"El ser humano es el mismo": lo que nos enseña la Historia

Cicerón afirma que la historia es la maestra de la vida, “magistra vitae”, y normalmente todos de alguna manera, analizamos nuestro pasado, con el fin de poder entender un presente que se nos complica. Los historiadores intentamos con el estudio del pasado no sólo entender acontecimientos, sino también a los hombres y mujeres que están detrás de esos acontecimientos.

 La historia de las mentalidades, tan bien representada por el añorado profesor Delumeau, nos acercan a ese mundo que va más allá de datos y fechas. Nos muestran a los individuos frente a enfermedades, crisis, y su modo de reaccionar ante ellas, que puede ser diverso y complejo, bien por medio de una religiosidad que se convierte en consuelo ante un devenir incierto, o bien, hacia un desenfreno en las costumbres en la búsqueda de un placer inmediato ante la certidumbre de que todo acaba.

Lo que si tenemos en común todos los seres humanos son afectos profundos: a nuestras familias, a esos familiares elegidos que son los amigos, y que, en tiempos de dificultad, son sostén para todos.

Actualmente todos estamos conectados -no sólo en el trabajo- y por medio de las redes sociales transmitamos cercanía y esperanza a los nuestros. ¿Quién hoy en día no tiene varios grupos de whatsapp que son el vínculo con los amigos confinados, y que, por medio de él, enviamos mensajes de afecto con el fin de estar de alguna manera, con el amigo que sufre o que está enfermo?

El ser humano es el mismo, pero los medios son distintos para expresar un mismo sentir. En el pasado la comunicación epistolar, es decir, la carta, era la única forma tangible que tenían nuestros antepasados de hacerse presente en la vida del otro.

Como ejemplo, me gustaría compartir la misiva que el emperador Marco Aurelio envía a su maestro Frontón, quien en ese momento se encuentra recluído por un ataque de gota:

[…] esta circunstancia tan difícil que me tiene ligado con un espíritu ansioso y cercado por tan grandes preocupaciones y que ni me deja correr rápidamente junto a mi querido Frontón, mi amigo del alma, y más ahora, con esa enfermedad suya, llegara estar cerca de él, tener sus manos entre las mías, finalmente, darle con suavidad masajes de la forma menos molesta posible a ese pie enfermo, metérselo y sacárselo del baño, darle la mano al meterse en el agua. ¿Y tú me llamas amigo a mí, que no voy volando hacia ti aunque tenga que romper con los demás compromisos domésticos?.

[…] Procura, hazlo por mi, con toda prudencia, con toda precaución, echar de encima esa enfermedad que soportas gracias a tu entereza, pero que para mi es tan dura e insoportable.

Escríbeme rápidamente, te lo pido por favor, a que aguas vas a ir y cuando, y como te encuentras ahora, y devuelve así la serenidad a mi espíritu. Yo, entre tanto, llevaré tu carta conmigo, aun tal como está.

Adios, mi dulcísimo Frontón […] ¡Oh dioses buenos! estéis donde estéis, que se restablezca mi dulcísimo y muy querido Frontón, os lo ruego que se ponga bien.

¿Quién de nosotros no se ha visto reflejado en las líneas del emperador Marco Aurelio?. ¿Cuántos de nosotros hoy no enviamos mensajes a nuestros amigos y familiares, fruto de nuestra preocupación por su bienestar en este momento de incertidumbre?.

Las formas no son las mismas ni los medios tampoco, pero lo que subyace en el fondo es lo mismo , ayer y hoy, es la humanidad de todo individuo que se hace presente.