El periodismo en mujer.
Propia. SD, 2014.

El periodismo en mujer.

La presencia de la mujer en el periodismo mexicano ha dejado de ser anecdotario y se ha convertido en trascendental. Las mujeres periodistas mexicanas son, hoy en día, la consolidación del periodismo de investigación que provoca y genera cambios en esferas sociales y políticas del país, y transforma la agenda discursiva de los diferentes jugadores en tales esferas. La mujer periodista incomoda al engañoso, exhibe al obtuso, transparenta las acciones del opaco, y transgrede la concepción anacrónica de la mujer mexicana profesional.

Conviene recordar el estado del periodismo moderno. Un periodismo que ha perdido su carácter de cuarto poder de manera gradual, agraviado por un intento de adaptación a un mundo que demanda, con cada vez mayor ferocidad, recompensas inmediatas. Una transición que ha hecho que periodistas y medios de comunicación masiva perdieran, por decisión propia, su capacidad de crítica, alejados de los principios de imparcialidad y responsabilidad inherentes a la profesión misma. Y no es un mal exclusivamente mexicano: recuérdese la irresponsable actitud de los medios de comunicación que aventuraron conclusiones sobre las causas de la masacre en la preparatoria de Columbine, dejando a los perpetradores como simplonas víctimas de una sobreexposición a los videojuegos y el heavy metal, señalados como responsables directos de la pérdida de los valores de la tradicionalidad occidental. El aprovechamiento del pánico moral como incentivo al consumo alejó al periodismo de su premisa principal.

Tales prácticas son y han sido comunes en el periodismo mexicano durante las últimas dos décadas. La exposición a tal periodismo ha hecho que el ciudadano mexicano común desconfíe de la información que recibe de los medios de comunicación. Gran parte de la desconfianza sobre los medios de comunicación es aprovechada argumentativamente por intereses políticos, económicos y jugadores que aprendieron y adoptaron la doctrina de Roger Stone: “es mejor ser infame que nunca haber sido famoso”. Y el poder de la desinformación ha sido, sin consecuencias obvias ni legales, fundamental para ganar elecciones presidenciales en democracias consolidadas, incluso aceptando injerencia de potencias extranjeras; manipular mercados financieros basados en criptomonedas, con el poder de un solo tweet; defender las políticas públicas de gobiernos nacionales, incluyendo su inacción, ineficiencia o inexistencia; impulsar la resistencia a la defensa de derechos humanos o la lucha por la conservación del medio ambiente; entre muchos otros escenarios. El periodismo no es responsable único de la degradación de la sociedad del conocimiento y su conversión a la sociedad de la confianza, pero ciertamente ha jugado su parte.

Y en el escenario del debate superficial, de las zanahorias sin palos, la convergencia de generaciones de mujeres periodistas mexicanas que hoy tenemos nos recuerda que la información veraz y objetiva nos otorga la oportunidad de la reflexión. Tener un gobierno efectivo, lidiar con las responsabilidades de nuestro trabajo o familia, o hasta gozar o sufrir con el equipo deportivo favorito no son responsabilidad del periodismo. Sin embargo, el acceso a la información imparcial nos permite crear y desarrollar vínculos con esos detalles que afectan nuestra experiencia vivencial diaria, y que nos permite evaluar las decisiones previas y perfilar las decisiones venideras. La respuesta al debate superficial, y el regreso a la promesa de la sociedad del conocimiento, es la información; es el trabajo bien enfocado y realizado, que nos permita institucionalizar la reflexión de temas tanto superfluos como transcendentales. En el México contemporáneo, ese trabajo lo ejercen muy eficientemente las mujeres.

Permítame personalizar ejemplos. Es indudable que la pluma de Peniley Ramírez ha ocasionado incomodidad y un gran gasto de superficialidad discursiva en las esferas más altas del poder político y gubernamental mexicano, y en sus cajas de resonancia en las redes sociales digitales. En los últimos meses, la periodista veracruzana ha encontrado, exclusivamente con el ejercicio del derecho periodístico, un espacio de rendición de cuentas. ¡Con cuánta estridencia reacciona la sociedad mexicana, sin importar qué postura defienda, a la coyuntura en que Peniley atrae, con tanta eficiencia, al poder político!

En periodismo de investigación, destacado el papel de Laura Sánchez Ley. Su forma de abordar la desgarradora historia del asesinato de Colosio, que corresponde directamente al inicio de mi propia memoria política, nos recuerda, a base de martillazos donde no cabe la sensibilidad barata, que el poder en México es un poder acostumbrado a perseguir, torturar y asesinar. Cómo lidiamos los mexicanos la incertidumbre de ser el siguiente Mario Aburto es un ingrediente impreso en cada uno de nosotros. Laura nos recuerda, con su incesante curiosidad, que la única manera de combatir a los demonios que siguen sueltos es la aceptación de la historia impuesta por los datos, no por los discursos.

¿Demonios más terrenales, más cercanos a la experiencia real del mexicano moderno? Altamente recomendable el trabajo de Jennifer González (junto a Natalia Messer), quien con espeluznante asertividad nos cuenta la historia de la inacción y dilación de la autoridad mexicana en el caso de Carlos Humberto Méndez González, asesino de sus exnovias Itzel Monroy (Aguascalientes, 2009) y María Isabel Pavez (Santiago de Chile, 2020). Los detalles de la investigación me han permitido, desde inicios del presente año, reflexionar sobre las condiciones sistémicas que permiten que el sospechoso principal del asesinato de una joven de 17 años escape de toda responsabilidad y actúe de nuevo, con un costo igual de terrible, a 7000 kilómetros de distancia. Es en esa reflexión donde he podido desarrollar una mayor sensibilidad a la defensa de los derechos de las mujeres (y de todas las personas); un mejor entendimiento del poder argumentativo de las organizaciones religiosas, y de su capacidad de institucionalizar el pánico moral; una mejor perspectiva sobre mi papel como ciudadano en la rendición de cuentas de mis gobernantes.

Esta ola de periodistas mexicanas, que a través de su trabajo cotidiano nos permiten recordar el inmenso valor público del acceso a la información y la rendición de cuentas, justifican la institucionalización de la responsabilidad social del trabajo. Encuentro en el trabajo de las mencionadas periodistas, y de muchas otras que enriquecen por igual a tal profesión, el ejemplo perfecto de que un profesional que se toma en serio su trabajo contribuye directamente al desarrollo de la comunidad. Cuando un profesional es negligente de su profesión, su contribución social deja de ser un activo y se convierte en un costo. El trabajo de esta generación de periodistas nos recuerda que su responsabilidad trasciende administraciones públicas, amenazas, acoso y múltiples tipos de violencia. En un país peligroso para el ejercicio del periodismo, siempre es retribuyente escucharlas a ellas.

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