El goce ocultamente real-izado en la realidad virtual
El universo cibernético brinda una nueva posibilidad de tramitar lo que evitas y repudias, soñamos detrás de la pantalla, a la cual manejamos, pero a menudo termina de imponerse como un sueño del cual no podemos despertar, trayéndonos sentidos y sinsentidos inesperados. El ciberespacio puede ayudar a defendernos de una realidad traumatizante, aunque esta puede retornar, brillante, desde la pantalla…
El psicoanálisis a nivel internacional aparenta haber “pasado de moda”, porque no da respuestas inmediatas a las urgencias de la sociedad actual. No vivimos en la misma época de la creación del psicoanálisis, los temas son otros, las expresiones sintomáticas son otras. Es preciso y menester conocer quién es el paciente actual, los avances tecnológicos, las nuevas formas de comunicación que han cambiado las nociones del tiempo, han acortado (en apariencia) las distancias, y la identidad.
"El goce ocultamente real-izado en la realidad virtual"; menester es remitirnos al origen etimológico de la palabra “Virtual” la cual proviene del latín virtualis, la cual lleva el sufijo -alis- sobre la palabra virtus (valor, virtud, cualidad del varón) que indica fuerza varonil o potencialidad intrínseca que tiene algo.
Se podría llegar a diversas asociaciones semántica entre virtual y virtud, pero es necesario realizar un escurrimiento profundo sobre distintos momentos históricos y autores.
Entre las acepciones de virtus encontramos la “cualidad varón”; la fuerza varonil. Probablemente toda virtud esté referida en última instancia al falo, el cual guarda la virtud de instituirse en símbolo de deseo, de ser el motor del aparato psíquico. La virtud es lo virtual hecho acto (El goce ocultamente real-izado en la realidad virtual); suponiendo un espacio que se abre, produciendo movimientos donde aparecen sentidos y sinsentidos inesperados, la angustia o el anhelo; pueden encontrarse realizaciones simbólicas, o de objetos que obturan: a-dicciones que prometen absolutos, “vicios” /compulsiones repetitivas en lugar de “virtudes”.
La realidad virtual promueve sensaciones de que “La Cosa está ahí”, acercándonos al objeto de goce, a la fantasía alucinatoria. El hombre en su búsqueda permanente por recuperar sus pasiones, o ir tras la búsqueda de ellas, escudriñando el sentido de la vida, encuentra en la virtualidad ciberespacial un camino posible. Cuando entra incesantemente en las redes sociales, en los emails, cuando oprime las teclas, desliza la pantalla; se despliegan ante él imágenes que lo deslumbra, inquieta o desilusiona, ya que no sabe lo que busca o espera; por lo que podrá encontrarse y volver a perderse en ese mismo segundo, que, haciendo honor a nuestra propia condición, es lo que por lo general sucede.
¿Por qué la necesidad casi impetuosa de querer mostrar, perdiendo casi toda “intimidad”? La intimidad no sólo es un “refugio del amor” sino también de miserias y goces, una relación con el propio goce. El Otro nos habita, y también proyectamos en él, un vaivén entre lo interno y externo, por ello “…El ciberespacio puede ayudar a defendernos de una realidad traumatizante, aunque esta puede retornar, brillante, desde la pantalla…”. El sujeto proyectado y re-introyectado en la realidad virtual espera las respuestas a sus interrogantes. Respuestas que siempre serán incompletas, contradictorias, evanescentes e inquietantes.
Ante todo, ésta inquietante experiencia virtual, masificada y adictiva, el hombre con capacidad metafórica puede atribuirle un crédito relativo a esta experiencia. Así como en la experiencia analítica, el paciente debe construir un espacio de entrega comprometida con la verdad. Esa verdad no es sin absolutos; colmado de placeres, dolores; de cuestionamientos y oscilamientos permanentes.