El día que nos conocimos sin saber nuestros nombres
«La sociedad es ese poder porque, como la misma naturaleza, estaba aquí mucho antes de que cualquiera de nosotros llegara, y seguirá aquí mucho después de que todos nosotros hayamos desaparecido. -Vivir en sociedad» -acordar, compartir y respetar lo que compartimos- es la única receta que hay para vivir felices (aunque no para siempre jamás). La costumbre, el hábito y la rutina sacan el veneno del absurdo del aguijón de la finalidad de la vida. La sociedad, dice Becker, es «un mito vivo del sentido de la vida humana, una desafiante creación del sentido»'. «Locas» son sólo los sentidos no compartidos. La locura no es locura cuando es común.»
Zygmunt Bauman, La sociedad individualizada, 2001
¿Qué creen? ¿Éramos sociedad antes de que todo esto se nos viniese encima “como una ola”? Según Bauman, “vivir en sociedad es la única receta que hay para vivir felices”. Entonces, ¿lo éramos? Se nos plantean demasiadas cuestiones cuando reflexionamos en nuestros breaks de ocio de sofá, con la cabeza sacada por la ventana a un patio de luces, cuando no sabemos qué hacer con el crío que no para de preguntar por el parque, cuando miramos una despensa llena de productos de tercera necesidad que jamás cocinaremos, pero que un día acaparamos en encarnizada lucha vecinal.
No sé si lo han visto, pero el otro día titulaba un periódico: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Quizás era eso. Éramos felices sin saberlo, únicamente gracias a la libertad que supone no tener miedo.
Nos hemos encontrado de bruces con una realidad incierta, desconocida. Tan desconocida como las personas con las que vivimos y tan nuevo como nuestro hogar. Buscamos respuestas bajo los cojines u ordenando los cajones del baño. Es imposible encontrar un porqué y el mando de la televisión comienza a notarse corroído de gel hidroalcohólico y zapping.
Pero esta situación me ha traído una certeza: créanme si les digo que estoy conociendo a personas sin saber cómo se llaman. Créanme si aseguro que conozco a las personas que viven frente a mi ventana. Que sé cómo visten, qué piensan, y si me apuran, a ratos, creo saber qué sienten. Créanme que, en esta estrecha calle, nos miramos a los ojos entre el silencio de una ciudad en la UCI y puedo notar que, a veces, sentimos lo mismo.
Han pasado años viviendo este mismo edificio, en esta misma casa, en este mismo barrio. Y créanme también si les digo que todo me sabe a nuevo. La ciudad me huele distinta, la luz es diferente. Cuando me asomo a mi pequeño balcón de medio metro cuadrado, las calles son otras. Hace semanas que esa sociedad tal y como la conocíamos, se esfumó. Las personas son otras. Todo ha cambiado. Y lo veremos cuando volvamos a una realidad que será nueva. Será esa sociedad de “a partir de ahora”.
Mientras tanto, las rutinas de confinamiento nos mantienen a flote. La mujer del tercer piso del número 57 fuma en la ventana, como cada mañana a eso de las nueve y media. El humo se esfuma rápido, hacia arriba, hacia un cielo ahora añorado para aquellos que no tienen ventana al exterior.
Bruno y el señor que lo saca caminan como cada día antes de comer, despacio y como delinquiendo, como con culpa y vergüenza de verse en la calle. Bueno, qué digo. Bruno va como cada día, resuelto y levantando la pata sin distinguir entre árbol, fachada o ventana de un semi-sótano. Puedo ver su enfado al volver a casa con prisa.
Son las 12 de la mañana, y la chica de la bata rosa ya abre el balcón, mirando con expresión de no saber muy bien qué está buscando. Ya son 16 días con el mismo outfit. Su cuerpo estilizado se estira, como buscando escapatoria de su piso compartido. Cuando llega la tarde, nos anima a todos a salir a bailar para liberar los miedos.
El día llega a su fin y, cada tarde a las 8, no puedo evitar mirar continuamente a un matrimonio de ancianos que, en bata y batín, salen a aplaudir con el alma entre sus manos. Hablan a voces entre los aplausos con los vecinos de la ventana de al lado, que les preguntan “cómo están hoy”. Están bien. Todos nos miramos, nos sonreímos, aplaudimos más fuerte para ahuyentar el miedo.
Os conozco, aunque no sé cómo os llamáis.
Design Anthropologist
4 añosmaravilloso Vane, enhorabuena!
Content Coach and hotel management
4 añosMaravilla. No lo había leído, Vane.
Consultor de estrategia de marca
4 añosYa lo has vuelto a hacer 🥺
Periodista I Content Manager
4 añosSencillamente, precioso. Enamorada de tu sinceridad abierta. Qué gran ilustración y qué gran texto. ¡Enhorabuena, amiga!