NO ES QUE ÉSTE PECÓ
NO ES QUE ÉSTE PECÓ
Pastor, Jorge L. Cintrón Calzada
Mensaje para ser predicado en el Pabellón de Oración de la Primera Iglesia Bautista de Cayey, Puerto Rico el 2 de noviembre de 2024, 10:15am
Texto Bíblico: Juan 9:24
“Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Los evangelios presentan, si no me equivoco, diecisiete (17) sanidades específicas que realizó Jesús. Sanó: ciegos, paralíticos, leprosos, hombre con mano seca -tullida, no podía moverla-, sordomudos, mujer encorvada, cojos, etc. Marcos 1:34 señala que: “Sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades”
El libro del profeta Isaías dice: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53: 4,5)
El evangelista Mateo después de presentar varias sanidades realizadas por Jesús hace referencia a lo dicho por Isaías. “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.” (Mateo 8:16,17)
Pedro en su primera carta también cita a Isaías de esta forma: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24)
Conversando hace muchos años atrás con un ministro bautista que llegó a tener bastante reconocimiento entre los bautistas y entre los evangélicos en Puerto Rico me dijo más o menos así.
-Jorge, hoy por hoy, la medicina ha avanzado bastante. No es como en los tiempos de Jesús.
Un ejemplo; me dijo; -hoy hay espejuelos no hay necesidad de estar orando por los que tienen problemas de visión. Añadió, Dios nos ha bendecido con los oftalmólogos
Dibujé una sonrisa en mi rostro y me retiré amablemente de su compañía.
Hay creyentes que circunscriben los beneficios del sacrificio de la Cruz de Cristo solamente a la experiencia de la salvación del pecado. Definitivamente el beneficio más extraordinario del sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario es la salvación. Pero ese sacrificio también tiene otros beneficios para el creyente. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.” (1 Tesalonicenses 5:23,24)
Jesús, en una ocasión, al salir del templo, vio un joven que había nacido ciego.
Los discípulos le preguntaron a Jesús: -Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?
Jesús les respondió: -No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.
Jesús escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé. El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver.
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Es interesante notar que este ciego de nacimiento no le dice a Jesús que quiere ser sanado antes que le unten lodo. Él no sabía quién le había untado lodo y le había enviado a lavarse al estanque de Siloé.
La mujer de flujo de sangre fue sanada al instante sin haberle dicho Jesús que la sanase.
Al paralítico que bajaron por el techo Jesús lo sanó al ver la fe de aquellos que lo habían traído ante Él.
Jesús le dijo a un padre que trajo su hijo ante Él: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible.” Inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: “Creo; ayuda mi incredulidad” y el muchacho fue restaurado.
Jesús le preguntó a Bartimeo cuando vino ante Él: “Qué quiere que te haga?”
Dios se encarnó en Jesús para mostrarle al mundo su amor y para restaurar la relación del hombre con Él. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16) Jesús no vino para sanar las enfermedades de las personas, pero porque ama hizo milagros de sanidad para que las obras de Dios se manifiesten entre los hombres.
El joven que había nacido ciego que al salir del templo Jesús vio no hizo ninguna expresión de fe antes de ser sanado, pero la obra de Dios se manifestó en él.
Jesús se encontró con el joven después que regresó del estanque de Siloé y le preguntó: —¿Crees en el Hijo del hombre?
El joven le respondió: —Señor, dime quién es, para que yo crea en él.
Jesús le dijo: —Soy yo, el que habla contigo.
Entonces el joven se arrodilló ante Jesús y le dijo: —Señor Jesús, creo en ti.
Ese joven al ser sanado encontró el amor salvador de Jesús.
Durante mis primeros años en el pastorado escuché al Rev. Dr. Fidel Mercado; excelente teólogo puertorriqueño que dirigió las Iglesias Bautistas de Puerto Rico y el Seminario Evangélico de Puerto Rico, morando hoy con el Señor, presentar un mensaje haciendo referencia a la resurrección de Lázaro. Luego de hacer una extraordinaria presentación sobre la resurrección de Lázaro señaló más o menos lo siguiente: “Saben que después de Lázaro fue resucitado se volvió a morir.” Prosiguió y señaló: “Entiendo que la mujer que fue sanada de aquel flujo de sangre después volvió a enfermarse y no sé cuál fue la condición, pero también murió.
Las obras amorosas de Dios se manifiestan entre los hombres sanando enfermedades, pero también se manifiestan sosteniendo a las personas en medio de las enfermedades. No quiero que vaya a ver una mala interpretación sobre la acción sanadora de Jesús en el cuerpo de los hijos de Dios.
Pablo al escribir su segunda carta a los corintios señala que tiene un aguijón en su carne. Muchos estudiosos señalan que probablemente Pablo padecía de una grave afección estomacal. Pablo afirma: “Tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Corintios 12:8-10)
Jesucristo al morir en la Cruz del Calvario hizo algo muy grande por mí. Me salvó de toda consecuencia de pecado. Mi experiencia de salvación incluyó todo lo que yo soy: mi espíritu, mi alma y mi cuerpo. Mi Dios es el Dios que cuando yo reconocí públicamente a Jesucristo como mi Salvador personal me declaró su hijo. Salvo mi vida. Y se convirtió en mi restaurador. Jesucristo llevó las dolencias de mi cuerpo en la Cruz del Calvario. Yo no tengo porque llevarlas