El Coachee como maestro

El Coachee como maestro

He descubierto, después de aproximadamente 10 años de profesión, que en los procesos de acompañamiento que tengo abiertos actualmente, mis coachees se están transformando poco a poco en mis maestros.

No me gustaría caer en tópicos, ni en “buenismos”, sino en poder permitirme, a través de este artículo, el placer de poder dar firmeza a esta afirmación, y al mismo tiempo, reconocer todo lo que mis coachees me aportan, a través de la solidez de un buen argumento.

Las Competencias Clave de ICF nos muestran una guía, un camino a través del cual llevar a cabo nuestro trabajo con un elevado standard de calidad y rigor. Y se muestra de forma implícita, aunque no siempre de forma explícita, que es precisamente ese rigor, el que nos permite llegar al objetivo profundo de lo que hacemos: acompañar al otro a alcanzar sus objetivos. En especial a uno que el cliente, no explícita de entrada casi nunca (al menos en mi caso), pero que siempre está allí; y no es otro que el de alcanzar SU FELICIDAD.

Algo tan sutil e indefinido que requiere, y ahora más que nunca, dominar las Competencias Clave de ICF, para ser capaces de leer entre las líneas del pentagrama, aquellos tonos que el cliente no ha expresado pero que siempre están allí. Y nosotros como coaches, tenemos una posición privilegiada. Debemos hacer de la carencia virtud y ser sastres de las emociones sin dar una sola puntada sin hilo. Utilizar un bisturí que no tiene forma. Algo que abre el alma del otro, para alejarlo de su infierno personal. Hacer de aquello oscuro, algo que brille con luz propia como un simple espejo al cliente. Nosotros sentimos que esa luz siempre ha estado allí, brillando, aunque en ese preciso instante, el cliente antepone su propia sombra, y no puede verla.

Decía Aristóteles que la felicidad es un hábito que debemos cultivar todos los días. Yo estoy totalmente de acuerdo con esa máxima, solo que como coach no solo la interpreto como necesaria, sino como imprescindible. Buscando mi entrega como coach, dándome por entero al cliente, es cuando conecto con mi propia felicidad, y es eso lo que lo transforma.

Es precisamente esa felicidad, la que el otro me acaba devolviendo a través de su sonrisa. El poder observar como esos ojos tensos, que me miran con incertidumbre, me acaban mirando en estado de pura apertura, simplemente para poder recoger la luz que ellos mismos emanan usándome a mí de espejo. Qué simple. Que complejo.

Ha sido especialmente en los últimos procesos, en los que he tenido el privilegio y la responsabilidad de acompañar a varios clientes, en los que mi autenticidad, mi entrega, y mi deseo de ser mucho más respetuoso lo que realmente me han permitido provocar esos cambios que el cliente buscaba. Buscando yo mi propia felicidad he encontrado la del otro.

A lo largo de los años, muchas veces he confundido mi deseo y la pasión por hacer bien mi trabajo con aquello de aconsejarle al cliente lo que creía que le iría bien. Eso no funciona. Soy plenamente consciente de que la línea es muy fina, pero no funciona.

Eso de la “buena intención”, a la que aludía el mismísimo Kant. Eso que hace el ego, de colocarnos por encima del cliente, porque tenemos no sé cuántas certificaciones. El foco debe ser siempre el objetivo del cliente, pero qué fácil puede resultar olvidarlo.

Cuando realmente el cliente lo es todo y nosotros solo un simple espejo todo acaba funcionando solo como por arte de magia.

Me he dado cuenta de que cada vez que me arriesgo de verdad, pidiéndole previamente permiso a mi cliente, el cambio que se opera es mucho más potente y rápido. Encuentro mi propia felicidad si realmente me enfoco en encontrar esa pieza que falta, y que provoca, a la postre, la felicidad del otro. Qué simple. Qué humano.

Angélica del Carpio, una de mis “mentor coach” en la Escuela Europea de Coaching de Barcelona, cuando yo iniciaba mi andadura en el mundo del coaching, por allá el año 2.009, me dijo en una ocasión una cosa que siempre me ha acompañado desde entonces: “Ferran, un coach es un “gentil incomodador, nunca lo olvides”. Y nunca lo he hecho. Y es ahora, cuando empiezo a entenderlo de verdad. Eso tan inespecífico, es lo que nos hace realmente efectivos en nuestro trabajo.

Otro maestro, Luis Carchak (MCC Coach de ICF) una vez me dijo: “Un coach, es un artesano de la palabra”. Eso que requiere presencia, para que esa incomodidad que debemos provocarle al otro no sea ni mucha, ni poca. Simplemente la justa. La que la consecución del objetivo precisa. Qué fácil. Qué difícil.

Lidia, Elena, Vicky, Julio, Marcos… me transmiten que es esa entrega, el pagar el “peaje” de no tener miedo a incomodarle, lo que le abre a su vez, a un mundo de posibilidades y caminos para alcanzar su objetivo. Su objetivo. Su felicidad.

Poner el objetivo del cliente por encima de nuestras propias dificultades. Es eso es lo que nos hace crecer a todos, sobre todo al coach. Te llama a buscar recursos nuevos. Te llama a dejar de lado tus certificaciones y tus herramientas ya aprendidas y a veces “revenidas”.

Como un alumno que no sabe nada, como un niño que se sorprende de su propia capacidad de aprendizaje constante. Son estos regalos que nos dan los clientes, son los que le dan un sentido de realidad a esta labor tan compleja e inespecífica, que realizamos todos los días.

Si ponemos los objetivos del cliente en el centro de todo el proceso, no le damos espacio a nuestro propio miedo para que sabotee nuestro trabajo: el de acompañar al otro.

Neutralizamos el miedo del otro si nosotros mismos no tenemos miedo de “no tener miedo”. Y entonces, es cuando poco a poco, el otro empieza a mostrarse en una actitud de mayor valía y compromiso.

Somos un simple espejo. Que debe estar limpio, sin miedos. Lo exige esa responsabilidad tan elevada de reflejar la luz del otro. Debe estar siempre limpio, porque en ocasiones; esa luz que recibimos es simplemente deslumbrante y sería una verdadera lástima que se desperdiciará un simple destello.

Y al final, de nuevo, vuelve a emerger la verdad por encima de todo: la búsqueda de la propia felicidad. Eso que se esconde por detrás de ese objetivo no declarado por miedo a.…Cada uno encuentra sus propios pretextos.

La búsqueda de mi propia felicidad, como coach, me ayuda a su vez a ser más coherente con mis propios actos, a ser más honesto e íntegro con el otro, aunque no siempre lo consiga. Como una costumbre. Son esos actos, en pro de ese objetivo propio, los que me hacen estar mucho más presente ante el “coachee” a la hora de acompañarle en el proceso.

Si algo me “vibra” como inadecuado y no lo expreso; si algo me resulta incoherente en mi propia auto observación cuando percibo las incoherencias de mi cliente, y no lo expreso; no le podré acompañar con plenas garantías de éxito. Simplemente no me responsabilizo. No soy entonces un buen coach. No soy honesto. Debo ser íntegro, debo decírselo, con respeto, pidiendo permiso, sin miedo. Pero debo decírselo. Sin miedo. Ahora sé, que la verdad es esa llave que abre todas las puertas; más aun en un proceso de coaching.

La propia felicidad de hacer este trabajo tan complejo, y al mismo tiempo tan gratificante, no solo hace crecer al cliente, sino sobre todo a mí mismo.

No saber qué es lo que quiere el cliente y al mismo tiempo no decidir “a priori” qué es lo que necesita, es lo que mejor me permite el poder acompañarlo adecuadamente.

Y al final, recibes ese tipo de regalos que hacen, que, de nuevo, ese compromiso vuelva a renovarse:

Ferran te agradecería que dejaras de llamarme cliente, tú para mi eres ya un gran amigo”.

Si la felicidad del otro me hace feliz, y al parecer, el hecho de buscarla debería formar parte de una de mis mejores costumbres... ¿cómo no voy a ejercer de coach?

Ser siempre, como coach, un alumno del maestro. Ese que siempre te muestra el camino si te paras a escucharle con atención. El maestro. El AMIGO.

ELENA DESPLAT BREMON

Trade Control Manager for LATAM countries, Israel, Italy, Spain, Portugal & Malta

5 años

Apovechando que hoy es tu cumpleaños volví a leer tu articulo. Tenia pendiente dejarte mi comentario y qué mejor dia que hoy. Lo primero que leeí entre las lineas de este articulo fue "honestidad, autenticidad, agradecemiento, humildad y profesionalidad". Recuerdo llamarte y decirte que me habia emocionado al leerlo. Creo es importante expresar el debido reconocimiento a quien se lo merece. Y tu, querido "gentil incomodador" te lo mereces por hacerme mejor personas, mejor profesional, mejor hijas y hermana. En resumen, y tal como tu bein describes en tu articulo, por hacerme más FELIZ. Tienes un DON Ferran. Eso lo saben todos los que te conocemos y espero que tu tambien. Gracias por usar este DON para crear UN MUNDO MEJOR.

ELENA DESPLAT BREMON

Trade Control Manager for LATAM countries, Israel, Italy, Spain, Portugal & Malta

5 años
Benet Solans Arnau

Consultoria Sistémica de Organizaciones.Terapeuta. Acompañamiento en desarrollo personal. Constelaciones Familiares y Laborales.

5 años

Esta es la base de la psicología humanista. Con Carl Rogers se inicia un proceso muy interesante, en psicología, la "terapia centrada en el cliente" El terapeuta baja de su atril y coloca allí al cliente. A partir de ese momento el no hacer nada es el hacer todo. El acompañamiento al cliente toma todo su sentido y para mi , como terapeuta, es la base de este trabajo. El protagonista de la terapia o proceso debe de ser el que realiza el trabajo profundo y nuestro trabajo solo es tocar, de vez en cuando y solo cuando sea necesario las teclas necesarias para que eso suceda. Para mi se basa en dos premisas " respeto al cliente" y " respeto a su proceso"

Jan Martínez

Director Apprèn formació (appren.cat)

5 años

Gran artículo. De hecho, Ferran fué mi amigo desde el minuto 1. ¡Un abrazo, maestro!

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