Hasta que la vergüenza cambie de bando

Hasta que la vergüenza cambie de bando

Escrito por Natalia Escobar Váquiro

Los agresores sexuales han convertido la vergüenza en su mayor aliada para silenciar a sus víctimas. Saben que, al hablar, las víctimas serán cuestionadas y culpadas: “permitieron que sucediera”, “lo hicieron fácil”, “provocaron con su vestimenta o actitud”, “no gritaron lo suficiente” o “no se resistieron lo bastante”. Esta carga de vergüenza las consume, las lleva a callar y a ocultarse.

Gisèle Pélicot, una mujer francesa que fue drogada por su esposo y violada por más de 90 hombres en la última década (según lo que se conoce hasta ahora), ha decidido pedir un juicio público. A pesar de que esto expone su vida privada, Gisèle tiene claro que no tiene por qué avergonzarse. La vergüenza debe recaer sobre sus agresores y sobre quienes no hicieron nada para sacarla de ese horror.

Este tipo de violencia también se manifiesta en el ámbito laboral, donde en muchas empresas es un secreto a voces que los jefes acosan a sus empleadas. En ocasiones, las mujeres se ven obligadas a soportar insinuaciones o a ceder ante presiones sexuales si desean avanzar en su carrera, sabiendo que, de no hacerlo, corren el riesgo de ser despedidas o marginadas. Este abuso de poder, normalizado en muchos entornos, perpetúa un ciclo de silencios forzados y desigualdad.

En estos entornos laborales, la vergüenza también juega un papel clave para perpetuar la impunidad. Las víctimas temen denunciar por miedo a perder su trabajo, a ser estigmatizadas o simplemente porque piensan que no les creerán. La vergüenza se convierte en un mecanismo de control que silencia, y las empresas, en muchos casos, se convierten en cómplices pasivos al no tener políticas claras de prevención o sanción.

Pero este ciclo debe romperse. Tal como Gisèle Pélicot ha decidido llevar su caso a la luz pública, las trabajadoras deben sentirse respaldadas para hablar, sin temor a represalias. El cambio empieza cuando las empresas dejan de mirar hacia otro lado, cuando la vergüenza ya no recae sobre las víctimas, sino sobre los agresores y las instituciones que permiten este tipo de comportamientos.

Para que esto suceda, las empresas deben adoptar políticas claras, crear espacios seguros de denuncia y promover una cultura de respeto e igualdad. Y, sobre todo, los agresores deben enfrentar las consecuencias de sus acciones. Necesitamos con urgencia que la vergüenza cambie de bando, para que todas y todos podamos vivir en entornos libres de violencia.



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