El lugar público
“El espacio es vacío. El lugar es una construcción de significado social.” Hace años ya recordaba el filósofo Henri Lefebvre que los lugares no existían, que tan solo eran espacios vacíos si no los dotábamos de significado como sociedad. El lugar nace de la necesidad del ser humano de referenciarse, de ubicarse, pero también de encontrarse, de mezclarse, de participar, de integrarse, de pertenecer. Sin lugar no es posible pertenecer, arraigarse, mezclarse, participar, ‘ser parte de’, ubicarse. Sin lugar solo existe el vacío, la no referencia, la no pertenencia, el desarraigo, el aislamiento y la desorientación. Un lugar que es construcción social y que solo puede ser concebido desde lo que es público, porque solo lo público hace a todos partícipes, permite un acceso sin privilegios y reparte responsabilidades por igual. Los lugares solo son lugares cuando son de todos, cuando nadie tiene más derecho ni posibilidad que el otro para estar en él, para participar en él.
Hoy apenas encontramos lugares, tan solo espacios que, aunque densos y repletos de cosas y de gente, son vacíos porque no han sido investidos de significancia social. Espacios físicos, virtuales y conceptuales donde existe aglomeración, amontonamiento, pero no ayuntamiento. Ayuntarse implica un juntarse con una idea de comunidad y fin compartido que solo sucede en donde hay lugar, donde el espacio posee significado social. Lo público y lo privado han quedado relegados a un debate superficial centrado en la gestión, no en el espacio y lugar. Esa inundación de la gestión ha provocado apenas diferencias entre lo público y lo privado en la concepción del espacio y en la creación de lugares. Hoy el espacio privado copa buena parte de nuestra vida física y conceptual. Los lugares públicos son tan solo los límites cada vez más pequeños que separan un espacio privado de otro. Ni física, ni virtualmente, ni tampoco conceptualmente hemos dejado apenas posibilidad de crear lugares públicos.
Las ciudades, claro ejemplo de esta realidad, han convertido lo que antes fue lugar público en un espacio de tránsito, de paso, un espacio lleno de gente, pero vacío de significado social. Todo queda relegado a un ir y venir de un ámbito privado a otro. El resto es trayecto incómodo donde no se ha de permanecer ni estar. La ciudad ha quedado hurtada de lugares, tan solo es ordenación urbana, suelo y medios para transitar de un espacio privado a otro. Hoy resulta imposible ejercer de flaneur como invitaba Baudelaire. No es factible deambular donde no hay lugares, donde solo hay tránsito. No puede uno perderse para encontrarse porque para perderse se necesitan lugares. Así, las plazas y las aceras ya no son lugares públicos, sino pequeñas parcelas privatizadas tomadas por terrazas, mientras desaparecen árboles y bancos que invitan a detenerse y que dotan de significación a ese espacio.
Sucede también en lo conceptual. El concepto de lugar público propicia el entorno donde poderse exponer, hacerse oír y ver, ser tenido en cuenta por la comunidad, participar en ella e influir. Apenas existen ya esos lugares, siquiera para la queja que, como recordaba Hannah Arendt, se relega al ámbito privado, a las esferas virtuales, a los grupos compartidos, a un ‘de puertas para adentro’. No extraña entonces ver los parlamentos como mundos aparte, las instituciones como máquinas burocráticas que se digitalizan para crear más burocracia o las comunidades de vecinos reducidas a reuniones anuales donde cada uno trata sobre el qué hay de lo mío. En definitiva, espacios vacíos que ya no son lugares porque hemos desistido de ellos, los hemos abandonado.
Pero los lugares públicos no solo nos proporcionan referencias, ubicación, pertenencia y participación, sino que representan nuestro principal dique de contención para los abusos. Si hoy tenemos una hiper demanda de transparencia no es sino porque hemos acabado con los lugares públicos para convertirlos en espacios vacíos. El lugar público establece cauces de participación, mantiene vivos los contactos y armadas las defensas ante la extralimitación. Ahora estamos indefensos sin ese lugar público, y cada asunto ya no es de todos sino de uno, por lo que su defensa queda también a cargo de uno y no de todos. Sin lugares públicos estamos desprotegidos, desmovilizados e incapacitados para responder a los desmanes políticos, económicos, sociales que cualquier día pueden tocarnos a cualquiera de nosotros. Sin esos lugares físicos y conceptuales, cualquier incidencia crea desorden y descontrol, y con ello descreimiento y conductas egoístas. Y es que, si la vida es un transitar, qué mejor que dotarnos a cada momento de esos lugares públicos para poder detenernos en ellos y vivir de veras.
Óscar Fajardo Rodríguez es autor, ensayista y articulista. Ha publicado con el sello Oberón del Grupo Anaya el libro Insatisficción. Cómo necesidades ficticias crean insatisfacciones ficticias. Si deseas contactar para colaboraciones, escribe a articulistaxxi@gmail.com