Mi vecino de la cara triste
A veces me preguntan por qué amo tanto la #fotografía. Acá les contaré la razón:
Era niño, tenía entre 9 y 10 años, no más. El vecino de mi casa era un hombre anciano. Le gustaba salir a la vereda todas las tardes, sentarse allí y tomar mate mientras el atardecer le daba lugar a la noche. Durante años lo vi sentarse allí. Nunca lo había visto sonreír.
Era una cálida primavera aquella vez que me animé a hablarle. Yo era un niño, lleno de curiosidad, que intentaba descifrar por qué había tanta tristeza en la mirada de ese anciano.
Lo saludé desde la distancia y él, con un simple gesto, me ofreció sentarme a su lado. Le pregunté por qué estaba tan solo y me contó su historia:
Había emigrado de España durante la guerra civil. Había subido al barco con su novia adolescente y dejado atrás a su familia; dos padres y su hermano menor. Llevaban una mochila casi vacía y una espalda llena de miedos y sufrimiento. Llegaron a Argentina y como pudieron se fueron instalando. Él se transformó en herrero y ella fue modista. Se casaron en el país y empezaron a soñar con construir una gran familia. Nunca pudieron. Los hijos no aparecían y el sueño fue quedando trunco.
Ella enfermó a los 42 años y falleció poco después. Él quedó solo.
Le pregunté por su familia en España y me contó que nunca pudo verlos otra vez. Sus padres ya habían fallecido y con su hermano menor mantenían una correspondencia cada vez más esporádica. Cuando quise saber sobre su esposa se paró, entró en su casa y salió a los pocos minutos con una foto. Era una foto de ella:
Era a color. Pienso ahora que quizás era de la década del ´50. Ella era bellísima; tenía pelo rubio rizado hasta los hombros, llevaba un vestido floreado y una sonrisa genuina. Parecía un día de campo y ella bailaba en el césped.
Levanté la mirada hacia el anciano y lo vi sonreír por primera vez. Se le había borrado de un plumazo la tristeza. De golpe, con una sonrisa en su cara, miraba la foto de quién había sido su esposa y veía mucho más que una foto; la veía a ella bailando mientras reía y giraba sobre sí, se veía a él mismo tocando la guitarra y cantándole a su amada, veía el verde del césped y podía escuchar los pájaros y sentir el calor del sol en la piel. Podía verla a ella esa misma mañana de la foto cuando había amanecido a su lado, lo había besado y le había preparado una tostada con mermelada. Veía en esa foto todos y cada uno de los besos que se dieron. Veía el barco que los había traído, se veía a sí mismo despidiéndose de su familia en el puerto. La volvía a ver a ella el día que le dio el primer beso, en una plaza de Galicia. Veía las cenas en familia en su casa natal. Se veía jugando con su hermano menor. Veía todos y cada uno de los sueños que había tenido. Veía sobre una sola foto toda su vida condensada, como si fuera una ventana al pasado.
Recuerdo que permaneció absorto, con un gesto de felicidad durante largos minutos contemplando la foto. Ese día pensé que no muchos objetos pueden provocar tantas sensaciones... y quise ser fotógrafo.
Mi vecino, el anciano, se llamaba Eusebio y falleció al año de aquella charla en la vereda. Nunca antes lo había visto sonreír y nunca más lo hizo. Pero cada vez que paso por su casa recuerdo esa foto, esos rizos rubios, esa sonrisa, ese baile y hasta puedo escuchar la música de la guitarra. Y entonces, a mi también se me dibuja una sonrisa, mientras anhelo que alguna vez una foto mía pueda robarle la tristeza a alguien, aunque sea por unos minutos.
@FotografiaLaPlata