Elogio del despropósito
“Dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que debe ser remediado cuanto antes”, señala el filósofo surcoreano afincado en Berlín, para a continuación defender que “la inactividad no es una forma de debilidad y una falta, sino una forma de intensidad (…), una forma de esplendor de la existencia humana”.
Los pensadores medievales definían a la belleza, al ‘pulchrum’, como ‘splendor formae’, “el esplendor de las formas”, un esplendor que -en sentido estricto- no sirve para nada, carece de más propósito que embellecer la vida, y embellecerla por sí misma, tal y como sostiene Gertrude Stein a propósito de la literatura: "escribir es escribir, es escribir, es escribir", puro anti finalismo, pura anti teleología y reivindicación del gozoso presente.
Hoy, sin embargo, todo es producción, y hasta cada uno se produce a sí mismo para llegar al extremo de reducir las vivencias a experiencias y los sentimientos a emociones o afectos.
Ya casi nadie juega de verdad, en tanto que la esencia del verdadero juego parece tan solo la celebración de la vida, la fiesta, y no posee más propósito que ese: el despropósito absoluto, el exceso, el adorno de la existencia, el lujo.
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La persona es el animal lujoso, esto es, capaz de liberarse de la necesidad inmediata pues, como decía Nietzsche, somos “la única especie en la que es posible no responder a un estímulo”, capaces de demorar esa respuesta o directamente rechazarla.
Todos los estímulos buscan un fin por medio de la reacción que provocan, y en ese sentido el despropósito es anti reactivo, es pura libertad, es in-intencionalidad, es lo involuntario, es inactividad, es el instante feliz en el que la libertad abdica de otra tarea que no sea saberse a sí misma, es el momento en el que “la persona se entrega a sí misma en lo que sucede”.
Así, prosigue Byung-Chul Han, queda suspendida la voluntad a favor de un acontecer del que no queremos apropiarnos en la forma de la productividad, y para eso es necesario volver a escuchar, pues solo el silencio nos vuelve capaces de decir algo inaudito, e imprevisto también, algo que ocurre de manera autosuficiente en la poesía, por ejemplo, una forma de contemplación sin conocimiento.
Como afirma el escritor Peter Handke en su Ensayo sobre el cansancio, “la inspiración del cansancio dice menos lo que hay que hacer, que lo que hay que dejar”, el modo en el que las cosas encuentran el camino de regreso a sí mismas al hacer silencio en torno a sí, se reconcilian consigo, el silencio creador, el ‘ethos’ y la política de la inactividad, la vida contemplativa, el elogio del regalo, el elogio del exceso, el elogio del despropósito, no aquello que carece de fin y sentido, sino cuanto los alberga en sí mismo en el modo de la celebración festiva.