El periódico

El periódico

El periódico

Esta mañana bajé y encontré el periódico en la puerta de mi casa. Me di cuenta de la emoción que me genera el ritual con el que comienzan todas las mañanas de mi vida: la lectura del periódico.

El periódico impreso es mucho más que noticias. Es muy distinto a leerlo por internet.

Leer la edición impresa del periódico es para mí una forma de conectarme con el mundo, de distraerme, de educarme y de revivir momentos. El diario impreso ha sido parte de mi vida desde que tengo memoria. Una parte rica de mi vida.

Me inicié con el periódico de tiras cómicas a color que traía El Tiempo. Lo primero que recuerdo de mi infancia es aprender a leer con las historias de Tarzán, Mandrake, Pancho y Ramona, Copetín y Mafalda. Era el periódico del lobo, el perro de El Fantasma, pero mis hermanos y yo decíamos el periódico del bolo, y así se quedó.

Más adelante, en bachillerato, teníamos que llegar los lunes habiendo leído algún artículo de una sección que se llamaba Lecturas Dominicales, y tenía que estar analizado. Había lecturas de varios tamaños. A mí me daba pereza leer las piezas más largas, pero me daba vergüenza leer las más cortas. De manera que desarrollé mi afición por la lectura de las intermedias. Eso se repitió todos los lunes durante muchos años.

Cuando llegaba el periódico a mi casa, se lo llevaban al cuarto a mis padres con el desayuno. Lo leían completo acostados en la cama con su mesita de desayuno. Nunca los vi desayunar en la mesa del comedor, ni leer el periódico en ninguna parte que no fuera la cama.

Acabado el periódico, mi papá lo volvía a doblar perfectamente, hasta la sección de clasificados, y se ponía en fila con los últimos seis periódicos en un mueblecito que tenía al lado de la cama, especialmente diseñado para eso. Si era martes, se botaba el periódico del martes de la semana pasada y se guardaba, como nuevo, el que había llegado esa mañana. Ingeniero.

Todas las tardes, yo llegaba a hojear el periódico, cuidadosamente doblado. Al principio, no entendía mucho de las noticias. Si Alfonso López peleaba con Misael Pastrana, si la roya podía quebrar a la industria cafetera o si la inflación podía tumbar a Carter, eso no me afectaba. Yo leía las cosas interesantes: los obituarios (que siempre me han despertado un placer morboso), las tiras cómicas, las páginas sociales y la cartelera de cines.

Me detenía en las fotos de las carteleras de cine de los teatros especializados en películas pornográficas. Definitivamente, la sección de cartelera de cine resultó siendo una parte fundamental de mi despertar sexual. Para un muchacho de doce o trece años en esa época, esos anuncios eran todo el sexo que podíamos ver (cómo han cambiado las cosas, ¿no?).

A los 21 años, con mi exiguo sueldo de dependiente de Raisbeck & Raisbeck (abogados), me suscribí al periódico por primera vez. Cuando llegó a la puerta de mi casa mi propio periódico por primera vez, sabía que ya era un señor de la casa. El periódico no es el periódico de la casa; el periódico es del señor de la casa. Ese era mi periódico y desde ese día he estado suscrito al periódico diario.

Adoro ver cómo se desliza el periódico por debajo de la puerta del apartamento, o verlo en la manija de la puerta de vidrio de mi casa. Me encanta cuando llega tan grande que no cabe por debajo de la puerta.

Leer el periódico es mucho más que leer las noticias. Es como leer la novela del mundo, de Colombia y de Bogotá en entregas diarias. Si uno no lee el periódico todos los días, se pierde el hilo. Aparecen actores y protagonistas y luego desaparecen. Es necesario estar leyendo para saber por qué es que a uno le tienen que caer mal personajes como Roy Barreras y Bendetti; De la Espriella; Putin, Iglesias y Cristina Fernández.

Es necesario estar leyendo para que cuando aparezca una nueva situación uno la pueda entender dentro del contexto de la historia. Uno tiene que saber qué pasaba para entender que Petro no llegó a cambiar el país, sino que Petro llegó porque el país cambió y nadie se había querido dar cuenta. Sirve para entender que lo que está pasando en Estados Unidos con Trump y sus seguidores es mucho más grave y viene de mucho más atrás, de lo que aparenta. La historia del mundo no se puede leer a pedazos; hay que leerla todos los días en el periódico.

Jaime Uribe, un amigo de mi papá que me prestó un espacio para trabajar alguna vez que estaba llevado, se llevaba el periódico para la oficina. No sé si le lo leía completo, pero eso sí: no movía un dedo si no había terminado el crucigrama. (Lo ayudaba doña María Moliner, que siempre estaba a su lado ofreciendo lo que podía. Hoy en día, María Moliner, Larousse y la Academia, ya no participan del crucigrama, aunque se les conserva con cariño en los anaqueles.)

Jaime me decía que a él solamente le iba bien los días en los que terminaba el crucigrama del periódico. Con esta formación supersticiosa que nos viene de la herencia antioqueña, fui tomando el mismo miedo al destino y desde esa época procuro terminar el crucigrama todos los días, y le he agregado el Sudoku a la dificultad. Antes creía que así me mantenía muy inteligente, pero como quedo tan cansado luego de terminar un sudoku que estaba mal y que tocaba corregir, estoy convencido de que el cerebro está hecho para resolver un número limitado de crucigramas y de sudokus. No se hace más fuerte, sino que se va acabando. Por ahí leí hace poco un estudio que sustenta esto.

Siempre es necesario dejar espacio para resolver otros enigmas de interés: los planteados por los obituarios o anuncios fúnebres. Me da vergüenza confesar que me los leo todos. Los leo con tristeza cuando son de algún viejito (con nombre de viejito) al que invitan un sinfín de hijos y nietos, y viuda.

Me despiertan reverencia los que incluyen invitación del presidente de la república, de los Santo Domingo, de Luis Carlos Sarmiento y o de los Cortés. Cuento las páginas que llena un personaje de importancia. Me llama la atención cómo van apareciendo avisos día tras día en frecuencia descendente, de los deudos olvidadizos.

Me pregunto por qué todas las compañías de cualquier grupo empresarial tienen que invitar: el presidente, la junta directiva, los vicepresidentes, los empleados todos se acongojan con la muerte de los personajes más influyentes.

A veces hago la cuenta y me imagino el bono que podrá ganarse el que vende estos avisos, y la felicidad que le dará cuando se muere un gran prohombre colombiano que generará cientos de millones en ventas de anuncios fúnebres.

Con mi amiga Maria Clara López, compartimos la opaca afición de desenredar las modernas familias que invitan a las misas. Con tantos divorciados, vueltos a casar, juntados y emparejados, resulta todo un ejercicio mental establecer cómo están compuestas las familias de los que invitan a las exequias. Los hijos del muerto aparecen al lado de otros hijos que no llevan su apellido. La que hubiera sido la viuda, ahora es la señora de otro. El hijo que se alejó de la familia pone su propio aviso, y los de El Tiempo se ocupan de la geografía dentro de la página para que no queden muy juntos. ¿Quién está casado con quién? ¿Quién es esa que sale nombrada al lado de una de las hijas, pero que no tiene ni apellidos ni marido de los de la lista? ¿Por qué no apareció el hermano mayor, si ya sabían que existía? ¿Con qué atrevimiento la nueva señora del muerto ahora pone a sus hijastros en su propio aviso? ¿Cómo se le ocurre no ponerlos? Esto es casi tan difícil como el sudoku triple de los domingos.

Y ahora les pregunto: ¿cómo es una mudanza sin periódico? Seguramente sería mucho más eficiente. Yo me acuerdo mil veces desempacar un trasteo y perder el tiempo con un periódico arrugado, leyendo alguna noticia que se me había pasado o que no recordaba. ¡O un obituario que no había visto! El día que se acaben las ediciones escritas, ese día, con absoluta seguridad, ¡dejaré de mudarme para siempre!

Recuerdo cuando uno ponía un aviso clasificado para vender un carro o un apartamento. Ese día uno no podía moverse del lado del teléfono porque se podían perder esas llamadas. Sí, pequeños saltamontes: había una época en la que no había telefonía celular, ni CarroYá, ni MetroCuadrado, ni correo electrónico.

Mi sección favorita, desde hace ya muchos años, es la de “Hace 25 años”, que después se complementó con la de “Hace 50 años” y hace poco, se sumó la de hace 100. Yo leía con interés los artículos de la guerra de Corea, los problemas de Rojas Pinilla y el Frente Nacional.

Un día me llamó la atención que estaba leyendo en “Hace 25 años” una noticia que recordaba perfectamente haber leído. De ahí en adelante, esa sección me pareció un repaso más que una lección de historia. Grave, cuando leí hace poco en la de “Hace 50 años” noticias que había leído el día que sucedieron. Ahí es cuando uno cae en cuenta que ya no va a ser campeón de gimnasia olímpica, que yo no tiene caso comprarse un convertible y que es hora de ver en qué va el trámite de la pensión.

Cuando ya uno se acuerda de las noticias de hace 50 años, entiende por qué todo le parece carísimo, todas las mujeres le parecen buenísimas y donde se esté, siempre siente que está entrando un “chifloncito” de aire helado.

Amo el periódico. Si estoy en un paseo, no tengo problema de salir antes del desayuno a buscar una tienda a diez cuadras del hotel, a diez kilómetros de la finca o a diez minutos de la playa. Me he tomado tintos en el parque de Anapoima, en cafecitos de Girardot, en el Mall de Llanogrande y en los pueblos cafeteros del Quindío mientras consigo el periódico. Aunque quede mal, debo decir que siempre llevo dos periódicos; uno, para mí, y uno para todos los demás. Yo no comparto cepillo de dientes, postres húmedos ni el periódico en un paseo. Soy un hombre de principios.

Odio el 25 de diciembre, el año nuevo y el viernes santo. Solamente los que comparten mi afición entienden mi razón: en esas tres fechas infames, no despachan el periódico. Tres tintos en plaza de pueblo, perdidos.

Esta mañana bajé las escaleras y me encontré el periódico cuidadosamente doblado en la agarradera de la puerta. Espero que nunca vayan a dejar de imprimir el periódico para poder disfrutarlo. Antes de ese día, me muero yo.

Le dejo a mi amiga María Clara el encargo de contar los obituarios y de desenredar esa cantidad de deudos, compungidos y colados.

Le pido a alguien que termine el crucigrama y los sudokus que puedan haber quedado pendientes (no vaya y sea que la superstición tenga efectos en el más allá).

Y, ¡qué importa lo macabro!, que me entierren con un ejemplar bien doblado del periódico El Tiempo dentro del ataúd. Ya veré quién invitó a mi entierro.

Claudia Ferrufino

Consultora, Juntas directivas, Rectora, Business Management y Coach

2 años

Gracias Jorge por recordarnos lo importante que ha sido el periódico para los de esta generación.

Estupendo artículo, Jorge. Me alegró mucho leer un texto tuyo personal e introspectivo, igual de valioso que los que nos compartes cuando tratas temas empresariales de trascendencia. Felicitaciones y que vengan muchos más. Gracias.

Luis Bernardo Silva Bejarano

Global CHRO - Gerente Corporativo de Personas & Organización en Cencosud S.A.

2 años

Muy bueno Jorge, totalmente identificado!!... hace varios años cuando vivia en Quito, los domingos en una tienda de mercancias y comida colombiana traían El Tiempo y la revista Semana, llegaban en el vuelo de Avianca de las 10am. Tenia uno que llegar temprano a la tienda y hacer fila, para ser de los afortunados que lográbamos comprar un ejemplar... éramos muchos los interesados en esa experiencia!

Sergio Gisbert Mármol

Coactive coaching at Sigeneri. Certification expected: 2018. HR. Leadership. Transition. Change. Crisis management. OKR. ICBT. Ingeniero forestal. Lab Tech.

2 años

Que bueno Jorge, nos has hecho rememorar. Que razón!! Cuando era niño tipo <10 años mi abuela decía "este chico cuánto lee el Diario de Teruel", aunque le ponía ojos sobre todo a páginas de deportes, que de todo se aprende. El Heraldo de Aragón era para gente de brazos grandes. Luego llegaron también redacciones los fines en 7-8°EGB y los despertares. Recuerdo también la revolución que suponía cuando cada "x" años cambiaba el formato de la portada del periódico. Eso sí que era Disruptive Innovation. Costaba acostumbrarse pero al final te hacías. Saludos.

hubo una sección que me encantaba de niño y era al final de todo el periodico donde enseñaban a hacer muñecos en plastilina. Y si, aunque era muy niño, me hacia el que no veía la sección de cine adulto

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Otros usuarios han visto

Ver temas