''El reto que tenemos ahora en las escuelas es que el concepto de valoración del otro sea integral''
Aterrizamos en Colombia y entramos a la Fundación Interamericana Técnica (FIT). Aquí, tenemos la oportunidad de conversar con su Rector, Javier Barrera Pardo, un educador que cuenta con una sólida trayectoria desempeñándose en vastos estamentos de la estructura educativa colombiana. Un hombre emprendedor, entusiasta y comprometido con la democratización del conocimiento.
En esta entrevista, Javier nos cuenta sobre su experiencia, su paso por diferentes instituciones, su visión de la educación y los diferentes experimentos que ha realizado en relación a la urgente necesidad de mejorar la experiencia de la evaluación, para que esta ponga en valor a los y las estudiantes y se proponga como un concepto integral que abarque el concepto, el procedimiento y la emocionalidad.
¡Te invitamos a leer la entrevista completa!
¿Nos contaría sobre usted y cómo se describe a sí mismo?
Mi nombre es Javier Barrera, soy educador de toda la vida. Siempre he estado aquí en Colombia educando. Yo he tenido la fortuna, para mi vida profesional, de arrancar mi labor docente desde los estratos 1 hasta los estratos 6. He tenido una mirada holística de lo que es el sistema educativo colombiano y el sistema educativo latinoamericano en los diferentes estamentos. Entonces, esto hizo que tenga una concepción de ser maestro desde preescolar, estar en la primaria, bachillerato, pregrado y parte del posgrado. Esa mirada te da otro concepto educativo. Cuando has tenido niños chicos y has tenido adultos en niveles de formaciones posgraduales eso te da otro sentir, otro entender del acto educativo en general.
He pasado 33 años formando alumnos en Colombia. Para mi fortuna, estuve mucho tiempo como Director de la Universidad más grande que tiene Colombia, la Minuto de Dios, una corporación universitaria con 136 mil alumnos y 3752 profesores a mi cargo. Ahí comprendí un poco otro sentir de la vida educativa, entender a Colombia en algo que llamamos la Colombia profunda. Llamamos Colombia profunda a esas zonas apartadas donde el Estado no hace presencia, donde si llega esta universidad. Y eso constituye una parte de la democratización del conocimiento y eso hace grande al país.
Entiendo a la Minuto de Dios como una institución que se dedica a formar personas de escasos recursos en zonas apartadas donde no hay vías de comunicación, no hay internet, no hay nada, y ahí se llega a educar. Esa fue la experiencia que marcó mi vida como educador.
¿Qué rol desempeña actualmente?
Saliendo de allí, yo llego a otra rectoría. He estado en varias rectorías aquí en Colombia, la CUN, la Corporación Iberoamericana, la Unigermana, la Tecnológica de Oriente y ahora en la Fundación Interamericana Técnica. En todas esas rectorías entendí que Colombia necesita una educación al alcance de todos. Y al alcance de todos es que tú tengas calidad en el servicio pero que los costos sean realmente asequibles, que tu hagas una responsabilidad social y compartas un capital social que le pueda ayudar al otro. Digamos que esa ha sido la experiencia.
Cuando usted era estudiante ¿Cómo eran las instancias de evaluación? ¿Cómo se sentía frente a ellas?
Y fue, en cierta forma, un proceso traumático. Yo arranqué mi pregrado de pronto en la mejor universidad de Colombia, la Universidad Nacional, una universidad pública, donde se presentaban 41 mil alumnos a un semestre y solo recibian 1200. Yo tuve la fortuna de entrar en esos 1200 en el año 1985 y desde allí ya era traumático, ósea la esperanza de que entre 40 mil personas te elijan, más que traumático parecía un acto milagroso, como si dios te bendijera.
Después entendí que el problema no era entrar a la Nacional, el problema era el sistema evaluativo que tenían. Un sistema evaluativo totalmente sumativo, desagregado, un modelo que no obedece a un estilo cognitivo, que no obedece al mapa del conocimiento que uno tenga, a los preconceptos que yo tenia, ni a mi forma de enseñar ni de aprender. Sino que simplemente era sumativo; tú pones un promedio, si lo soportas te quedas si no te vas. Y eso es terrible. Nosotros, en el primer semestre entramos 285 alumnos y al segundo semestre ya éramos 40, y de los 40 nos graduamos 4. Eso indica que era un sistema evaluativo perverso, que creo que la universidad no lo hacía de mala fe. Pero al ser totalmente sumativa, importaba solamente el promedio: no importas tú como persona, no importas tú cómo aprendes, tu nivel cognitivo o tu estilo, lo que importa es que saques por lo menos 3.
Entonces eso indicaba un poco que uno iba por una nota y no por aprender, te preparabas para soportarte y que no te sacaran de la universidad pública. Ahí me parece que debe haber una reflexión fuerte para todos los educadores. Fuerte para los que son estudiantes, de ver como la evaluación no puede ser coercitiva, impositiva, autoritaria y perversa.
La evaluación debe ser formativa, más que una evaluación debe ser una valoración que debe respetar tus preconceptos y debe obedecer a unos estilos cognitivos: tu piensas de una forma yo pienso de otra, tú aprendes de una forma, yo aprendo de otra. Creo que ahí es donde se hace importante el concepto de valorar en el otro y no de evaluar en el otro.
En su trayectoria como docente o autoridad educativa ¿Cambió su perspectiva respecto de las evaluaciones al haber cambiado de rol? ¿De qué manera?
Yo creo que a mi me cambió esa forma de evaluar tan autoritaria, tan clasificada, tan sumativa. Yo era rector de varios colegios acá en Colombia, y entonces comencé a hacer experimentos para cambiar la evaluación. Un primer experimento fue intentar que al estudiante cuando se le valore, se le valore de acuerdo a su estilo cognitivo. Veníamos muy permeados de las teorías de Sternberg, de ver que unos aprenden monárquicamente, otros jerárquicamente, otros de forma muy local, otros de formas globales, unos de formas muy conservadoras y otros liberales. Y al combinar los 7 modelos de Sternberg, comenzamos a hacer experimentos para detectar qué estilo cognitivo tienes tú y de acuerdo a ese estilo así mismo te evalúo, y donde veo que tienes una debilidad, desde ahí te potencializo. Ese fue el primer experimento que comenzó a funcionar bien.
Después comenzamos con un proyecto que se llama ARPA, muy aplicado por la Universidad de Israel. Este proyecto evaluaba cómo tú piensas, como tu cerebro hace operaciones lógicas. Aquí lo que interesa evaluar en el alumno no solo es lo que pueda saber de información sino cómo procesa esa información, cómo ese cerebro está operando. Cogimos el proyecto ARPA y los metimos en unos colegios de aquí, que se llaman Colegios La Salle. Lo llevamos desde preescolar hasta bachillerato. ¿Qué tuvo de bueno? Como quien practica un deporte, si tú practicas te va a ir mejor en él. Aquí si tú practicas como tu cerebro es más plástico, como se hace más potente, entonces te haces más fuerte pensando. ¿Qué vimos de malo? Que nos fuimos al cerebro y nos dimos cuenta de que eran niños brillantes, que aprendían cosas, que al cultivarles el cerebro ya era fácil darles la información. Pero vimos que nos perdimos cuando detectamos que los alumnos eran fuertes pensando pero no eran fuertes en la emoción, entonces hicimos otro experimento.
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Y esto porque ya la evaluación no puede solo obedecer al estilo cognitivo, potencializar a la persona solo en unas operaciones mentales, sino que ahora toca también fortalecerles el corazón. Teníamos alumnos muy buenos cognitivamente pero no tan buenos como persona: teníamos chicos que maltrataban a otros, chicos que no soportaban el fracaso. Esa vida emocional comenzó a tener dificultades para nosotros.
Empezamos entonces otro experimento ¿Cómo formar alumnos en la vida emocional y cómo evaluar la vida emocional? Antes aplicábamos los Coeficientes intelectuales ¿Pero qué pasa con los coeficientes emocionales? Durante algún tiempo estuvimos pensando bajo varias teorías freudianas el cómo evaluar la emoción. Entonces, en la universidad en la que yo estoy evaluamos la vida emocional, la vida moral del otro, como eres tú moralmente, como eres tu emocionalmente, y también cómo eres cognitivamente. Digamos que ese es el concepto de integralidad del ser humano. Evaluar cómo eres con tu cerebro, con tu corazón. Una moral no dogmática sino más bien dialógica, desde el diálogo, desde el argumento, para llevarla a un concepto ético. Digamos que por allí avance un poco sobre el evaluar.
Por último, al final hice un experimento evaluativo aquí en Colombia que fue suspender la evaluación en un colegio secundario. Si tu le quitas al profesor la autoridad de evaluar solo le queda educar, enseñar. Entonces a todos los profes les quitamos esa autoridad de la evaluación y les dijimos ‘’profe díganos cuál es su compromiso con los estudiantes, que les va a enseñar en el transcurso de estos seis meses’’. Así, el profe nos daba los contenidos y nosotros se los entregamos a un tercero para que ese tercero venga y haga como una especie de auditoría. De esta forma, sin prejuicio de conocer al estudiante, más objetivamente y con una rúbrica evaluamos y le damos la nota. Un excelente experimento que nos dio muy buenos resultados.
Después ya a nivel universitario, en Europa han avanzado en el concepto de ANECA, allí evalúan los resultados de aprendizaje. No solo la misma competencia como tal. Ahora estamos experimentando esto aquí: ¿Cómo evaluar tus resultados de aprendizaje para decirte que tu eres profesional en ingeniería? Y además decirte para qué eres buena, para que eres fuerte y en qué hay que mejorar. En ese momento de la historia nos encontramos. Actualmente el mayor referente es ANECA, y ANECA lo que dice es que hay que coger la competencia y, como la competencia tendrá una acción, un verbo, una condición de calidad, sobre esa condición de calidad se monta el resultado de aprendizaje.
Yendo más allá, creemos que el resultado del aprendizaje es mucho más que eso. Esta evaluación no debe ser solo cognitiva sino evaluar con una taxonomía emocional, y praxeológica, que el alumno pueda aplicar eso que sabe cognitivamente y eso que sabe emocionalmente. Entonces creemos que son tres tipos de taxonomías, una para aplicar el conocimiento, otra para la vida del concepto, y otra para la vida emocional. Digamos que por ahí nos encontramos en la evaluación.
El reto que tenemos ahora en las escuelas es que el concepto de valoración del otro debe ser integral; debe pasar por el concepto, debe pasar por el procedimiento y debe pasar por la emocionalidad del otro. Y no como nos enseñaron, que debíamos separarlo.
Además, una excelente evaluación debe valorar el error, y no deben rotular el error. El maestro le marca a los alumnos sus errores con rojo, porque el rojo tiene una implicación, es como decir, ‘’tu eres un bruto, mira quiero que lo veas’’ pero el acierto no te lo marca. En contraposición con esa evaluación existen otras teorías que dicen ¡oiga! ¿Por que los maestros no apetecen el error? Desde el error yo puedo arrancar a enseñarte a ti.
Lo importante es que tú cometas errores, te valoren el error, y desde ahí te digan ‘’apetezco el error, añoro que hayas cometido un error, para mi es emocionante porque desde ahí te voy a comenzar a enseñar’’. La mayoría de los maestros no hacemos eso, lo que hacemos es: desde el error te juzgo y te rótulo, pero no te enseño.
¿Cree que el cambio producido en las evaluaciones por la situación de pandemia es un cambio que llegó para quedarse? ¿Por qué?
Antes de darte la respuesta me gustaría darte un contexto de lo que creo que ha pasado en mi país, y también en Latinoamérica. Durante la pandemia en lo educativo al incorporar las modalidades virtuales vimos que hubo un retroceso. Entonces la pregunta es ¿Qué fue lo que hicimos mal? ¿Es tan perversa la virtualidad o es que realmente estamos entendiendo mal el concepto de virtualizar? ¿O es que los maestros colombianos y latinoamericanos no estábamos preparados? La mayoría de las universidades latinoamericanas no hacían virtualidad.
En la universidad Minuto de Dios veníamos trabajando con la virtualidad, teníamos modelos instruccionales, células de producción de contenido digital, espacios para hacer grabaciones, revisores técnico-pedagógicos, etcétera. No todas las universidades tenían esa experiencia. Llegó la pandemia y muchas instituciones pensaron que virtualizar era crear un aula virtual y montar un aplicativo para atender sincrónicamente a los estudiantes desconociendo los tres principios fundamentales de evaluar en virtualidad: el concepto pedagógico, el concepto tecnológico y el concepto de comunicación. Sobre esos tres pilares recae el concepto de virtualidad. Algunas universidades utilizaron un aplicativo sincrónico, como por ejemplo zoom, donde el profesor dictaba una clase sincrónica, sin tener una pedagogía para la virtualidad. Pensamos que era trasladar el modelo presencial a la virtualidad. Entonces por donde tu lo veas nos equivocamos, y no podemos decir que la virtualidad es mala. Aquí en Colombia que veníamos avanzando en la virtualidad, fuimos degradando el concepto de la educación virtual.
Nosotros teníamos la experiencia de como hacer virtualidad, no éramos muy novatos, sabíamos que tocaba tener un diseño instruccional. Cogimos el modelo ADDIE. Después de que tú coges el diseño instruccional te planteas con qué postura pedagógica abordar el contenido. Si tu no tienes clara tu estrategia pedagógica, cualquier cosa te puede pasar en tu aula virtual: si vas a enseñar un concepto ¿para qué lo enseñas, cómo lo enseñas, cómo lo vas a evaluar? Eso te lo dice la pedagogía. Y por último te preguntas ¿Con qué tecnología lo hago?
Pensamos en aplicar tecnologías que detectan si el alumno miraba por fuera de la pantalla, si tipiaba a cierta velocidad, la aplicación de cámaras para ver si tenía pegados carteles en las paredes. No nos quedamos con nada de eso. Nos planteamos que si a los alumnos les damos preguntas categoriales no importa a qué velocidad tipean o si sus pupilas miran por fuera de la pantalla, o si quieren consultar las redes sociales o responder mañana. Entonces lo que decidimos fue montar el diseño instruccional, verificar que haya pedagogía, que haya tecnología y que prestemos atención al acto de comunicarse, esto es, interactuar en el aula virtual y trabajar colaborativamente. Así, nos dimos cuenta que no necesitábamos tanta tecnología, nuestras aulas virtuales son simples, sobrias, lo más importante para poder entrar a la virtualidad es ser fuerte pedagógicamente.
¿Qué reflexión le gustaría compartir con la comunidad educativa que está leyendo esta entrevista?
El acto de educar es una responsabilidad social. A veces parece que el acto de educar es un acto totalmente romántico, parece que fuese un bolero, un tango, una cosa así. Debemos perder ese romanticismo e ir más científicamente a buscar el acto educativo y el acto de evaluar. Me parece que ahí nos ha faltado investigar más, probar más, intentar equivocarnos más. La educación cambia o el mismo cambio nos hará cambiar.
Este ciclo nos permite conocer y conversar con grandes referentes del ámbito de la educación, que desde su lugar han asumido grandes desafíos. Con cada nueva edición sumamos diferentes miradas y reflexiones sobre el futuro y las transformaciones en la educación.
Le agradecemos a Javier por sumarse a este proyecto y dejarnos conocerlo.