ESCUELA DE JEFES (JEFES II) (Sólo para perfiles emotivos, quizá algo nostálgicos; sin duda, con una cierta afición literaria...)
Yo tenía sólo nueve años. En la tienda de campaña, bajo su recia y tensa lona blanca, seis entusiastas corazones –viriles, intrépidos–, a punto de dejar atrás la niñez, se enfrentan ese verano de 1970 al inquietante desafío de romper, de una vez por todas, con la infancia. A mirar a los ojos a la vida y hablarle, por fin, de tú a tú. A coger el toro por los cuernos. A empezar a convertirse, sin más preámbulos, en hombres adultos.
A pesar del dulce encanto de los voluptuosos arrullos de tórtolas y palomas torcaces, que parecen derramarse lánguidamente entre las ramas de aquellos altos e infinitos pinos, cargados entonces de piñas verdes, y que siempre apuntan al Cielo; a pesar, también, del suave y sugerente murmullo del agua cristalina y fría, que discurre alegre y vivaracha por el pequeño cauce del “rio madera”, lo cierto es que en la sierra de Segura (Jaén), los amaneceres de julio son fríos y, de alguna forma, parecen llamarte a una vida intensa y llena de alegría pero –al mismo tiempo–, seria, ascética, profunda…
Hay que nombrar un jefe esta mañana. Es temprano y todos tenemos todavía cara de sueño. Y por alguna razón que aún hoy no he alcanzado a comprender, mis compañeros me miran. Y, simplemente, me dicen: “tú”. Casi no nos conocemos, sólo hemos pasado un día juntos, pero lo cierto es que ellos han dicho “tú”. Y mi corazón de niño se estremece, confundido, dando tumbos entre la estúpida vanidad humana que siempre nos acompaña, el también muy humano orgullo de sentirse importante, la cálida sensación de saberse querido y, por último –y afortunadamente–, el absolutamente necesario e imprescindible sentido de la responsabilidad. Ése, precisamente, que hace que cada vez que alguien te mira y te dice “tú”, tu modesta cabeza, llena –al fin– de sensatez, te diga: ¿pero es que acaso yo sé algo de todo esto?...
No había, en julio de 1970, ni móviles, ni wathsapp, ni emails, ni nada que se le parezca. Ni siquiera un teléfono fijo en aquel precioso, inolvidable y lleno de embrujo rincón perdido de la sierra andaluza. Solo cartas. De las de toda la vida. Con su remite, su destinatario y su sello pegado a mano en la esquina superior derecha, tras humedecerlo sin contemplaciones –directa y resueltamente– con un buen “lengüetazo” juvenil. Y escribí una a mis padres para contarles la noticia. Recibí su respuesta escrita la semana siguiente. Guardo aquella carta suya desde entonces. Tiene fecha 17 de julio de 1970. Está llena de besos de mi madre, de recuerdos cariñosos de mi hermanilla, de palabras de mi padre que hoy me permito compartir con vosotros: si no hay aquí “autoridad de la buena”, “ejemplo del que arrastra al fin del mundo”, ¿dónde los encontraré?
“…También nos gusta que te hayan nombrado jefe de tu escuadra. Es la primera vez que eres jefe de algo importante y la primera vez que mandas. Procura hacerlo bien y con justicia. El ser jefe no debe ser una ventaja para ti, sino todo lo contrario, porque tienes que preocuparte antes de los de tu escuadra que de ti. Los trabajos peores (mi padre había escrito inicialmente “más duros y penosos”, pero supongo que tras escribirlo le pareció un expresión quizá demasiado dura para quien era tan sólo un niño de nueve años…) debes hacerlos tú, y sólo los que no puedas, repartirlos entre todos.
Si lo haces así, papá estará muy contento con su primogénito…”
Tengo hoy cincuenta y seis años. Y, en el fondo, sé que nunca he dejado de ser aquel niño intrépido, lleno de defectos y limitaciones, pero encendido desde entonces por las nobles y estimulantes palabras de su padre...
Nota bene: no es fácil vencer el pudor de publicar algo tan íntimo y familiar como esto. De hecho, he tenido grandes dudas al redactarlo y decidirme a publicarlo. Y sin embargo he acabado pensando que nada malo hay en ello. Antes al contrario, quizá sirva para llevar alegría y "emoción de la buena" a algunos de mis amables compañeros LinkedIn, en esta dulce mañana de un domingo de primavera. Y, a lo mejor, hasta “sacude”, en el mejor de los sentidos, los corazones de tantos buenos padres, de tantas buenas madres, de tantos buenos hijos… Desde luego estoy convencido de que a nadie puede hacer daño. Me santiguo. Le doy a la tecla. Lo publico.
(En memoria de mi padre, ESTEBAN SALMERÓN ROBLES /1929-1986/, que fue Abogado y Director de Relaciones Industriales de LAND ROVER Santana)
Esteban Salmerón Francés
Digital Ecosystems | City Science Technology | Digital Twins | Edge | IoT | Industry 4.0 | Blockchain & DLT | Dataholic | Mathematician
7 añosEnhorabuena por tu post. La reflexión derrocha humildad, empatía y muestra un liderazgo por valores, orientado a buscar lo mejor para cada uno de los miembros del equipo. Precisamente un liderazgo que en el siglo XXI escasea donde el narcisismo y el egocentrismo están instalados en muchos de los modelos de gestión. Gracias por compartir.
Técnico comercial en A. Embarba S.A.
7 añosVerdad como la vida misma!!! Gracias por compartir.
Human Resources Manager at Bosch
7 añosGenial! Gracias por compartirlo...
Generación Distribuida en Naturgy
7 añosGran testimonio y gran verdad!!!!!
CEO Grupo Mecacontrol / Director General
7 añosCuanta sabiduría en las letras de tu padre. Solamente teniendo los pies en la tierra y dando ejemplo con las labores más duras o ingratas podrás ganarte el respeto y ser un líder.