El juego y la felicidad

El juego y la felicidad

Una empresa comienza con los sueños de grandeza de alguien para enfrentarse poco después con números que no había tomado en cuenta en su planificación de inversión ni en su conteo de activos: las estadísticas con los trabajadores.

La realidad actual nos pone de frente a dos porcentajes, ambos de ellos bastante peligrosos:

  • 60%: trabajadores física y mentalmente agotados
  • 45%: de productividad perdida a causa del porcentaje anterior

¿Qué hacemos al respecto para que el ROI no termine siendo parte de un cuento de hadas? Inyectar felicidad en tu equipo de colaboradores parece ser la opción ineludible para empezar a revertir ambos porcentajes de forma tal que tu inversión no se siga yendo por el drenaje.

En medio de las opciones que han ido surgiendo a lo largo de los años: mayor sueldo, ascensos y bonos, se ha colado una invitada que hubiera parecido una atrevida intrusa en otros tiempos: la gamificación.

¿Ponerse a jugar en la empresa? ¿No se supone que les pagamos a nuestros colaboradores precisamente para que produzcan, produzcan y produzcan, y que les llamen la atención a los que se encuentran jugueteando en vez de estar produciendo?

Bueno, en un contexto tayloriano esa sería la respuesta correcta. Sin embargo, convengamos que la alienación del ser humano ha pasado un poquito de moda y ahora hemos entendido, o estamos en proceso de hacerlo, que para lograr la productividad, primero tenemos que concentrarnos en la felicidad de nuestros trabajadores. Y por cierto, su denominación ha cambiado para colaboradores.

Durante un tiempo, y no muy lejano, los empresarios apelaron al dinero y a las recompensas para atraer y retener el talento en sus organizaciones. El resultado fue personas ganando un entorno de cinco mil dólares mensuales (nada mal, por cierto), pero convirtiendo el concepto de full time en algo más que en ocho horas, e incluso en algo que lograba trascender lo inconcebible de las doce: me consta que empleados encargados del área de ingeniería o administración (áreas que evidentemente no son de vida o muerte, no al menos en cuestión de seis o siete horas) recibían llamadas a horas tan indiscretas como las tres de la mañana, con una orden expresa de presentarse en la compañía a solucionar un problema.

La pregunta que las siguientes generaciones, conformadas por los hijos que vieron a sus padres (o mejor dicho no los vieron) trabajar día y noche, fue la de para qué servía tanto dinero si en definitiva no lograban aumentar la calidad de vida. Por lo tanto, cuando les llegó la hora de trabajar, ya no fue tan sencillo engatusarlos con una cuantiosa cantidad de dinero. Se probó con los incentivos y con otras bondades, pero pronto su efectividad se diluyó, al igual que el talento, el cual emigró a la competencia.

Hoy sabemos que las personas quieren ser felices, y esto no pasa por ganar miles de dólares para postergar la felicidad hasta las ocho o nueve de la noche, momento en que llegan a casa, sino por ser felices de nueve a cinco y de cinco a nueve. Fue entonces que la gamificación cobró una importancia vital para retener el talento y hacer que este florezca, ya que de nada sirve contar con colaboradores talentosos si es que estos están agotados.

¿Por qué la gamificación nos hace felices? ¡Exploremos en los motivos!

El juego y la felicidad

  • Sensación de logro: cuando jugamos, se desencadena una relación de uno a uno con el jugo. Es decir, o nos vence o lo vencemos. Dado que lo primero no es una opción, nos abocamos a lo segundo, pero no porque un tercero nos obliga a ello, sino porque nos produce una inmensa felicidad el sentir que podemos vencer a una fuerza invisible y triunfar sobre ella.

  • Sentirse útiles: quien gana es un vencedor y un vencedor es lo que este mundo necesita. Por ende, al jugar y tener éxito nos convertimos en ese capital humano que es tan necesario en todos los ámbitos de la vida.

  • Agilidad: como decíamos anteriormente, al encontrarnos agotados, no podemos cumplir con eficiencia la labor que nos confían día a día. Ese hecho en sí mismo nos frustra por hacernos sentir poco útiles. En cambio, cuando jugamos, todo nuestro cuerpo y nuestra mente se tornan alerta. Las buenas noticias son que toda esa energía queda acumulada como parte de la memoria corporal, así que se traslada de las actividades lúdicas a las que no lo son tanto, porque cuando empleamos la gamificación, debemos ser realistas: no jugaremos la jornada laboral entera, sino que la emplearemos como un detonante de la buena disposición que deriva en mejores acciones. Por lo tanto, debemos utilizar sus beneficios en esos momentos en los que no hay espacio para juegos.

  • Buena salud: las empresas se preocupan de la salud de sus empleados y disponen de un control de salud anual o bianual para comprobar su estado. Factores como colesterol, glicemia, presión (por cierto, tomada con ocho horas de ayuno no siempre refleja la realidad de lo que ocurre a las tres de la tarde luego de un almuerzo con un puñado de sal de más) y ácido úrico saltan a la vista. Lo más triste es que creemos que solo por recibir un par de recomendaciones del médico todo volverá a ser como antes y así se quedará. Sin embargo, preocuparse por la salud de nuestros colaboradores no es la solución para mejorarla, sino que necesitaremos ocuparnos de ella, y la gamificación es una manera muy efectiva de generar el ambiente adecuado en el organismo para que la buena salud prolifere. Debido a la liberación de los químicos adecuados, las personas se vuelcan a los hábitos saludables que ningún médico nos puede obligar o motivar a tener.

La gamificación genera un vínculo cercano entre la organización y la persona, ya que sus efectos no se limitan a lograr un mejor rendimiento, sino que trascienden las barreras de la jornada laboral e impactan directamente en la vida del colaborador, transformándola en algo mucho mejor de lo que es.


Andrés Utreras

Game Changer

Gamification Leadership

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