«Enseñar es crear.»

«Enseñar es crear.»

Como conté en mis dos anteriores post, publicados el sábado 30/3/2024...

...estoy ultimando un paper sobre «el gusto creativo», dentro de una trilogía de artículos científicos dedicados a investigar cómo educar el inconsciente neurológico de nuestros alumhijos en aras de desarrollar su creatividad.

Y, como llevo haciendo desde junio del año pasado, paralelamente esta semana he continuado «entrevistando» un libro de José Antonio Marina dentro del proyecto Conversaciones con mi mentor: cuaderno de bitácora de la obra del gran filósofo y pedagogo, que culminará en dos manuscritos, el primero dedicado a sus ensayos publicados en la colección Argumentos de la editorial Anagrama (de elegantes cubiertas gris marengo) ...

...y el segundo, dedicado al resto de sus trabajos, que me complace considerar una Escuela de vida.

Mientras que en mi primer manuscrito (Época gris marengo) he optado por seguir el orden cronológico de las publicaciones de JAM dentro de la colección citada, en el segundo (Escuela de vida) voy releyendo su obra en función de intereses personales, de modo que mi anterior relectura fue La creatividad literaria (2013), esta semana he revisitado La magia de leer (2005) y la próxima me ocuparé de La magia de escribir (2007), estando estos dos últimos libros escritos a cuatro manos con la abogada y catedrática de derecho, María de la Válgoma.

La primera vez (2007) que leí el libro La magia de leer subrayé en la página 133 una frase, que hoy tres lustros después sigo suscribiendo: «Conviene recordar algo que todos los buenos profesores saben: enseñar es crear. Es invención, ingenio, innovación, gracia, tenacidad (...) Los docentes no nos limitamos a transmitir lo que otros crean. Somos autores de una poderosa y definitiva creación, y esto exige un peculiar talento.»

No soy quien para autocalificarme como «buen profesor», aunque sin duda me considero un docente vocacional que, en efecto, intenta enseñar emplenado la invención, el ingenio, la innovación, la gracia y, sobre todo, la tenacidad, y, desde luego, no me he limitado a transmitir lo que otros crearon. He procurado ser autor de una poderosa y definitiva creación, y esto me ha exigido emplear al máximo mis humildes talentos.

Al releer en 2024, la obra de Marina y de la Válgoma, una vez más descubro los cimientos de lo que hoy en día me interesa, y que no recordaba que formara parte de mis inquietudes hace diecisiete años, pues tomé muchas notas, en relación a un tema («la comprensión lectora»), sobre el que me ocupé, según pensaba, por primera vez en el paper que escribí a cuatro manos con el extraordinario maestro, Víctor Cerrudo Higelmo (Se puede educar el inconsciente cognitivo lector -2022-), en el que defendíamos la tesis de que la comprensión lectora es un objetivo posterior (y no previo o simultáneo) al aprendizaje de la lectura, basándonos en la experiencia del citado maestro (autor de un gran libro: Manual práctico para enseñar a leer y escribir -2021-)...

... y, entre otras muchas, las investigaciones del matemático y neurocientífico francés, Stanislas Dehaene, en libros como El cerebro lector (2022) ...

...y, por último, en mi convicción de que asimismo la comprensión de asignaturas numéricas, no se da antes, sino después de aprenderlas, es decir una vez se ha abastecido el inconsciente cognitivo y gestionado el inconsciente emocional matemático.

¡Sé invécil! ¡No leas!»

«¡Sé invécil! No leas!»

Ficha técnica

Título: La magia de leer

Autores: José Antonio Marina y María de la Válgoma.

Nº de páginas: 170

Editorial: PLAZA & JANES EDITORES

Colección: Generación creativa

Año de la 1ª edición: 2005

Plaza de edición: Barcelona

«Este libro -afirman los autores en una maravillosa metáfora- es un tratado de magia. Mezcla, pues, recetas y consejos para lograr encantamientos prodigiosos. Quienes dividen la magia en blanca y negra se equivocan. Olvidan que la magia más poderosa y magnífica es la del negro sobre el blanco. La escritura, y la lectura, claro, que es su complemento.»

Una vez visto en La creación literaria que para que las ocurrencias narrativas generadas por la inteligencia generadora inconsciente sean validadas o rechazadas por la inteligencia ejecutiva consciente, es necesario haber interiorizado unos criterios de evaluación o gusto creativo, nos percatamos que la mejor manera de abastecer nuestra memoria creativa es a través de la lectura. Pues bien, José Antonio Marina y María de la Válgoma, nos dan las recetas para crear una confabulación de convencidos de la magia de la lectura

Así, La magia de leer nos introduce en géneros tan variados como la poesía, la novela o las obras de no ficción, que nos proporcionan lecturas diferentes y placeres distintos.

Se trata de vencer la competencia desleal que sufre la lectura de libros de otros elementos de entretenimiento como son el móvil, las redes sociales, los juegos de ordenador, el cine o la televisión.

Pero, sobre todo, este libro enseña cómo empezar, qué leer, cuánto tiempo, cómo iniciar a los más pequeños en la escuela, cómo hacer que sea un hábito agradable y hasta cómo conseguir despertar el interés de los adolescentes y llegar a conseguir que sean lectores por placer.

Querido JA, ¿por qué sigue siendo tan necesario leer?

Porque nuestro modo principal de conocer la realidad, Quim, es leyéndola. Según los científicos, la naturaleza es un gran libro, escrito en lenguaje matemático, que es, al fin y al cabo, un lenguaje más. Y según los teólogos, convertidos en grafólogos a lo divino, la realidad entera es un gran poema escrito por la mano de Dios.

Comparas las bibliotecas con un bosque: ¡Cuántas veces le abré escuchado a mi esposa, para cuándo voy a poner más orden en mis cinco mil libros!

Dile a tu santa esposa, que me consta que también es una buena lectora, que todo el mundo sabe que una biblioteca es como un bosque. Los libros tienen algo de selvático, y no es raro que algunos autores titularan los suyos Selva de lecturas variadas. Lo corrobora Vicente Alexandre:

Oye este libro que a tus manos envío

con ademán de selva.

En La magia de leer haces especial hincapié en los beneficios que supone para los niños la lectura.

En efecto, Quim. Lo psicólogos infantiles nos advierten que leer, entre otras cosas, a un niño lo tranquiliza. Para encantar y pacificar ofrecemos la magia de la lectura. Es probable que los niños nos hayan enseñado el camino, con su fascinación por las andanzas de Harry Potter, que, al fin y al cabo, son historias de magia.

 

Escribiste un excelente ensayo sobre La selva del lenguaje, pero aquí preferís hablar de la magia del lenguaje...

Claro, Quim. La poderosa magia de la lectura se funda en dos magias previas e imprescindibles: la del lenguaje y lade la escritura. Llevamos tantos años conviviendo con ellas que ya no nos sorprenden. Por ello necesitamos desacostumbrarnos de lo cotidiano, y recuperar la capacidad de asombro. Y es que tal vez el acontecimiento más importante en la vida de un niño sea comprobar que cada cosa tiene un nombre. Todo lo que tiene que ver con el lenguaje es desmesurado y misterioso, y es a la vez trascendental y rutinario.

La magia de las palabras.

Al acercarnos a la palabra sobrecoge su complejidad, su eficacia, su maravillosa lógica, su selvática riqueza, su espectacular manera de estallar dentro de la cabeza, como un fuego de artificio, su capacidad de enamorar, divertir, consolar, y también para aterrorizar, confundir, desesperar.

Lo curioso es que en pleno siglo XXI sigamos ignorando cómo una especie originalmente muda empezó a hablar.

Cierto Quim. Nadie sabe cómo apareció el lenguaje, cómo se las arreglaron nuestros silentes antepasados para volverse locuaces. Sin embargo, lo que sí sabemos es que la inteligencia humana literalmente rompió sus límites con la aparición del lenguaje. La realidad entera quedó encerrada en las palabras, se hizo manejable, transmisible. El mundo que estaba lleno de cosas, se llenó de narraciones. Había aparecido la gran alquimia. A partir de ese momento la realidad fue lo que era más lo que se podía decir de ella.

Y posteriormente se inventaron el lenguaje matemático, el musical...

Eso sucedió, Quim, cuando aparecieron entidades difíciles de manejar con palabras por lo que se tuvieron que inventar nuevos lenguajes: la aritmética, el álgebra, las geometrías, que nos permiten contar maravillosas historias de esos ideales y archipuros. Y cuando se inventaron las notaciones musicales se alcanzó el gran prodigio de que, en las partituras, la música se puediera leer.

De la magia de las palabras se pasa a la magia de la escritura.

Lo que no es un paso, Quim, sino un salto de gigante. Dicen los expertos que solo un trece por ciento de las lenguas se escribe. Es decir, la gran mayoría son ágrafas. La aparición de la escritura debió considerarse también un espectacular prodigio. Encontramos aquí, una vez más, una inagotable pulsión de inventar. En este caso, de procedimientos para fijar gráficamente las informaciones. La escritura permitió atesorar el mundo entero. Los libros guardan la sabiduría.

Con lo que llegamos, JA, al fin, a ¡la magia de la lectura!

Aprender a leer es conseguir la llave para entrar en un mundo nuevo, hasta entonces hermético. Proporciona una alegre sensación de poder y de libertad. Ser analfabeto es un modo de esclavitud, de parálisis, de ceguera.

Afirmas que la historia de la lectura es sorprendente, que primero se leyó en voz alta.

Esto tiene que ver con la pasión que los hombres han sentido por oír contar historias. Los hombres, en todo tiempo y lugar, han disfrutado con la poesía, con las narraciones y con los conocimientos.

Querido JA dedicas tres extensos epígrafes a analizar porqué leemos poesía, novela y obras de no ficción, puedes aquí comentarlo brevemenete.

Intentaré ser breve, Quim. En primer lugar, hay que considerar la euforia de posibilidad, la intensidad, la novedad de la mirada, que nos brinda una realidad transfigurada y el encantamiento por la expresión, que caracterizan el hechizo poético. Por otro lado, no hay que olvidar que somos insaciables consumidores de emociones. Las obras artísticas intentan cambiar nuestro estado emocional de modo controlado y a hora fija. La novela, que utiliza solo la palabra para provocar emociones, introduce al lector en un mundo lingüístico. Pero además existe la actividad de pensar, como la de bailar, cantar o jugar al baloncesto, que es en sí misma placentera, aunque parezca que lo hemos olvidado. Ahí está la razón del porqué algunas personas nos interesamos por la obras que no son de ficción.

Ahora viene, JA, la pregunta del millon: ¿por qué no leen nuestros adolescentes?

Añoramos, Quim, una edad de oro de la lectura que nunca existió. Hay un error de muestra. Tal vez los universitarios de generaciones pasadas leíamos más.

No tengo esta sensación, JA, en mi facultad éramos relativamente pocos los que leíamos, más allá de los apuntes y los manuales obligatorios de las asignaturas...

Por supuesto, Quim, y además en aquella época éramos una minoría los que realizábamos estuidos universitarios comparado con ahora. De modo que en términos absolutos es posible que hoy en día se lea más que nunca. Se editan y venden más libros, son más baratos y, hay más bibliotecas y siempre nos queda internet como recurso.

¿Entonces, por qué nos quejamos?

En primer lugar, porque se lee menos que en otros países, lo cual es mal síntoma. Como curiosidad te diré que bastante más de la mitad son lectoras, de las cuales la inmensa mayoría afirmaron haber leído su último libro por diversión. En segundo lugar, y esto me resulta preocupante, el mundo de las nuevas tecnologías está fomentando el espejismo de pensar que estar conectado a grandes fuentes de información accesible resuelve todos nuestros problemas. Un burro conectado a internet sigue siendo un burro.

Ja, ja, ja.

La lectura se encuentra acosada por la competencia de otras fuentes de diversión e información, en especial los medios audiovisuales, que ejercen desde la infancia una poderosa fascinación. La magia de la lectura se enfrenta, pues, con otras magias muy poderosas, que utilizan una competencia desleal. La televisión, por ejemplo, se convirtió en la gran disuasora de la lectura, alejó a los niños de los libros. Leer que antes era la diversión, la magnífica válvula de escape, se ha tornado en comparación un quehacer arduo y desangelado.

Dedicas, en este sentido, JA, un interesantísmo capítulo a la «dificultad de leer».

Los niños, los adolescentes o los adultos no pueden encontrar ningún entretenimeinto, y menos aún diversión, si les fatiga leer, si les exige un esfuerzo desmedido, si están estregados por la prisa. La escritura es un vehículo poco natural, abstracto e impersonal, que carece de las cualidades comunicativas del lenguaje hablado: la expresión, el gesto, el tono, la presencia del hablante.

Lo que nos lleva a la dificultad de la comprensión lectora que atisbamos en nuestro estudiantes y de la que tanto nos quejamos los docentes.

Llegar desde el reconocimiento de las palabra s hasta la comprensión del texto exige la colaboración de muchos elementos. El lector tiene que ir más allá de lo leído y sacar conasecuencias, aplicar conocimientos, suponer, corregir. No es de extrañar que los escolares tengan tantos fracasos, ya que se enfrentan a diversos problemas.

¿Cuáles?

1) Difucltades para aprender a leer.

2) Dificultad para despegarse del texto, al no saber aprovechar información de mayor nivel.

3) Difucltad para aplicar habilidades lectoras en ciertas situaciones: algo que no se ha comprendido del todo es algo que debe ser releído. Esto exige una actividad reduplicada, que el lector experto realiza sin darse cuenta, pero que al principiante le provocan sudores de alpinista.

Ergo, aprender a leer es aprender a comprender.

Sí, Quim. Y el problema radica en cómo se hace.

A ti te lo pregunto, JA: ¿cómo se hace?

El niño tiene que poseer en su cabecita interiorizados muchos modelos del mundo que le permitan suplir los vacíos del texto. Erróneamente nos parece que el significado está contenido en el texto, como el agua en una botella. Sin embargo, en una frase no está contenido ningún significado. Solo hay un conjunto de pistas, de indicios, que permitirán al lector reconstruir el sentido.

Lo que v mí entender, JA, nos remite una vez más a elogiar la memoria, desgraciadamente tan denostada.

Por supuesto, Quim. La comprensión del discurso se guía desde fases muy tempranas por los modelos de funcionamiento del mundo que guardamos -amartillados, prestos a ser disparados por un estímulo lingüístico- en la memoria, Si alguien nos dice: «El cliente pagó exactamente la cuenta y el camarero se cabreó», solo podremos comprender la expresión si conocemos el modelo a que hace referencia. Los camareros no esperan exactitud sino propina. Es decir, como tú dices, comprendemos a partir de una memoria activa. Asi pues, la pasividad y la ignorancia son grandes barreras para la comprensión.

La consecuencia lógica a esto, JA, es que cuanto más leemos, más comprendemos, ¿no es así?

Desde luego, Quim, la comprensión de los niños está también influida por la cantidad de lecturas que realizan. Emerge una dinámica expansiva, un círculo virtuoso. La habilidad de leer hace que los niños lean más, y los niños que leen más muestran cada vez más habilidad para comprender.

Lo que también, JA, puede deprimirnos, ya que, si la habilidad para leer es una condición necesaria para adquirir el gusto por la lectura y leer mucho es a su vez una condición para adquirir la capacidad de comprensión, parece que vamos a parar a un callejón sin salida.

Afortunadamente, Quim, la comprensión lectora de los niños está influida asimismo por la de sus padres. Los preescolares cuyos padres les cuentan y leen historias aprenden cómo tienden a desarrollarse esas historias, lo que facilita comprenderlas cuando comienzan a leer.

Cierto, JA, pero eso dificulta la igualdad de oprtumidades en función de la familia en la que uno nace...En todo caso, también sitúa la pelota en el tejado de la educación, que tanto tú y yo reivincamos, hasta el punto que servidor ha escrito y publicado recientemente un extenso libro sobre el tema:

Y es que conseguir que nuestros alumhijos lean es estratégico.

En La magia de leer, Quim, se dan tres razones para que padres, maestros y profesores fomentemos la lectura de sus alumhijos.

Enuméralas, JA, por favor.

1) Nuestra inteligencia es lingüística.

2) El fondo de nuestra cultura es lingüístico.

3) Nuestra convivencia es lingüística.

Me interesa mucho, tú lo sabes de primera mano JA, la inteligencia.

Nuestra inteligencia es lingüística porque no solo pensamos mediante conceptos, que están empalabrados, sino que manejamos mediante palabras nuestros mecanismos intelectuales: la memoria, la planificación y la acción voluntaria. Hablamos a los demás, pero continuamente nos estamos hablando a nosotros mismos. En ese intercambio íntimo nos transmitimos información y también nos damos órdenes y nos hacemos preguntas.

De nuevo, la memoria.

Sí Quim. Hay una memoria espontánea que nos permite reconocer las cosas, pero hay también una memoria voluntaria. Buscamos recuerdos y dirigimos nuestra búsqueda mediante preguntas que nos formulamos a nosotros mismos. La reflexión es asimismo otro de los mecanismos lingüísticos de la inteligencia. Analizamos nuestras creencias, sentimientos y acciones. Y lo hacemos, claro está, mediante la palabra.

Una vez enumeradas las razones por las que los educadores debemos fomentar la lectura de nuestros alumhijos, la pregunta es ¿cómo fomentar las ganas de leer?

El deseo de hacer algo depende del atractivo que muestra esa acción, y el atractivo es directamente proporcional a la satisfacción producida, e inversamente proporcional a la molestia necesaria para conseguirla. La fórmula de la acción puede expresarse de la siguiente manera:

Cuanto más elevado sea el resultado de este cociente, mayor será el atractivo de la acción.

¿Y dónde queda el sentido del deber?

Cierto. Aquí estamos hablando de las ganas de hacer algo, por ejemplo, leer -de la motivación-, pero a las claras está que podemos hacer cosas sin tener ganas de hacerlas, por ejemplo, cuando sabemos que son buenas (y leer lo es) o que es nuestro deber hacerlas. Es el tema de la voluntad. Sin embargo, en La magia de leer no nos ocupamos del «deber de leer», sino de las ganas de leer sin necesidad de apelar al deber.

¿Y cuál es la estrategia?

Lo primero es hablar con pasión. Los educadores debemos contagiar el entusiasmo por la lectura de despertando emociones profundas. El entusiasmo se transmite como una promesa de felicidad. Esta es la primera receta mágica.

Si contagiar el entusiasmo por la lectura es la primera receta mágica es que hay más...

La segunda es proporcionar adecuados ejemplos. Lo seres humanos tendemos a imitar a las personas que queremos, admiramos o por las que deseamos ser aceptados.

Entiendo que esto significa, JA, que nuestros alumhijos nos vean leer. ¿Cuál es la tercera?

Premiar la lectura. Los seres humanos tendemos a repetir los comportamientos que resultan premiados.

Tengo una amiga, catedrática de historia, que supeditaba la paga semanal a sus hijos adolescentes al número de libros que habían leído durante esos siete días. Sus hijos, hoy ya personas adultas son, en efecto, grandes lectores. ¿Alguna receta más?

Crear el hábito. Los hábitos son grandes productores de deseos. Gracias a ellos podemos educar las aficiones.

¿Y ya está?

No, todavía disponemos de un recurso más: por debajo de nuestros afectos, expectativas, sentimientos, hay un sistema de ideas y creencias básicas. Para que la educación sea eficaz debemos intentar cambiar creencias básicas sobre en qué consiste ser inteligente, sobre la relación con el futuro, sobre la necesidad de elaborar un proyecto personal, sobre la cultura y la convivencia (que como he dicho antes también son lingüísticas). La quinta receta mágica, es cambiar el sistema de creencias acerca de la lectura o al menos eliminar los prejuicios en contra.

¿Alguna más?

Sí. La última consiste en allanar el camino. De nada sirve incidir en el numerador de la fórmula anterior, en aumentar la satisfacción, si no reducimos el denominador, es decir, si no aminoramos la dificultad que supone leer y comprender. Cuando una actividad resulta excesivamente dolorosa o extenuante, corremos el peligro de no disfrutar de ella.

Pero no todos los esfuerzos son dolorosos, sobre todo si los vemos como retos.

Cierto, no todos los esfuerzos son disuasorios, sobre todo si los enmarcamos en la superación personal, en el afán de conseguir metas. La motivación del logro, como apuntas muy bien, Quim, compensa los esfuerzos. Pero es incuestionable que facilitar la realización anima a actuar. Y en este punto debemos retomar la idea de hábito. Los hábitos son grandes facilitadores porque nos permiten automatizar parte del comportamiento, con lo que se aligera el esfuerzo.

En fin, JA, parafraseándote: ¡No seamos imbéciles! ¡Leamos, por favor!

 

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