El listo de turno.
'El Lazarillo de Tormes' (1887), de Luis Santamaría y Pizarro

El listo de turno.

Todos tenemos cerca algún espabilado que se siente al margen de las leyes, las normas y hasta del sentido común.

El/la típico/típica tío/tía que se cree mucho más listo que nadie y descubre siempre un truquito para salir ganando. Truquito que el resto no hemos llevado a cabo no por ser más tontos y no conocerlo, si no por decencia y, sobre todo, por los demás.

Para entendernos: el que pesa la fruta antes de hacerle el nudo a la bolsa y así la llena más por menos precio; el que aparca en segunda fila con los warning puestos mientras hace sus gestiones, reduciendo la calle de dos carriles a uno con el consecuente atasco que nos comemos el resto; la que, en lugar de hacer cola como todos los conductores para tomar una salida, adelanta por el carril izquierdo a toda la fila de coches atascados para colarse justo al final; el que merienda gratis haciendo que le interesa comprar lo que hay en la bandeja de degustación del súper; el que en un concierto en un recinto cerrado se enciende un piti aprovechando la muchedumbre; la que en locales con refill de bebidas se pide (y paga) sólo un vaso del que bebe también su pareja; o la que tira el vidrio en el contenedor de los envases porque ir hasta uno de reciclaje y soltar botella a botella le supone más trabajo que a nosotros.

Todo esto (que no deja de ser algo anecdótico, aunque cuando a uno le toca sufrirlo jode ¡y de qué forma!) tenemos la costumbre de achacarlo a la Picaresca Española. Al mencionarla, es fácil imaginarse al Lazarillo de Tormes compartiendo un racimo de uvas con un viejo ciego: “Lázaro: engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas de tres en tres. ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y tú callabas.” Pero lo que nuestra literatura recogió hace casi 500 años, tiene grandes consecuencias para todos.

Por no mencionar las más evidentes (por ejemplo: al colocar cargos a dedo, dejar de pagar impuestos o directamente abrir la caja y coger un dinero que no es tuyo) me centro en alguna un pelín más enrevesada, como la naturaleza de Airbnb: en otros países, en general la gente sube su vivienda habitual a la plataforma, y la pone disponible cuando no la necesita o sabe que no va a estar en casa por unos días.

¿Qué pasa en cambio en nuestro país? Que llega una app con ese propósito, y se compran viviendas por decenas para adaptarlas a este fin, o quien tiene la suerte de poseer dos casas sube una a Airbnb, aunque para ello tenga que echar a los inquilinos. ¡Picaresca Española! Y las consecuencias las sabemos todos… más allá del daño al sector hotelero, de pronto desaparecen todas las viviendas disponibles del mercado, a la vez que se encarece el precio tanto de alquiler como de compra. Prueba de ello es la cantidad de casas de catálogo de revista de decoración (muy monos pero incomodísimos, ya que básicamente están pensados para dormir y poco más) que en estas semanas están apareciendo como setas en los portales de venta y alquiler de vivienda, con la consecuente bajada de precios.

Con el teletrabajo, tres cuartos de lo mismo: el españolito medio no acababa de verlo. ¿Y eso? Pues una vez más: por el listo de turno. En todas nuestras oficinas existe quien no da palo al agua y calienta de lujo la silla, así que en general, trabajar desde casa no está bien visto a pesar de estar (a la vista está) más que preparados para ello. Ha tenido que llegar una pandemia para corroborarlo.

Y es que ese es precisamente el motivo de estas líneas: la incompatibilidad del Coronavirus con la Picaresca. Todavía nos sorprendemos de ser el último país europeo en relajar las medidas de distanciamiento social, pero en un país tan lleno de listos, casi que deberíamos agradecerlo.

Porque hemos visto todo tipo de excusas para salir de casa: si se han disparado las adopciones de perros en cuanto se anunció que se podría sacarlos a pasear o se venden las mascarillas a precio de marisco; veremos qué pasa ahora que se podrá salir con los niños. Ahora mismo ir de listo conlleva una multa, pero en unos días cuando intentemos recuperar nuestra vida, bastante tendremos con no bajar la guardia como para andar pendientes del listo de turno, de que no se acerque, de que respete el aforo, de que no se aproveche… de que no la líe.

Si tú eres uno de ellos, por favor, presta atención; y si tienes identificado a alguno, házselo llegar de algún modo: están en riesgo nuestra salud, nuestra economía y nuestro futuro así que toca dejar de ir de listos para ser respetuosos. Nos quedan por delante meses duros, muy diferentes a los anteriores al Covid luchando contra el virus (y la crisis) y depende de todos cuándo y cómo salgamos de esta. Hasta que no haya una vacuna, esto sólo puede mejorar si actuamos como ciudadanos responsables así que, además de mascarillas, habrá que hacer mejor uso del sentido común.

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