Ganar sí, pero no a cualquier precio
Probablemente ésta no sea la red más adecuada para contar una historia de un partido de fútbol cadete. Sin embargo, el pasado domingo presencié una actuación de un entrenador, que me pareció una lección perfectamente extrapolable al mundo de los negocios.
Los que me conocéis, sabéis que me gusta el deporte, y en concreto, el deporte de competición…y si es de equipo, todavía mejor. Pero además de que me gusta y me divierte, considero que supone una extraordinaria oportunidad formativa para nuestros hijos, que haciendo lo que les gusta, aprenden cosas que pasan en “la vida real” y especialmente en el mundo académico y en el profesional, que son una continua competición.
Con el deporte, pueden aprender valores tan importantes para su vida como el sacrificio personal, el compañerismo, la honradez, la disciplina, el afán de superación, la lealtad, el respeto a compañeros, adversarios, entrenadores y jueces, el trabajo en equipo, la humildad, la generosidad, el liderazgo...
Estoy convencido que ser competitivo y querer ganar no está reñido con todo esto, aunque el deporte profesional, muy especialmente el fútbol, se empeñe en querer demostrarnos cada domingo que todo vale para ganar. Me avergüenza ver cómo se comportan en el campo algunos de los “ídolos” mediáticos, fingiendo lesiones y entradas, insultando al rival, agrediendo, escupiendo, y llevando todo este circo a los medios de comunicación.
Lo mismo pasa en el mundo de los negocios y en el de la política, en los que vemos continuamente casos de empresas exitosas que resultan ser gigantes con pies de barro y en las cuales la ambición, la ganancia económica y el ansia de poder están por encima de la ética profesional e incluso de la personal. Todo vale con tal de ser el mejor.
Por eso, quiero compartir un hecho que sucedió el domingo en un partido de cadetes entre dos equipos de la parte alta de la tabla de una liga provincial. Un delantero del equipo local, en su ímpetu por llegar al balón choca con el defensa, que queda en el suelo. El árbitro no aprecia falta, y el portero, al ver a su compañero en el suelo, acude con el balón en sus manos a ver qué le pasaba…Y el árbitro, siguiendo el reglamento, pita falta por retener demasiado tiempo del balón. Una falta dentro del área pequeña cuando el equipo local iba perdiendo 0-1 y se estaba a punto de llegar al descanso.
Entonces sucedió algo que desgraciadamente no es fácil de ver; el entrenador del equipo local, el CD Pamplona, ordena a sus jugadores que devuelvan el balón al contrario. Es un gesto simple, intrascendente, pero que supone una maravillosa metáfora de lo que me gustaría que fuese el mundo de la empresa y sus líderes. Líderes con valores que tengan claro que hay que ser competitivo para ganar, pero nunca a cualquier precio. Líderes que, además de la legalidad, respeten al rival y manejen valores éticos a la hora de tomar de decisiones. Líderes valientes que transmitan estos valores a sus equipos.
Esta simple anécdota me hizo sentirme muy orgulloso de que mis hijos estén en un club con estos valores, y particularmente, de tener un entrenador con las ideas tan claras. Por cierto, que este entrenador sabe perfectamente lo qué es el fútbol profesional.