El VAR y la educación en offside
El uso del VAR es el fútbol constituye casi una metáfora perfecta de nuestro tiempo, en el que, y la educación no está exenta de ello, la sofisticación de las herramientas tecnológicas a disposición excede largamente nuesta capacidad de aplicarlas.
Más allá de estar de acuerdo con quienes señalan que el VAR ha desnaturalizado el fútbol - ya no podemos gritar un gol hasta que, en la mayoría de los casos, haya que esperar a su convalidación - asistimos, con la sempiterna impotencia del espectador, a su aplicación exagerada, y hasta a veces técnicamente errónea.
Ayer fuimos testigos de un caso flagrante, cuando, con dos horas de retraso, el árbitro anuló el gol de Argentina en su presentación en los Juegos Olímpicos ante Marruecos, ante un offside de la mitad del pie del delantero, determinado con quirúrgica precisión por el VAR.
Independientemente de a quien perjudique o beneficie tal decisión, su implementación a ese nivel de falsa exactitud, la coreografía de los asistentes en la cabina cual control de misión espacial, y la frecuente teatralización de los árbitros al comunicar la decisión, como si fuera un emperador romano con la vida de los gladiadores en sus manos, genera un rechazo intuitivo que no solo está bien fundado sino que puede resultar iluminador de la disonancia de nuestra realidad, incluyendo la educación.
La aplicación dogmática de las reglas
Es tal la entidad que ha adquirido el VAR que se deja de lado el espíritu y sentido de las normas, todas las cuales intentan generar un marco para poder desarrollar el juego pero que, en definitiva, están al servicio de un objetivo más importante, permitir que los jugadores jueguen. En educación también estamos en un punto en el que las normas, los marcos regulatorios, curriculas oficiales, evaluaciones estandarizadas y otros instrumentos que aplicamos con fervor indisimulado han adquirido una entidad tal que nos han hecho olvidar que lo más importante no es cumplir con cada una de ellas sino que los alumnos aprendan.
Evaluamos para motivar el aprendizaje, existen los reglamentos para poder estudiar en un clima armónico, hay programas oficiales para garantizar contenidos mínimos, pero ninguna de estas regulaciones son ni absolutas ni de aplicación taxativa, y el rol del educador sigue siendo el motivar y contagiar la pasión por el aprendizaje.
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La falsa exactitud
Otra de las características más irritantes del VAR está relacionada con su aplicación con un nivel de pretendida exactitud que es inherentemente erróneo. Como en el caso mencionado de la mitad del pie y muchos otros en los que el destino de los partidos se decide por el trazado milimétrico de líneas virtuales, no se tiene en cuenta que, por ejemplo, en el caso del offside, se acumula el error de determinar cuando sale la pelota, y que la ilusoria precisión de la herramienta está condicionada por su interpretación humana.
Algo similar sucede en educación, cuando se pretende extrapolar resultados de papers e investigaciones con un dogmatismo irrestricto, sin tener en cuenta que, en general, los contextos varían fundamentalmente. Frases como la muy publicitada "no entienden lo que leen", se basan en instrumentos que no son infalibles en lo que pretenden medir, muestras intrínsecamente limitadas, y conclusiones que frecuentemente son exageradas en su validez y posibilidad de generalización.
Así se llega, por ejemplo, a aseverar en varios estudios que la cantidad de alumnos por curso no incide en los resultados académicos, lo que contradice la percepción intuitiva, pero absolutamente real, de cualquier docente con experiencia.
Los verdaderos protagonistas
Por último, y no es un tema menor, también resulta enojoso para los amantes del deporte, que a partir del VAR, los árbitros han cobrado un rol fundamental, convirtiéndose cada vez más en factores decisivos en el espectáculo deportivo.
Un buen educador es aquel que no necesita reglas, quien con su carisma, pasión y vocación puede impactar positivamente las vidas de sus alumnos, haciéndose casi invisible en su influencia. Quienes dejan su huella son aquellos que menos necesitan hacerse notar y quienes no precisan escudarse en normas y reglamentos para ejercer su autoridad.
El VAR nos ha regalado el gesto del rectángulo imaginario trazado con los dedos de ambas manos, hoy ya incorporado casi risueñamente a situaciones de la vida cotidiana en las que sentimos que hay que desconfiar de algo o rechequearlo. Tristemente, las referencias al ámbito escolar en nuestras interacciones habituales no son para destacar la pasión por aprender sino las variantes vernáculas de lo que en Argentina llamamos "la maestra ciruela", una caricatura negativa del docente estricto que prioriza las normas por sobre cualquier otra cosa.
A diferencia del VAR, que constituye un uso de la tecnología que desnaturaliza el juego, tenemos la oportunidad única de aplicar las nuevas tecnologías, con un énfasis especial en la inteligencia artificial, para reenfocarnos en lo más importante y lo que nos conecta con nuestra vocación: el placer de aprender.
Muy buena reflexión Gabriel.
Profesor Universitario en Educación Física
4 mesesGran articulo, me quedo repensando en la situación actual del deporte en lo conceptual y como esta va alejándose del juego en si. Saludos
Especialista en Educación Bilingüe | Consultora Académica | Facilitadora de Aprendizaje
5 meses¡Que acertada analogía! El fútbol anhela árbitros que dejen jugar y Educadores que dejen aprender.
Especialista en Educación UBA - UnaHur- ISP JVG
5 mesesValioso aporte querido colega El VAR le resta a la espontaneidad y a la pasión en el deporte. Buen ejercicio planteas para intentar siempre despabilar la educación o a los que intentamos por allí. Un abrazo