sigue cerrada y el costillar está oxidado aunque parece compacto y sólido. Podríamos probar, dar una patada, empujar, hacer como quien abre unas cortinas. A veces todo es más fácil de lo que parece, todo consiste en probar, en dar con la tuerca floja.

Pero seguía sin pararse. Y tanto movimiento, nos tenía aturdidos, confusos, tanto en el tiempo como en el espacio, porque el paisaje se repite una y otra vez, falta una referencia, un apoyo, una novedad incipiente o una pequeña realidad olvidada u obviada, una pequeña referencia: por ejemplo, un génesis pequeñito, una versión reducida pero coherente. Pero el viaje pendular dura poco, no da tiempo a olvidar y la memoria es una tortura intonsa y una tortuga arrepentida de su concha, un fuego fatuo.

¿𝐏𝐨𝐫 𝐪𝐮é 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐯𝐞𝐳, 𝐩𝐨𝐫 𝐪𝐮é 𝐧𝐨 𝐬𝐢𝐠𝐮𝐞 𝐬𝐮 𝐦𝐨𝐯𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐲 𝐧𝐨𝐬𝐨𝐭𝐫𝐨𝐬 𝐧𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞𝐝𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐞𝐧 nuestro 𝐬𝐢𝐭𝐢𝐨?

Podríamos aprovechar un despiste del destino intendente y lanzarnos de un salto en cualquier dirección. Pero seguimos el viaje y la trayectoria del sarcófago. Nos tiene presos en una especie de gravedad interior superior a la de la propia tierra o que se superpone a esta, como en otra atmósfera. Tenemos que aceptarla, pero también podemos desafiarla después.

Entonces, presa tú de tu cansancio y yo de la desesperación, te apoyas en una de las paredes-costilla, mientras yo, harto y rijoso, doy a su vez una fuerte patada a la puerta que está en frente, a la boca mellada. Fue sin pensar, ninguno lo pensamos, fue nuestro instinto telúrico, cada uno presa del suyo.

La pared cedió tras tu espalda nada más tocarla con el hombro, la puerta, del otro lado, cedió a mi envite. Eché a correr sin mirar atrás, todo lo que pude para que no me arrastrase el reflujo del ascensor y tú te dejaste succionar del lado contrario mientras yo me alejaba por el de enfrente. La jaula no era tan sólida como pensábamos, era más bien una especie de trampantojo o una ilusión bien armada. Ya sabes, restos de miedos, duelos mal curados, un naufragio, unos libros que ardieron teatralmente sin propiciar ninguna llama ni regurgitar ceniza.

Pienso que me sigues y aunque no paro de correr sin mirar atrás, alargo mi mano por detrás de mi espalda para que me la sujetes y te aferres a ella con todas tus fuerzas. Sigo corriendo sin parar para que la jaula no nos arrastre a ninguno en su caída, pero mi mano sigue abierta y vacía. Pasa el tiempo y sigue vacía.

Decido parar. No estoy seguro de si ha pasado el peligro, pero dejo de correr. Han sido sólo unos segundos, pero que en el frenesí de la diáspora, del éxodo sin destino, se han hecho eternos. Paro para ir a buscarte. ¿Qué ha pasado?. Siento un terror enorme en el cuerpo con forma de espada, no quiero mirar hacia atrás pero tengo que hacerlo si quiero rescatarte. Decidas lo que decidas, no puedo dejarte caer.

Vuelvo la cabeza y ya no estás. Lo que veo es una silla vacía y de nuevo siento que me elevo sobre el suelo que parecía firme, a pesar de que lo que contemplo a lo lejos es el tabuco derrilecto y majestuoso, y tú invicta ya en el suelo sentada en él en una silla, junto a una segunda vacía –la mía- con la mirada entornada y una lágrima apátrida que no se abre camino y acaba retrocediendo a tu ojo.

De pronto recuerdo lo que nos llevó a él, al maldito ascensor, por qué entramos en ese maldito ascensor cuando, en realidad, siempre nos gustó subir por las escaleras:

- “Somos jóvenes, ya tendremos tiempo de usar esta vieja antigualla” –te decía

- Yo no lo fui nunca, lo lo he sido ni lo seré -me decías

En la sala de espera, el oficial del cuerpo de bomberos comenta los detalles con el director del hospital para cumplimentar el parte de accidente.

“Todo fue muy rápido, casi no dio tiempo a preparar la logística necesaria en estos casos. Cuando llegué estaban sólos los dos en el pretil del puente mientras el equipo aguardaba a una distancia prudencial; ella le hablaba de su depresión, de que ya no le bastaba con los diagnósticos de los facultativos y los paños calientes de amigos y familiares. Tantas recetas rancias y trasnochadas, el cúmulo de mantras recilados, de oraciones rehusadas. Que solo quería comprensión, compasión, sentir el amor puro y limpio sin exigencias, que entendieran sencillamente que estaba sufriendo aunque no pudieran ponerse en su lugar ni entenderla sin más explicaciones y sin tener que dar un porqué. Un poco de fe, tan sólo un poco de fe –le confutaba su compañero - como la que se tiene en la música o en una pintura, o en que amanecerá de nuevo y habrá otra nueva oportunidad desando que la agarres … "

Entonces por una torpeza, por el aturdimiento, cuando iba a precipitarse al vacío por la debilidad y el cansancio y en su maniobra para retenerla y recuperarla, resbaló, desplazó sin quererlo su centro de gravedad y fue él quien se precipitó al otro lado de la barandilla… el chaval no pudo hacer otra cosa, se trataba de él o de ella, ya no había tiempo para los dos …

Escucho a alguien gritar, tras unos pasos que se acercan a gran velocidad, con voz grave y desesperada mientras vuelvo a verme en el ascensor, ya parado, pero yo también inmovilizado como un coche mal aparcado a disposición de que lo retire una grúa. Me llega también un perfume nuevo, el único que he podido percibir en todo este tiempo insípido: etanol.

- "Enfermera, por favor, suba un poco la cama de nuevo, vamos a ajustar los viales y a aplicar las descargas. Reanimación. Lo perdemos!."

Una leche caliente y definitiva recorre mi cuerpo. Ahora caigo!. Te salvaste, gracias a Dios, te salvaste, el ascensor te escupió! –pienso mientras me llevan en una especie de palanquín del ascensor oscuro.

𝓼𝓸𝓷𝓲𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓲𝓽𝓸𝓻 𝓭𝓮 𝓬𝓸𝓷𝓼𝓽𝓪𝓷𝓽𝓮𝓼 𝓿𝓲𝓽𝓪𝓵𝓮𝓼:

“Beeeep beeeep beeeeep beeeeep … beeeeeeeeeeeeeeeeeeee ………. "

Se paró al fin, no sé donde, con esa tristeza del mar abandonado al medio dia, el ascensor.

"𝔼𝕝 𝕒𝕤𝕔𝕖𝕟𝕤𝕠𝕣" - 𝕦𝕟𝕒 𝕕𝕚𝕤𝕥𝕠𝕡í𝕒-

-Sacul

Fotos: captura del vídeo "Vermillon part 2" de Slipknot

#distopía #Sobrevivientes #amorIncondicional

Sarah Botana Abalo

Escritora, periodista y abogada, voluntaria pero no idiota.

4 meses

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