Esa odiosa pandemia.
“¡Oh habitantes de Tebas mi patria! ¡considerad aquel Edipo que adivinó los famosos enigmas y fue el hombre mas poderoso, a quien no había ciudadano que no envidiara al verle en la dicha en que borrasca de terribles desgracias está envuelto! Así que, siendo mortal, debes pensar con la consideración puesta siempre en el último día, y no juzgar feliz a nadie antes que llegue el término de su vida sin haber sufrido ninguna desgracia.”
Sófocles Edipo Rey
Nina está sentada frente a mí, no me mira. Su madre insiste para que me cuente, para que se conecte. Ella sigue allí con su cabello oscuro negro brillante, cabizbaja pero inexpresiva. Yo me sentía triste de volver a verla así, como cuando la conocí.
A: “Nina, por favor… yo necesito entender que está pasando.”
Nina levanta sus ojitos, me mira y me pregunta: “¿vos querés saber por qué no aprendo?”
A: “¡Sí!” exclamo esperanzada.
Nina continúa: “(…) lo que pasa es que yo cuando la maestra habla me cuento cuentos en mi cabeza…. O veo películas, o juego a los video juegos…”
Me sorprende el modo preciso en que describe la realidad.
A: “No querés estar ahí… no tenés interés.”
Nina: “Es que no me gusta esta escuela…” y empieza a llorar… “me di cuenta de que la escuela que yo soñaba encontrar no existe más. No me siento con mis amigas, no podemos jugar como antes, no hay quiosco para comprar en los recreos. NO me gusta esta escuela”.
Me dirijo a la madre y le digo: “Nina está triste. No se trata de conductas autistas, como le preocupa a la escuela. Simplemente está de duelo, como todos nosotros, por los sueños que perdió.”
Cuando uno está dispuesto a escucharlos, los niños echan a andar sus relatos y brindan la mirada más rica y dolorosa de esta vida que hoy miramos como por un agujero.(1) Y yo me reconozco entonces en el lenguaje franco, profundo y directo de la infancia. Justamente pienso que ese lenguaje infantil, el del inconsciente, es el que hoy me permite entender mejor algo de este tiempo horrible que parece imperecedero, interminable, endémico más que pandémico. La clínica con niños es la que me estimuló, ¿O debiera decir me obligó? a desarrollar una mayor creatividad en mi trabajo en medio de esta odiosa Pandemia (parafraseando a Sófocles en Edipo rey cuando dice “esa odiosa epidemia”) ¿Pero qué proceso nos relata Nina? Para entender dejemos que intervenga la bruja metapsicología, ya que pienso que sin un especular y un teorizar metapsicológico, o un fantasear, nos será muy difícil abordar la tragedia y avanzar en la comprensión de nuestra práctica hoy.
Vemos acá, en el caso de Nina, un buen ejemplo del interjuego entre la realidad externa y el mundo interno. Si como sabemos una de las fuentes del sufrimiento nos viene del mundo exterior que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, el virus sería una explicación suficiente para todos los síntomas, incluidos los emocionales. No quiero con esto quitarle importancia al impacto de la tragedia. Para abordar los efectos del trauma, sabemos que tiene que pasar un tiempo respecto del hecho ocurrido. Por ahora seguimos viviendo en medio de la trágica peste que nos azota, como a Tebas, y aunque estamos ya viendo algunos de sus efectos, es prematuro hablar de lo que nos dejará como secuela. Sin dudas es algo muy penoso que le impone un trabajo inmenso al aparato psíquico y mucho más al de los niños. Como sabemos todos estamos en una terrible tormenta, pero no navegamos con el mismo barco. Y es desde la propia realidad interna que responderemos a la pandemia y sus estragos.
Lo cierto es que desde que comenzó la pandemia estamos todos convocados al “aislamiento”. Nos “confinamos” para vivir en un mundo a través de las pantallas, un mundo bidimensional, donde además el contacto es peligroso, la distancia cuando nos vemos con quienes antes nos abrazábamos se impone casi como un remedio. Todos estamos sometidos al mandato de cancelación del mundo externo y a la propuesta de continuar con todas nuestras actividades “a distancia”. Por lo tanto ¿Qué nos dice Nina? En primer lugar, como en cualquier duelo, ella tenía una expectativa de reencuentro con su escuela/mundo anterior que ya no está. Y frente a tamaña frustración Nina se sustrae de esa realidad y se refugia en otra que le resulta menos penosa. ¿Estamos en el terreno de una sustitución psicótica? Al principio podríamos pensar en algo parecido a una Amencia de Meynert donde, ante la pérdida, se restituye lo perdido de un modo alucinatorio, como esa madre que, ante la muerte de su bebé, mece un tronco como si fuera su hijo. No se anoticia de la pérdida. No parece ser el caso de Nina. Nina está bien enterada de la pérdida sufrida. Lejos de refugiarse en otra escuela, lo hace en actividades que le dan placer, a las que estuvo echando mano en tiempos de cuarentenas interminables. Entonces ¿Cuál es ese proceso que tiene lugar?
Sabemos que la resignación del vínculo con la realidad no es privativa de la psicosis. En la neurosis también se da dicho proceso, dice Freud. Sin embargo, hay una particularidad en las neurosis y es que de ninguna manera es cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aún lo conservan en la fantasía(2). Es decir que Nina reemplaza esta realidad que no le gusta por otra en su fantasía que sí le agrada. ¿Qué es lo que me preocupa en Nina? La renuncia a prestar atención para encontrar placer y satisfacción en el vínculo con esta nueva escuela, con esta nueva realidad.
El vínculo con la realidad en la pandemia.
La introversión de la libido es un proceso característico de la neurosis. Recordemos que el término “introversión” fue acuñado por Jung, pero Freud, en pleno conflicto con él, vio en la ampliación de la utilización de este término por parte de Jung hacia la psicosis un intento de desexualizar la libido. Ese fue el motivo por el cual Freud apuró la publicación de su trabajo Introducción del narcisismo. Así, si en el caso de Nina, estuviéramos en el terreno de la psicosis, el mecanismo en cuestión sería justamente el de la retracción libidinal. Aclaremos entonces algo más sobre la pelea de Freud con Jung. Esto tiene importancia porque al discriminar la introversión que implica la libido objetal, aunque colocada en los objetos de la fantasía, y la retracción narcisista, que implica la regresión de la libido al narcisismo, donde el yo se toma a sí mismo como objeto de amor, Freud mantenía el carácter sexual de la libido y se oponía de ese modo a una única libido indiferenciada. Ese era el punto de conflicto y de ruptura con Jung. Hoy, a 107 años de ese parto difícil que fue “El Narcisismo” (3) podemos observar y diferenciar en plena pandemia los mismos mecanismos.
Por eso en las reacciones que vemos ante la imposición de los confinamientos, discriminar estos aspectos es importante. El vínculo con la realidad se ve siempre afectado tanto en neurosis como en psicosis, ya que es en la realidad donde se encuentra el objeto capaz de brindar la satisfacción pulsional/ instintiva. Sin embargo, es importante entender e indagar el sentido de cada conducta tanto en niños como en adultos.
Me gustaría aclarar que hay un gran número de personas que han encontrado los modos de vérselas con la Pandemia y sus consecuencias sin necesidad de “enfermar”. Muchos han hecho verdaderos pactos de ficción como el que ocurre en el teatro entre los actores y los espectadores, estas personas han podido armar burbujas que les permiten inventarse una cotidianeidad que no se contamine con el virus, la enfermedad, la muerte y el miedo.
Por otra parte, es importante señalar la diferencia entre el duelo y las conductas patológicas. El duelo es un proceso normal que generalmente no requiere de una intervención psicoanalítica, tan solo un acompañamiento que puede ser también una colaboración para ayudar a elaborar las pérdidas. Aún así entendemos que es importante estar atentos a las manifestaciones que aparecen en los niños y adultos como las que presenta Nina ya que sabemos que la retirada de la libido a los objetos de la fantasía es un paso previo para la formación de síntoma. Y si bien sabemos que un introvertido no es todavía un neurótico, también sabemos que se encuentra en una situación lábil; al menor desplazamiento de fuerzas se verá obligado a desarrollar síntomas, a menos que haya hallado otras salidas para su libido estancada. Cabe agregar que esta satisfacción neurótica es irreal y de alguna manera la permanencia en la introversión determina un cierto descuido por diferenciar entre fantasía y realidad.
Otro tema que me parece importante pensar es el de las alteraciones del dormir en niños y adultos. Así, Zoe, una niña de 9 años, en plena cuarentena del 2020, luego de varios meses de no asistir a la escuela, comenzó a mostrar un total desinterés por casi todo lo que antes le gustaba. Costaba mucho despertarla, dormía horas demás, no se quería levantar para asistir al zoom de su colegio, sólo quería estar tirada en la cama mirando la televisión. Los padres habían tomado la decisión de mudarse a la casa de campo y ella no quería ni salir al jardín. Una niña que había sido muy entusiasta en el aprendizaje no tenía interés por conectarse a su “escuela virtual”, así como había perdido el interés en las cosas que amaba de su casa de campo. Agreguemos que había dejado de ver a sus abuelos, con quienes antes de la pandemia, mantenía un ritmo semanal de almuerzos, salidas, tiempo juntos y que además esto propiciaba encuentros muy divertidos para ella con sus primos. Llamaba también la atención cuánto dormía y costaba despertarla, incluso los fines de semana.
En algún momento la imagen que se me aparecía era la del hospitalismo en los bebés, que se desconectan ante la pérdida de expectativa de que el objeto se haga presente. Entendía que Zoe había perdido la expectativa de reencontrarse con personas queridas, así como la escuela y su mundo anterior. Tal vez no podía decirlo tan claramente como Nina, pero lo manifestaba con estas conductas.
Sabemos que el dormir es una regresión de la libido al narcisismo primitivo lo que permite al yo la satisfacción alucinatoria de deseos, ya que el deseo de dormir procura recoger todas las investiduras emitidas por el yo y establecer un narcisismo absoluto. O sea que Zoe, como muchas personas, encontró en este estado la posibilidad de cancelar un mundo doloroso, para replegarse y tal vez perderse en algún sueño placentero, podemos decir en la psicosis del dormir[4].
Otras personas manifiestan lo opuesto: una alteración del sueño, imposibilidad de dormirse, un total desajuste de horarios y ciclos de vigilia y sueño.
El tiempo:
La alteración del tiempo, debido a que las rutinas se perdieron por el encierro prolongado, hizo que muchas personas no supieran bien en que día estaban y tuvieran que hacer esfuerzos incluso para recordar el año. Como si el tiempo que organiza el ir y venir del trabajo a la casa, o a la escuela, se hubiera detenido y con eso también una cierta organización interna, incluso, de la memoria. Vivíamos en un tiempo como de sala de espera. Una sala de espera que posterga todo lo que le da sentido a nuestras vidas.
Si como le dijo Freud a Marie Bonaparte, nuestro sentido del paso del tiempo se origina en la percepción interna del transcurrir de nuestras vidas, es lógico que esta pausa a la que estábamos obligados tuviera consecuencias.
Así una adolescente describía con mucha sabiduría el impacto que le producía la sesión a distancia. Decía que había perdido los “tiempos entre”: entre la salida del colegio y el viaje al consultorio, entrela caminata desde el consultorio a su casa donde va pensando acerca de la sesión y retornando de a poco a ese otro tiempo compartido con los otros.
La inmediatez que implicaba la sesión virtual desde su casa le obstaculizaba sumergirse en ese tiempo sin tiempo de la sesión. La duración de ese tiempo en suspenso resultó finalmente en una urgencia. Urgencia por volver a nuestra vida anterior, por volver a abrazarnos, por retomar la presencialidad en todas las actividades. Por eso pienso que, cuando al llegar el verano, los jóvenes se amontonan y organizan fiestas clandestinas y de las otras expresan la desesperación por salir de ese tiempo de sala de espera.
Mauricio Abadi está en lo cierto cuando dice que el tiempo es ininterrumpidamente desestructurado y reestructurado para ser instrumentado como significante privilegiado de la vida y de la muerte. Otro tema interesante es el del tiempo libre durante la cuarentena. Si en nuestra civilización una preocupación fundamental es el tiempo sin uso, en la pandemia casi se ponderaba el hecho de contar con ese tiempo sin uso. Desde los gobiernos y los medios se hablaba de la ventaja de contar con ese tiempo libre, tiempo con el que no contamos normalmente. Sin embargo, una de las preocupaciones de mucha gente era evitar el aburrimiento. Muchos se sentían sumergidos en un tiempo muerto, que no era utilizado para algo útil, significativo, sino que los confrontaba con el vacío en el que vivían. El aburrimiento que algunas personas temían podía ser un detector de la nada que el tiempo encubre y enmascara con diversos fetiches. El vacío de la propia vida se hacía presente en ese tiempo detenido, en esa queja acerca del tiempo que no pasa y que deja al descubierto la insatisfacción.
Pude observar que, cuando en mayo de 2021 volvieron a anunciar unos diez días de estrictas restricciones, mucha gente se angustiaba recordando la larga y penosa cuarentena del año anterior. “No lo voy a tolerar”, “no sé cómo voy a hacer” eran frases comunes. Vemos en esas reacciones desmedidas el segundo tiempo del trauma, el temor a eso de que el tiempo no pasa, un modo de aludir a la fijación al trauma. En ese contexto, con algunos pacientes, yo tomé la actitud de ayudar al principio a organizarse con un aviso respecto de la sesión del día, cosa que muchos agradecieron. Y hago en este punto una reflexión: la importancia de salirse de los esquemas rígidos para llevar adelante una clínica frente a un acontecimiento disruptivo y novedoso. Así frente al tiempo estancado el análisis se proponía como en un tiempo diferente que podía ofrecer algún cambio a través de la elaboración, un tiempo que fluye y que permite así a través de los sentidos que se otorgan liberarse del tiempo muerto, ya que el tiempo que fluye abre las puertas de los proyectos posibles, de la creatividad.
Muchos analistas decidimos trabajar hasta los feriados ya que los días transcurrían todos iguales, muchas veces sentados en el mismo sitio de la casa durante horas.
Sabemos que el trabajo tiene un valor muy importante para la economía libidinal, por el modo en que liga a la persona tan firmemente a la realidad, que además lo inserta de manera tan segura a la comunidad humana. Sabemos también que da la posibilidad de desplazar sobre el trabajo profesional y sobre los vínculos humanos que con él se enlazan una considerable medida de componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y hasta eróticos por eso aparece como indispensable para afianzar y justificar la vida en sociedad. Por lo tanto quienes tenemos ese privilegio de haber elegido lo que nos gusta y haberlo conservado mientras otras personas perdían masivamente su fuente de trabajo, encontramos en la posibilidad de continuar con nuestra tarea una salida creativa y vital frente a la muerte que nos rodea. Así me reencontré con esa frase tan linda de Freud que dice que el trabajo es poco apreciado como vía hacia la felicidad por los seres humanos. Pienso que en estos tiempos se aprecia cada vez más la importancia de trabajar en aquello que elegimos y nos hace felices, en tanto para muchos, tal vez la mayoría, sólo lo hacen por fuerza mayor y de allí surgen los problemas sociales e individuales más difíciles.
Volviendo a la percepción del tiempo durante la pandemia, en un determinado momento llegando el mes de febrero de 2021, habiendo retomado la presencialidad con algunos pacientes, de pronto, al llegar al consultorio, me encontraba perdida. Me costaba recordar a quienes vería ese día teniendo que consultar mi agenda, cosa que habitualmente no necesito hacer. Por otra parte, cometí algunos errores al acceder a ciertos cambios de horarios que algunas personas me pedían. Empecé a preguntarme qué me ocurría, ya que consideraba que estos eran fallidos. Había algún acontecimiento de mi vida personal que los había desencadenado, pero también entendí que para esa fecha yo solía tomarme todos los años vacaciones y viajar. Este año me encontraba imposibilitada de viajar y no se me había ocurrido tomarme vacaciones. Así fue como me di cuenta de que las estaba necesitando y pude organizar algún tipo de vacaciones, de descanso de verano, que por cierto fue muy placentero y reparador.
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Aquel crudo relato que hacía Nina de lo que ya no está, de aquello que se perdió, se contrapone con la actitud de Darío. Durante el 2020 luego de más de tres meses de confinamiento, cuando los niños tuvieron permitido salir a la calle, decidí pasar de la modalidad virtual a la presencial a todos los chicos que atendía. Cuando Darío entró a mi consultorio empezó a recorrerlo mientras decía conmovido: “¡Ay la casita! ¡Ay el pizarrón!, ¡Mirá, mamá ahí está el tren!” y así enumeraba cada cosa que estaba en su lugar. Darío estaba aliviado y sorprendido porque no las había perdido. Y como desde hace tiempo he decidido que un analista tiene que ser capaz cuando escribe de confesar sus sentimientos, entonces tengo que confesar que a la madre de Darío y a mí se nos cayeron las lágrimas. Todos estábamos elaborando algo en conjunto, aunque cuando yo, desde mi lugar de analista, contara con más herramientas para conducir ese proceso. En este caso Darío nos ayudaba a los adultos a comprender que forma parte de ese estado de duelo, de dolor, sentir que nada volverá a ser como antes. Sin embargo, este chico nos decía que había cosas intactas. No tan sólo los juguetes concretos de mi consultorio y mi consultorio mismo, sino también la analista, estaba allí, intacta, esperándolo. Estos objetos y este ambiente representaban también el mundo interno de Darío, quien contó con padres muy presentes para sostener su educación a distancia, su análisis a distancia, y su vida en familia. Darío fue de los pocos chicos que nunca dejó de ver a sus abuelas. Los padres tomaron esta decisión, tal vez en un acto de desobediencia civil saludable, con todas las precauciones y protocolos necesarios. Nunca les trasmitieron a sus hijos, ni de manera consciente ni inconsciente, que ellos tenían la posibilidad de matar a sus abuelas, como fue el caso de una niña que cuando le dijeron que ya podía reencontrarse con sus abuelos se puso a llorar gritando que no porque podía matarlos.
¿Y cuál era la realidad entonces? La realidad una vez más podemos decir que era según como cada uno la procesara o se sometiera a los discursos oficiales que, por otra parte, fueron cambiando y seguirán cambiando, en el decir de todos los gobiernos del mundo. El historiador Yuval Noah Harari afirma que la pandemia ha sido un éxito en cuanto al trabajo de los científicos del mundo y un fracaso de la política a nivel mundial. En seis meses, el trabajo de los científicos logró identificar el virus y desarrollar las vacunas necesarias. Afirma también Harari que, si no hubiera sido por la mezquindad de la política mundial, ya habríamos superado esta pandemia.
La incertidumbre parece provenir más de temas sociales que científicos, la humanidad ya no parece indefensa frente al hiperpoder de la naturaleza si no fuera por el malestar en la cultura, la convivencia, la pulsión de muerte, la capacidad destructiva/ autodestructiva de los seres humanos.
Negacionismo y dramatismo: dos posiciones frente a la realidad de la pandemia.
La negación suele ser una salida del tipo maníaca frente a la dolorosa realidad. Sin embargo, en cierta medida todos la utilizamos cuando desarrollamos nuestra vida, nuestros proyectos y no estamos ensombrecidos por ese pensamiento melancólico de para qué, si total nos vamos a morir. Digamos que es una dosis normal y necesaria para proyectarnos en la vida.
Desde que la pandemia comenzó hemos asistido a todo tipo de manifestaciones en el mundo, que podríamos caracterizar de delirantes, desde la negación de la existencia del virus hasta la quema de barbijos y la idea de un invento a nivel mundial para el establecimiento de un nuevo orden. Dejo aparte el tema de que alguien pueda utilizar la pandemia para establecer un nuevo orden mundial. Una cosa es aprovechar la situación actual y otra desconocer la existencia del virus.
Un tema importante es la reacción de los jóvenes en el mundo luego de los confinamientos y las restricciones excesivas. Casi me cuesta entender que nos sorprenda. Todos sabemos que vivir sometidos a tanta represión, incluso por efecto del sometimiento al superyó, cuando estas restricciones se liberan, se sale con mucha violencia y agresividad que se vuelca al exterior. Y a eso pareciera que estuvimos asistiendo en estos tiempos de apertura de restricciones. ¿Nos olvidamos de que los gobiernos se sintieron con el derecho a decirles a las personas de qué modo tenían que vivir su sexualidad? La reacción de los jóvenes, quienes salieron en masa a organizar fiestas más multitudinarias que antes de la pandemia, no sólo confirma la agresividad contenida previamente, sino que, ante el aumento de casos, con su conducta, se ofrecen para que se justifique el hecho de la necesidad del encierro: “¿ves que te tengo que encerrar?”, “¿Ves que no podes solo?”. El “no pasa nada” era algo que se escuchaba en los jóvenes durante el verano, me refiero al verano local. Por mi parte, en los análisis ayudaba a enfrentar la dolorosa realidad de tener que aceptar que hay que aprender a convivir con este virus por lo menos por algún tiempo y que algo pasa y es serio. En ese sentido lo que observé fue que cuando los jóvenes aceptan el riesgo vigente, organizan su socialización tratando de cuidar a sus mayores, incluida yo. Entonces me avisaban: “Estuve en una reunión con algunas personas voy a tener la sesión virtual esta semana para cuidarte” y además se aislaban en sus casas, o se juntaban en casa de amigos para evitar contagiar a sus padres. Luego, cuando fue posible empezaron a testearse para estar más seguros aún de cuidar a los que tienen a su alrededor. Parece importante entender que los tiempos no son todos iguales en la pandemia y requieren de medidas diferentes según el “pico” de las diferentes olas. Y que esa alternancia es necesaria para tolerar emocionalmente tanta restricción.
El otro extremo es el del dramatismo excesivo. No poder sustraerse de ninguna manera de la idea de que Pandemia es sinónimo de muerte sí o sí. Es un equilibrio muy particular el que exige tener consciencia todo el tiempo del momento que se vive y entender que la prolongación que la pandemia está mostrando nos exige aprender a convivir con ella, sin descuidar muchas otras cosas que hacen a nuestra salud. Para algunos el dramatismo hace que no puedan moverse de sus casas y que ni siquiera el hecho de estar vacunados les permita sentir algún alivio. Con esto quiero decir que lejos de promover que con la vacuna hagamos de cuenta que no pasa nada, propongo que nos brinde algún alivio, o por lo menos tranquilidad respecto de saber que la forma grave de la enfermedad queda como una opción prácticamente lejana.
Sabemos que la mirada de excesivo dramatismo nos habla del sometimiento al influjo del superyó que no nos permite ver salidas. Porque si ni las vacunas nos alivian un poco, entonces ¿por qué hay países que tienen la exigencia hoy para recibir turistas extranjeros de que tengan el cronograma completo de vacunación? ¿Cuál es el mecanismo que impide que tengamos alguna esperanza? Tal vez sea una imposibilidad de poner un freno a todas las fuerzas destructoras con las que tenemos que lidiar a diario. Tal vez obedezca a la ilusión de eternidad que se tenía antes de la pandemia, ya que lo doloroso es parte de la vida, así como la muerte. Entiendo que cada uno tendrá su historia. Hay quienes conviven con personas que tienen comorbilidades que las hacen más vulnerables al virus y probablemente nada les permite relajarse. Sin embargo, es bueno pensar que para esas personas la vacuna es un alivio y su vulnerabilidad no sólo está dada por la pandemia, sino por su situación personal de antes de la pandemia. Así es como vemos que el mundo externo y su lectura puede teñirse del estado de nuestro propio mundo interno.
El dramatismo excesivo, la desesperanza continua, la falta de alivio ante algunos avances científicos frente al virus son otro tipo de virus, otra pandemia: la del miedo y el horror con el que nos castiga el superyó. Podemos avanzar un poco más y entender ese dramatismo como sentimiento de culpa. “¿Culpable yo? ¿De qué?”. “Del virus, de la pandemia, de haberte descuidado por eso te contagiaste” dice la voz del superyó encarnada a veces en mensajeros exteriores. Asistimos, como en la tragedia de Edipo, a la búsqueda de culpables, como en la explicación que en la tragedia de Sófocles hace el oráculo. También buscamos entre nosotros a los culpables del aumento de casos: los runners, la escuela, los jóvenes, tal o cual dirigente. Aquél que no puede relajarse carga consigo eternamente la culpa de la tragedia que hoy tiene cara de peste pandémica.
Así llegamos a Hernán, quien se fue a vivir a Europa hace ya unos dos años. Al poco tiempo de llegar lo emboscó la Pandemia dejándolo en un aislamiento un tanto más intenso para él que para el resto por su reciente inmigración. Él ya estaba en análisis antes de irse y habíamos decidido continuarlo a distancia y eso fue de gran ayuda para él. Al tiempo que el confinamiento se terminaba en Europa y la gente de a poco volvía salir, a ir a sus trabajos y retomar de algún modo su vida, yo notaba que Hernán no tenía interés en salir de su casa. Cuando se lo planteo él me dice que todos los días piensa que va a salir pero que un desgano enorme se apodera de él y se dice que la verdad es que no tiene deseo. Es interesante resaltar que Hernán creció en un ambiente muy restrictivo, lleno de prohibiciones y había sido fruto de su análisis ganar libertad para pensar, para vivir, para el desarrollo de su sexualidad, etc. Una vez que conversamos sobre esto Hernán decide armarse un plan para volver a salir. Y el día que decide salir, una crisis de angustia se apodera de él. Sudoración, taquicardia, falta de aire, el castigo de la angustia estaba en marcha. Sabemos que entre otras cosas la angustia es una señal de alarma ante el peligro, por lo tanto, sería muy fácil atribuir esta angustia al peligro real externo de contagiarse de Covid19 al salir a la calle. Sin embargo, no era ese el peligro. Claramente Hernán en tiempo de confinamiento había estado viviendo bajo los mandamientos de su educación religiosa, una vida completamente “pulcra” de marihuana, alcohol, sexo, diversiones y algunos excesos a los que estaba acostumbrado. Ahora que quería salir el superyó castigaba con angustia a este pobre yo. Hernán había desarrollado una fobia. Allí afuera estaban todos los objetos capaces de otorgarle la satisfacción instintiva deseada y alcanzada gracias a su análisis y crecimiento personal. Pienso que es un lindo ejemplo de cómo el confinamiento se vive de acuerdo con la propia historia y en el caso de Hernán esa fobia fue transitoria ya que una vez que salió se reactivaron las huellas de sus vivencias placenteras en el mundo externo. Mientras estuvo confinado, se dedicó a una vida de lectura, sin excesos y sin prácticamente verse con ninguna mujer. Un asceta, decía de sí mismo, “un monje como le hubiera gustado a mi madre” y se reía. Pero al momento de salir, parece que no era ninguna broma el haber retrocedido a su infancia tan empobrecida por la educación represiva. ¿Pero alcanza la represión externa? Sabemos que no, que la represión es un proceso intrapsíquico.
Hernán de niño tomó como propios los principios de esa rígida educación, era un “buen hijo” y le gustaba obedecer y sentirse aprobado por sus padres. Esta reacción tan obediente en el confinamiento nos permitía reconstruir el modo en el que él había adoptado de buena gana, y sin protestar, todas las prohibiciones a las que estaba sometido al punto de sentir una falta de deseo total, así como en la cuarentena y frente a la prohibición, había perdido el deseo de salir, de divertirse y de tener sexo. Es interesante pensar que había sido una persona muy religiosa en su infancia y adolescencia. Se comportaba entonces como en aquellos tiempos donde con su entera dedicación a la lectura, se había creado un seguro de dicha y protección contra el sufrimiento por medio de la transformación casi delirante, diría yo, de la realidad.
Recuerdos del encierro
Alguna vez tuve de chica que dejar de ir al colegio un tiempo, cuestiones de supuestas enfermedades que nunca tuve, temas íntimos elaborados en análisis. No era agradable estar en casa, encerrada, sin asistir al colegio. Es por eso por lo que me identifico con los niños que tienen cancelada la infancia, porque no asistir a la escuela y estar todo el día en casa, sin socializar, es un modo de cancelar la infancia. Y por eso lo comprendo muy bien. En mi infancia, la lectura y la escritura en mi diario íntimo fueron mi refugio.
Al empezar la pandemia pensé que nunca había vivido algo así, sin embargo, este recuerdo contradecía esa idea. De chica en ese tiempo de inasistencia escolar, el temor a estar enferma me asediaba, como cuando al principio de la pandemia buscaba comprobar que no había perdido el olfato o que no tenía fiebre. Muy por el contrario, hoy siento que mi olfato de analista se agudizó, que la conexión con eso que viví de niña me permitió sortear encierros innecesarios. Yo ya aprendí alguna vez a encontrar salidas. Entiendo que lo mismo ocurre con nuestra práctica clínica. Freud ya supo encontrar situaciones extraordinarias para personas extraordinarias, como cuando nos ofrece el testimonio del análisis del músico Mahler durante toda una tarde en un cuarto de hotel. Algo de ese espíritu tenemos hoy los analistas cuando encontramos los modos de atender a distancia a personas que, por estar confinadas con sus familias, tenían por ejemplo que subir a la terraza para encontrar intimidad o hacerlo desde el auto, cosa que en otro tiempo no hubiéramos permitido. Recuerdo que en 2015, en el pre – congreso de IPA en Boston, en el taller sobre el análisis a distancia, se hablaba de la necesidad de ser rigurosos con el encuadre, que en ese momento no permitía que un paciente hablara en la terraza o en su automóvil en la calle.
Por último, llegamos a Jimena, una nena de 11 años, quien me enseñó algo muy valioso sobre el duelo en pandemia. Abríamos la sesión por video llamada y ella se encontraba recostada en su cama totalmente tapada con el acolchado de los pies a la cabeza
A: “Buenas… ¿qué onda?”
Jimena pega un grito: “Quiero que me devuelvan mi vida! ¡quiero ir a la escuela y quiero protestar por no tener ganas de ir a la escuela! ¡¿Me entendés?!”
A”(…) Creo que sí… pero mejor decime vos qué tengo que entender.”
J: “¡Que quiero que mi vida sea como antes! ¡Tiene que volver alguna vez a ser como antes!” Jimena marcaba que el duelo es posible cuando hay una esperanza de recuperar de algún modo aquella libido que teníamos en lo que perdimos. De pronto me dice:
“¿Te acordás que una vez me contaste que Freud a veces tenía las sesiones caminando por los Alpes suizos con sus pacientes?”
A: “Me acuerdo bien…”
J: “Bueno ¿Por qué no le pedimos a mi mamá a ver si nos da permiso para caminar por la calle y tener la sesión?”
Me pareció una excelente idea, ya que en ese momento los chicos podían caminar por la calle acompañados de algún adulto, pero no se podía atender en el consultorio. Y eso hicimos todas las semanas. Luego cuando abrieron los cafés nos sentábamos en algún café. Jimena encontró el modo de que el duelo llegara a su fin y de alguna manera utilizar esa libido libre para salir al mundo caminando con su analista, reencontrando las calles, los bares abiertos, las medialunas ricas que vendían en tal o cual lugar. Y yo disfrutaba enormemente de ese aire fresco de reencuentro entre nosotras y con la vida anterior a la pandemia.
Relanzando la libido:
Se escucha decir a algunos analistas que lo que estamos viviendo no tiene precedente en la historia del psicoanálisis, que no tenemos nada escrito ni a qué aferrarnos porque esta clínica es absolutamente nueva. Entiendo que la magnitud de lo que ocurre, dado los tiempos de globalización que vivimos, aporta complejidad a los hechos. Sin embargo, recordemos que el propio Freud perdió a una hija en la pandemia por la gripe española y que hubo dos grandes guerras y tragedias importantes se vivieron en todas las épocas. Así que no comparto esa idea. Los analistas también estamos de duelo por el cambio en nuestra práctica y por eso nos sentimos en soledad respecto de esta clínica en pandemia. Porque en todo caso la humanidad no había asistido hasta ahora a la Inteligencia Artificial y para eso yo diría que contamos con menos antecedentes en la historia del psicoanálisis que para asistir en plena tragedia.
Parece que a los seres humanos nos resulta difícil aceptar que lo doloroso también puede ser verdadero, no sólo la felicidad que siempre anhelamos. Sabemos que justamente lo bello y placentero es mucho mas escaso y justamente su transitoriedad es aquello que lo hace más valioso Sin embargo, a pesar de haber vivido dos grandes guerras y tantas tragedias naturales o de aquellas causadas por los hombres, nos resulta difícil aceptar la veracidad de lo doloroso y cada vez que ocurre algo así nos resistimos al trabajo del duelo. Trabajo arduo, cuando se trata de no tocarnos, de aislarnos, de ver impedida nuestra socialización, de vernos convocados a una intensificación de las tendencias incestuosas al tener que convivir en el encierro familiar como hacía tiempo no ocurría. Por mi parte pienso que el dolor mas importante al que nos enfrentamos es al del cambio de los vínculos entre las personas. Porque, así como lo más penoso en la cultura nos viene del vínculo con los otros, lo más placentero también.
¿Cuál es el proceso de duelo más importante entonces al que nos vemos sometidos? El de estar obligados a retirar la libido, aunque sea de un modo parcial, de los objetos significativos que no se encuentran destruidos, que están allí. Digo de un modo parcial porque en el momento actual no tenemos impedido vernos con los demás, pero no podemos tocarnos, abrazarnos, besarnos, compartir en un lugar cerrado sin las precauciones del caso. Esa libido que retiramos de los seres queridos por lógica debería ir a parar al yo para luego encontrar una salida. ¿La salida está en el “Zoom”? No parece. La renuncia que implica la relación a distancia hace que nos agotemos y que muchas personas ya hayan renunciado a la desconexión que implica “conectarse”. Recordemos que la libido se aferra a sus objetos y no está dispuesta a abandonarlos, por lo tanto, en este tiempo, por lo menos en esta orilla del mundo, todavía el duelo no ha culminado. Es altamente probable que la modernidad, con sus vínculos tecnologizados, traiga aparejada con el tiempo un cambio importante en la sexualidad de los seres humanos. Pero también yo creo que eso no ocurrirá de inmediato cuando la pandemia termine. Hoy, pensamos que nunca más nos relacionaremos con los demás como antes, que los abrazos aún cuando el virus ceda, quedarán para siempre vedados. Que miraremos a las reuniones sociales con desconfianza pensando que podemos contagiarnos. Esa es la prueba de que estamos aún en pleno duelo. Sin embargo, parece que la pandemia está encontrando su final, que las vacunas funcionan y que los antivirales que permitirán evitar el desarrollo a una forma grave de la enfermedad están en marcha. Pienso que estamos cerca del final. Y cuando eso suceda y hayamos elaborado nuestro duelo por la pérdida del contacto, volveremos a abrazarnos como antes y a compartir sin miedo con los seres queridos. La idea de que los abrazos no regresarán no es mas que una expresión de ese duelo que estamos transitando. Todo duelo por mas doloroso que pueda ser expira de manera espontánea. Cuando acaba de renunciar a todo lo perdido, se ha devorado a sí mismo.
Confiemos entonces en la capacidad que tendremos para relanzar nuestra libido disponible hacia nuevos destinos en el mundo post pandemia.
Citas
Bibliografía