Grossman no fuma tabaco americano

Grossman no fuma tabaco americano

No puede disimular que es un hombre hecho para la paz y no para la guerra, ni siquiera en las fotografías en las que aparece con el uniforme del Ejército Rojo. Le delatan demasiados detalles, las entradas que dejan a la vista una frente amplia y despejada, la mirada pesarosa que se adivina bajo esas lentes redondas, pegadas a su nariz pronunciada. Stalin nunca le perdonó ese aire de intelectual, a pesar de haberse presentado voluntario para ir al frente durante la II Guerra Mundial, a pesar de haber apoyado la Revolución de 1917, aunque no huyera durante la Gran Purga de 1937 que se llevó por delante a amigos y familiares. Lo soportó en silencio, firmó el insidioso manifiesto contra Bujarin, pero Vasili Grossman, el judío no practicante, el escritor de Treblinka, el cronista de los horrores del nazismo en la Unión Soviética, nunca fumó tabaco americano.

Uno lo imagina fumando uno de esos famosos papirosas, Belomorkanal, elaborados con papel de arroz y una boquilla de cartón, contemplando el terreno baldío en el que Himmler ordenó levantar el campo de Treblinka y escribiendo ansiosamente sus crónicas para el diario Estrella Roja. Uno de esos cigarrillos de campesino humeaba junto a su manuscrito de Vida y Destino, cuando el KGB entró en su modesto apartamento en 1962 para requisar todo lo escrito, llevarse su máquina de escribir y prohibirle publicar nada más. Probablemente en aquel registro, violento y sistemático, algún tacón aplastó el marco con la fotografía de Ilyá Ehrenburg que Vasili tenía junto a su escritorio. Tendrían que ser otros, los disidentes, los que nos regalaran una de las obras cumbres de la literatura, en 1980. Para entonces Grossman llevaba 16 años enterrado en el cementerio de Troykurovskoye. Pese a todo, o gracias a todo lo que le ocurrió, Grossman nunca abandonó sus principios y un sentido crítico dirigido a los suyos que fue creciendo con el paso de los años. Pagó muy cara esa forma de sinceridad, porque los mediocres siempre confunden lealtad con obediencia.

Grossman era un cronista excepcional, buscaba en los detalles el efecto de las emociones y eso le convertía en un gran escritor. Narraba como veía y veía como miraba. Con economía, exactitud, pulcro en el relato del horror humano. Carecía de la pedantería que acaba estropeando cualquier buena intención. Me pregunto qué pensaría ahora de este tiempo, de nosotros. Hablaría del ahorro mezquino al que se ve sometida la verdad, desnudaría la pedantesca tendencia al cierre de filas detrás de eslóganes que cansan por su horrorosa simpleza, movería la cabeza ante la sensibilería y la ausencia de verdadera emoción, intentaría encontrar el modo de combatir este modo superficial de afrontarlo todo desde la opinión y no desde el análisis. Sería el cronista perfecto de estos tiempos extraños, en los que las ideas se difuminan en favor de las ideologías y el libre pensamiento se somete sin rubor a la disciplina de partido. Los extremos tensan la cuerda y el elefante tiembla en equilibrio. Me da que Grossman se habría limitado a pedir mesa en una terraza, esas que a partir de mañana volverán al cierre, con sus pitillos de tabaco negro y un cuaderno de letra menuda, observando a esa gente que vuelve a casa arrastrando la sombra de algo que crece. Desde luego, dudo que lo viéramos aparecer donde no se le espera después de acusar a los que sí están, y estoy seguro de que no sería un policía de balcón, y mucho menos un militante en las filas de Groucho Marx.

La derrota nos lleva de la indignación a la aceptación y, lo que es peor, a la resignación. Creemos que ya no hay en quién confiar, que tal vez estemos ante la generación de dirigentes políticos más mediocre de nuestra sufrida democracia, precisamente en nuestros tiempos más difíciles. Pero aunque todo eso fuese cierto, como escribió Grossman, “el destino conduce al hombre, pero el hombre lo sigue porque quiere y es libre de no hacerlo”.

©Victor Del Árbol 2020.

Águeda Moltó Pérez

Departamento Financiero en ONCOVISION

4 años

👌🏼

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