GESTIONAR EL MIEDO PARA CONVERTIRLO EN ALIADO
¿Cuántas veces has escuchado que “lo que te impide avanzar es el miedo”? ¿O que “El hombre que teme perder ya ha perdido”? ¿E incluso, que “el gran enemigo del hombre es el miedo”?
En diferentes propuestas acerca de las emociones, incluida la de Paul Eckman (en la cual se basó la famosa película “Intensamente” y la conocida serie “Lie to me”) y la de Susana Bloch (creadora del método Alba Emoting), se plantea el miedo como una emoción básica, lo que en términos simples quiere decir que existe en cada ser humano una estructura y ciertas funciones biológicas que se activan al sentir esta emoción. De este modo, podemos notar cómo al sentir miedo se activa el ritmo cardiaco, aumenta la frecuencia respiratoria, abrimos más los ojos y sudamos, entre algunas señales que dan cuenta de que nuestro cuerpo se está activando para responder a aquello que nos genera miedo. Se plantea también que las emociones son adaptativas y que cumplen un rol de conservación, es así que el miedo, por ejemplo, nos permite adelantarnos a posibles pérdidas, costos o daños, y con ello, nos permite además evaluar eventuales escenarios, preparándonos para actuar.
Sin embargo, el miedo es también una de las emociones que en muchas ocasiones denominamos de manera trivial como “negativa” y, por tanto, nuestra relación con este está determinada por la carga de dicho apellido y, en consecuencia, muchas veces cuando sentimos miedo, juzgamos que lo que estamos sintiendo no es bueno. Entonces, esperamos que no se nos note, que pase rápido e, idealmente, que no nos estuviese pasando. No obstante, aunque nos resistamos, querámoslo o no, el miedo es una emoción que, en mayor o menor medida, habitaremos a lo largo de la vida.
Al respecto, recuerdo que cuando empecé mi carrera como coach hice cosas nuevas que nunca antes me había imaginado que haría, de modo que en muchas oportunidades me sentí nerviosa y ansiosa, dos emociones vinculadas al miedo. En ese entonces, me había reinventado completamente, empezando prácticamente desde cero, por lo que me sentía permanentemente en la zona de aprendizaje, lejos, muy lejos de mi zona de confort. Además, tenía la expectativa de que “no debería sentir miedo” y, como si eso fuese poco, me había impuesto el peso de no permitírmelo porque pensaba (muy equivocadamente) que siendo coach “eso no me debería pasar”, lo que me hacía vivir esa experiencia aún más cuesta arriba.
Un día, en una reunión con mi jefe de ese entonces, con quien a menudo sosteníamos conversaciones de feedback, él me contó una historia a propósito de lo que me pasaba. Me dijo: “un samurái siempre siente algo de miedo antes de salir a escena y es gracias a esa emoción, que él puede adelantarse a su batalla y salir ileso”. Luego, agregó una sentencia: “el día que el samurái no sienta miedo, ese día morirá”. De alguna forma, ese relato me marcó y fue clave para lograr una relación más sana con el mundo emocional que acontecía en mi interior en ese periodo.
Mientras algunos temen a los insectos o a las alturas, otros temen a perder su trabajo, o a no lograr el ascenso por el cual han trabajado duramente. De este modo, nos damos cuenta de que miedos hay de todo tipo y que aprender a vivir con ellos, gestionándolos como cualquier otra emoción, es fundamental para sentirnos bien. Pese a esto, de alguna manera, hemos demonizado el miedo, negándole un espacio legítimo tanto en nuestra sociedad como en nuestros espacios más íntimos, negándonos también, con ello, la posibilidad de reconocer que sí lo sentimos y nombrarlo dignamente. Es así que frases del tipo: “no tengas miedo” o “es peligroso sentir miedo” están a la orden del día.
Sin embargo, lo que he aprendido en mi experiencia como coach es que el verdadero enemigo “del hombre” y, en consecuencia, de avanzar o de concretar nuestros sueños no es el miedo, sino nosotros mismos, quienes en presencia del miedo nos dejamos gobernar por este y, entonces, le cedemos demasiado terreno fértil permitiéndole que crezca y crezca, o bien, que hacemos un enorme esfuerzo por no sentirlo o disimularlo, haciendo “como si” todo estuviese bien, en vez de darle la justa atención y tiempo como para escuchar su valioso mensaje y actuar luego en consecuencia.
Hace algunos días, mi hermano me contó cómo al iniciar su formación como piloto sentía miedo por los aterrizajes, tanto así que terminó por bautizarlos como “aterrorizajes”. A su modo de ver, el aterrizaje era una de las etapas más complicadas del vuelo, sin embargo, sabía también que era parte inevitable de volar.
En nuestra conversación, él me contaba que vivió la etapa de sus primeros aterrizajes como la más angustiante en su formación, a la vez que me relataba cómo logró superarlo. Entre sus recuerdos, tenía vívidos algunos momentos como cuando veía el avión en la loza y sabía que se acercaba el momento de subirse y comenzar una nueva práctica de “aterrorizajes”. En ese entonces, la anticipación que experimentaba desde esta emoción, hacía que una voz en su interior rogara que sucediera algo o que por alguna razón externa a él no llegara el momento de despegar para no tener que enfrentarse luego al temido momento.
Sin embargo, él siguió adelante aun con miedo y poco a poco fue haciéndose consciente de cómo y cuándo sucedía y, así, logró paulatinamente gestionarse emocionalmente y, en el momento en que lo logró, no sólo conquistó su miedo sino también se conquistó a sí mismo.
Para algunos, la mejor forma de aprender es desde la experiencia, sin embargo, no nos alcanzaría la vida para experimentarlo todo, de ahí que creo posible aprender también de la experiencia de otros y dado eso es que les comparto este relato del que desprendo varios aprendizajes transversales a la emoción del miedo, que quiero compartirles en este artículo.
Lo primero es que desde esa experiencia en adelante, mi hermano aprendió a reconocer el miedo, a distinguir cómo lo sentía, a qué olía para él, qué efectos tenía en su juicio, en su cuerpo, qué le era posible hacer en presencia de esta emoción y qué no. La relevancia de aquello en la gestión de esta emoción es que, con todo eso, aprendió también a tomar conciencia de su mensaje y, una vez recibido, actuar con la claridad de haber elegido él su siguiente paso, en vez de que su miedo lo hubiese hecho por él. Porque, de haber sido este último el caso, probablemente hubiese decidido dejar de pilotear y, con ello, hubiese renunciado también a un sueño respecto al que en el futuro a menudo se hubiese preguntado ¿qué hubiese pasado si…? Con ese tono clásico de duda ante lo incierto, pero sobre todo, de reproche por no haber tenido el coraje de seguir adelante.
Otro aprendizaje que deduje de esa conversación, es que él pudo comprobar empíricamente que el miedo siempre adelanta algo y que ese algo no es algo real aún, sino que es sólo una posibilidad entre muchas y, si bien, algunas posibilidades son más probables que otras, al estar en el futuro y no haber sucedido todavía siempre tenemos algún grado de influencia en poder cambiar ese futuro.
En relación a lo anterior, otro paso para gestionar el miedo es preguntarnos: ¿qué tan posible es esto que me adelanta? ¿Será tan así? ¿En qué escenario podría suceder aquello? ¿Qué medidas es necesario tomar para cuidar lo que quiero cuidar? Después de todo, estrellarse y volar en mil pedazos era una posibilidad dentro de los cientos escenarios posibles en un aterrizaje y, si bien al principio el “aterrorizaje” era uno de los escenarios más presentes para mi hermano, en su interior, cuando se detenía a evaluar la situación, sabía que existían mecanismos de control suficientes y que la probabilidad en términos estadísticos de que el escenario que ocurría en su mente ocurriera también afuera, era más bien bajo. De este modo, posicionarnos como buenos intermediadores para gestionar una adecuada conversación entre nuestro mundo cognitivo y nuestro mundo emocional, sin invalidar ninguno de los dos, nos permitirá tomar decisiones más asertivas. En este caso, escuchar la conversación entre su miedo, que le advertía acerca de posibles pérdidas (las cuales eran concretas y reales) y su mundo cognitivo, que le permitía observar que, si bien ese escenario era una posibilidad, había mucho que estaba adecuadamente bajo control y que existían tanto barreras duras y blandas que impedían que ese escenario se concretara, le permitió sostener la decisión de seguir adelante.
Lo último (pero no por eso menos importante), es que nos hacemos un flaco favor al concebir las emociones, cualquiera que sea, como “positivas” o “negativas”, porque si bien algunas nos gustan y acomodan más que otras, cada una tiene un propósito. Es así que no es la emoción misma la que puede generar un impacto negativo en nuestras vidas, sino la relación que tenemos con estas y cómo las canalizamos. En relación al miedo, por ejemplo, existen quienes “se dejan” inundar por esta emoción y entonces se quedan inmovilizados, llegando a actuar de manera acobardada. El caso contrario es de quienes, desconectados del miedo, no advierten su mensaje y, en consecuencia, actúan temerariamente, pudiendo incluso llegar a poner en riesgo su propia vida y la de otros.
De este modo, podríamos reforzar la célebre frase de Nelson Mandela que dice “el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. Valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”, relacionándose con este de manera equilibrada y ecuánime, escuchando su mensaje y actuando consiente de su presencia.
Entonces, ¿cuáles son tus “aterrorizajes”? ¿A qué le temes? ¿Cómo te relacionas con tus miedos? ¿A dónde te llevan? ¿Qué posibles pérdidas o daños te adelanta? ¿Qué tan real es esa posibilidad? ¿Cuán disponible tienes gestionar tus miedos? ¿Cuánto te gustaría aprender a hacerlo?
Si quieres aprender a gestionar tus emociones, incluido el miedo, pero no sabes cómo lograrlo, te invito a contactarme en el correo anunez@thegeniuschoice.com
Acompañarte a lograr tu máximo potencial es uno de mis mayores propósitos.
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Un abrazo,
Anlleni Núñez Q.
En casa
6 añosOh, sí hay que aprender a convivir con el miedo o temor.