Emg
«La tecnología en manos del hombre presenta la dualidad de los colores en el espectro; en un extremo puede iluminar el mundo y, en el otro, puede oscurecer la existencia».
Rabid Ar-Rahbad.
Nunca hubo un suficiente para nosotros. La Luna, Marte, Venus…
-Abuelo, ¿crees en los fantasmas? -preguntó con incertidumbre un pequeño niño que miraba al cielo desde una anticuada silla de ruedas.
-Claro que sí, Emg -respondió el hombre y, con un suave movimiento, acercó su mano temblorosa a uno de los hombros infantiles-. Los miras justo ahora -dijo con voz cansina.
El viejo Rod T. Mikl era el último ser humano puro. Las investigaciones en biotecnología y robogenética abrieron campos nuevos para el desarrollo humano, vegetal y animal, pero a un costo que, a la larga para la raza humana, no tendría comparación positiva con ninguna de las mejoras.
-Los fantasmas son… -comenzó a recitar el viejo Rod, pero lo interrumpió el niño con voz melódica.
- «…algunas de esas estrellas que vemos desde aquí y que desconocemos si ya han muerto, y solo queda su última emisión de luz”» -terminó de pronunciar de memoria el niño, aún con la mirada perdida en el oscuro cielo salpicado de estrellas-. Pero abuelo, no me refiero a esos fantasmas, sino a los que vi en tu computadora.
Rod T. Mikl había sido conserje en la Estación Mars One durante diez años, tiempo que duró el proyecto espacial y de expansión humana más ambicioso en la historia del hombre. Las campañas publicitarias eran excelentes, los programas de televisión, los sitios oficiales en internet, los concursos, el crowdfunding y las pruebas físicas en módulos espaciales colocados en diferentes ciudades por toda Holanda. La idea de viajar a Marte y colonizarlo, de conectar los mundos y de incrementar las posibilidades de contactar vida extraterrestre excitaron deseos ocultos en algunos hombres y mujeres influyentes.
Las reacciones globalizadas no se hicieron esperar: a favor y en contra del proyecto, pero estas últimas eran mayoría. Pronto, lo que parecía ser una empresa asegurada modificó sus planes por los detractores del cambio, los geoconservacionistas o terranos, como decidieron autonombrarse.
Los terranos fueron un grupo de acción ‘anti-marte’. Se oponían a la colonización de otros mundos, principalmente porque argüían que el hombre había nacido en la Tierra y para la Tierra. Que un ser sobrenatural, omnisciente y omnipresente los había formado a imagen y semejanza suya para que habitaran el tercer planeta del sistema solar, y sólo ese planeta.
-Esos no son fantasmas, Emg, son…, bueno, eran creaciones artísticas, seres imaginados. No eran reales. Son solo imágenes hechas por un artista, ya te lo he explicado antes. El viejo Rod apartó su mano del niño y se cubrió el cuello con una bufanda de fibras autoajustables que regulaba la temperatura corporal por medio de sensores y una batería de litio.
-Bien, muchacho, está helando aquí. Nunca me agradó el clima del desierto y ahora no me sienta mejor que antes. Voy a entrar al módulo. Quiero dormirme temprano hoy. Asegúrate de cerrar los enlaces de la ventilación y revisar los filtros de aire. Recuerda que yo no resistiría tan bien como tú el exceso de NO2 en la atmósfera. Mis pulmones no se pueden remplazar como los tu… -No terminó la frase, hizo un vago ademán como señal de despedida y tomó rumbo hacia la entrada del módulo semilunar en que vivían. Arrastraba los pies con cuidado sobre la plataforma de metal que soportaba al módulo, algunas veces la arena del desierto se acumulaba en montoncitos y cubría las ranuras entre las placas, pero en otras ocultaba por completo los receptáculos de cableado sin tapa, así había desaparecido Linda Rommel al tropezar con uno de esos espacios vacíos.
La tarde en que Linda fue devorada por la arena se formó una tormenta tan repentina que ni Rod ni el pequeño Emg tuvieron oportunidad de reaccionar. Linda se encontraba haciendo unas reparaciones al mando de comunicaciones empotrado en la base de la torre satelital dispuesta a unos veinte metros de la puerta de acceso al módulo. «Desde esta altura, aunque cayera en una de las dunas más grandes, seguramente moriría desnucada, en el mejor de los casos…» -se dijo a sí misma.
Los módulos semilunares se instalaban a una altura de treinta metros, ya que los astronautas requerían de ciertas condiciones de espacio aéreo necesario para efectuar algunas maniobras de entrenamiento, además de que la torre que servía de soporte estructural era utilizada para almacenar alimentos y materiales. La arquitectura vertical se había puesto de moda a principios del año dos mil cuarenta, y las construcciones espaciales no fueron la excepción.
Los módulos semilunares se diseñaron para entrenar a los candidatos a participar en el primer viaje de la expedición Mars One. El objetivo era observar el comportamiento de hombres, mujeres y niños en situaciones de aislamiento prolongado, sus variables de interacción bajo ciertos indicadores neurológicos y psicobiológicos, amén de una serie de otros factores que podrían afectar el éxito del viaje de dos años hacia Marte.
Rod Mikl nunca olvidaría el día en que Linda se marchó con la tormenta, no por el hecho de abandonarse a la negación de su inexistencia, sino por algo más profundo e inexplicable para él. Ni siquiera podía recordarla, ya que cuando intentaba hacerlo lo obcecaba ese profundo sonido que trajo consigo la tormenta. Una especie de repetición concentrada, como un dialecto indescifrable que excitaba al aire y a la arena a que se levantaran en una danza sacrílega. Él era un hombre de creencias; profesaba el agnosticismo y, esa misma tarde, creyó encontrarse con la noción del absoluto. Quizás pudo ir tras ella, pero ese sonido hondo, oculto en el ventarrón, lo detuvo.
Emg permaneció afuera del módulo una hora más. Contemplaba con indiferencia las estrellas que temblaban en la atmósfera acidificada por el óxido nitroso y el metano, causantes de la extinción de la mayoría de los seres orgánicos naturales. Los fantasmas que él creía haber visto alguna vez en la computadora del viejo Rod eran bocetos de módulos espaciales con formas ovulares. Recordaba bien las imágenes porque Emg había sido creado con esa finalidad, la de recordar.
Los Especímenes Memoristas Genéticos formaron parte de las primeras expediciones a Marte. El Marineris IX fue el último de los cohetes que llevó vida genéticamente modificada al planeta rojo. Emg -como decidió llamarlo Rod para nunca olvidar su origen in vitro, para evitar sentir lástima al verlo con un par de extrañas carnosidades colgando de su pelvis malformada en lugar de piernas, para no odiarse a sí mismo por no tener el valor de suicidarse y abandonar a esa criatura que no era ni un ser humano ni un androide, sino un cíborg de génesis humana.
Observó el resplandor de la Luna que aparecía delineando la silueta de una de las montañas al este y notó que solo las estrellas más brillantes desagarraban el haz lunar. Marte destacaba en el cielo con un ligero tono azul-rojizo en su titilar. Emg lo miró por unos segundos hasta que el resplandor platino lo ocultó. Dos mil seiscientos veintitrés días sin volver a ver un fantasma -pensó.