El inconsciente, un acontecimiento del cuerpo. François Cheng y Mircea Eliade experiencias cumbres.

El inconsciente, un acontecimiento del cuerpo. François Cheng y Mircea Eliade experiencias cumbres.

El inconsciente es un significado construido bajo la arquitectura de las palabras, que uno enuncia sin saber que lo dice. Pero el inconsciente, también es pulsión sexual; satisfacción, goce, carne, pasión con nombre gracias al sentido develado. Lacan en 1975 nos entrega un axioma fundamental: “Dejemos el síntoma en lo que es: un acontecimiento del cuerpo” el síntoma como una formación del inconsciente, como el núcleo del padecimiento y del dolor humano. El cuerpo es la matriz donde se forja el sujeto del inconsciente y la plataforma exclusiva donde deviene lo más íntimo del ser. Pero como lo diría mejor Pierre Teilhard de Chardin: “Por altas y amplias que sean, nuestras ramas espirituales se hunden en lo corporal. De las reservas pasionales del hombre es de donde ascienden, transfigurados, el calor y la luz de su alma”.

En ese sentido, es elocuente el testimonio de François Cheng, cuando recuerda su encuentro con la sexualidad en su infancia: “Es que muy temprano, de niño aún, por un espacio de tres o cuatro años fui fulminado (…) me cruzo con chicas occidentales en traje de baño (…) la visión de los hombros desnudos, de las piernas desnudas, en el sol del verano. ¡Que conmoción!” 

El famoso y erudito Mircea Eliade también recuerda algo similar: “Debía de tener cinco o seis años cuando una tarde (…) vi entre faldas y pantalones que se movían a mi alrededor una niña de mi edad (…) Nos miramos intensamente a los ojos (…) Yo estaba trastornado, sin saber la razón (…) Una especie de escalofrió ardiente subía a lo largo de mi cuerpo, invadiéndome por completo (…) Mi cuerpo no era sino un suspiro, cuya maravillosa irrealidad parecía durar siempre (…) Iba vestida como las niñas de su época. La moda hacia 1911 o 1912 era ponerles una blusa azul marino y una falda roja. Necesite mucho tiempo para no sobresaltarme cuando veía en la calle estos dos colores juntos”. 

Mas allá de las pasiones inefables vividas cuando eran niños, es indispensable aclarar que dicha exacerbación vivida al límite, de su sexualidad no puede existir en ausencia de una representación que la haga comprensible, por excelencia el discurso ocupa ese lugar insustituible. Las palabras acompañan dichas experiencias a pesar que sea solo lo fonológico (su sonido, el significante) lo que se registra en el inconsciente. Como lo diría mejor Julia Kristeva: “El punto de apoyo que le permitió al psicoanálisis freudiano (…) e iniciar los desmantelamientos más radicales de la metafísica de los que se enorgullece nuestro siglo fue el descubrimiento de que la vida del espíritu enraíza en la sexualidad (…) Si la especie humana es capaz de simbolizar y sublimar, ello se debe a que tiene una sexualidad en la que se anuda indisolublemente (…) el cuerpo y el espíritu, el instinto y el lenguaje. (…) es la bisagra a partir de la cual se especifica la esencia del hombre como un deseo (…) de manera que lleva a la vez impresos el destino que nos limita y la singularidad que nos libera”.  

 


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