Elogio del naufragio
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Elogio del naufragio

En 1719, ya en su madurez como prolífico escritor, Daniel Defoe, seudónimo literario pretendidamente aristocrático de Daniel Foe, publicó Robinsón Crusoe, su novela más conocida y tal vez la primera novela en lengua inglesa propiamente hablando, la historia de un hombre que naufraga en una isla que cree desierta en el delta del río Orinoco, cerca de Trinidad, y naufraga además como único sobreviviente.

Innumerables autores han interpretado el personaje de Robinsón como arquetipo del hombre moderno, aquel cuyos avanzados conocimientos científicos y técnicos le permiten domesticar a la salvaje naturaleza isleña hasta ser capaz de habitarla, un modelo del poder de la racionalidad sobre la tierra indómita y los animales que la pueblan, un paradigma del dominio de las artes sobre lo indomeñable, del hombre culto sobre el universo no cultivado.

Con los despojos del navío, con los restos, Robinsón construye, coloniza, fabrica, inventa, crea, nada le resulta imposible o indescifrable, pues así es la mística de la Modernidad, el progreso imparable a condición de que se dominen los saberes necesarios para procurar ese progreso, incluso en la soledad más absoluta, incluso arrojado a la más inhóspita intemperie.

Así, poco a poco, Robinsón se enseñorea de la isla, y esto hasta el punto de autoproclamarse rey del territorio fortuitamente descubierto. Y sin embargo… Y sin embargo, acaece el momento en el que la novela parece no progresar, no avanzar, carente de peripecias, aburrida y aburrida hasta que un otro entra en escena, un indígena al que Robinsón rescata cuando está a punto de ser asesinado por una tribu de aborígenes, y al que Crusoe bautiza con el nombre de Viernes en referencia al día de su encuentro.

Entonces, y solo entonces, la novela parece progresar de nuevo y tornarse interesante, pues no en vano la etimología de interesante es inter-esse, ser y estar entre otros. Ahora Robinsón y Viernes están recíprocamente entre otros, y tal vez también esto sea un arquetipo de la existencia humana y la constatación del fracaso antropológico del ideal según el cual solo la ciencia y la técnica pueden salvarnos, esos dos grandes mitos de nuestro tiempo, en el decir del filósofo italiano Umberto Galimberti, esas dos grandes ideologías, en palabras de Jürgen Habermas.

De este modo, y así como la novela progresa al comparecer la alteridad, también así progresa cada vida humana al cancelar las infinitas mediaciones que inventamos para protegernos del prójimo, ese “homo homini virus” en el que lo hemos convertido.

Hablando como buenamente pueden, Robinsón y Viernes terminan por comprenderse tras haber descubierto, quizás intuido, que hay un prerrequisito de toda comprensión: la aceptación del otro, un prerrequisito que opera más bien en un nivel afectivo y precognitivo que racional, como señala Roxana Fantin.

Robinsón y Viernes se descubren mutuamente cuando, en términos precisos, se des-cubren, retiran todas las precauciones y prevenciones que han diseñado para protegerse del otro, para inmunizarse, como si vivir fuese la infeliz profilaxis de todo lo que no es uno mismo.

Se preguntaba Leibniz por qué existe el ser y no la nada, y podría preguntarse desde Robinsón Crusoe por qué existe alguien en lugar de nadie: tal vez por el poderoso motivo de recordarnos que solo en el horizonte de un alguien dejamos de ser ese nadie náufrago, triste, solitario y final.

calvarez@austral.edu.ar

Marcelo Vazquez Avila

Consultor y Conferenciante

2 meses

Muy bueno Carlitos! Se ve que te mueves muy bien con Habermas! Un abrazo y veo que no te pasan los años

Guillermo Teijeiro

Partner @ Bomchil | Leading International Tax Expert & Advisor

2 meses

Esperanzador camino del ser en relación con el otro y el Absoluto!

Rubén Bernat Enguídanos

Long term Financial and strategic insights to boost partnerships.

2 meses

Maravilloso Post Carlos!

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