Hermanos para siempre, ¿cómo lograr que tus hijos se lleven bien? Colaboración con la revista TELVA

Hermanos para siempre, ¿cómo lograr que tus hijos se lleven bien? Colaboración con la revista TELVA

Artículo realizado por Carla Nieto.

" Ojalá toda la vida se lleven así de bien", pensamos al ver a nuestros hijos de pequeños jugar y reírse. Pero conseguir ese buenrollismo fraternal duradero implica mano izquierda y paciencia de los padres y conocer algunas pautas dadas por los expertos. La rivalidad puede surgir en cualquier momento y es clave saber gestionarla.

El vínculo fraternal es muy importante: marca la forma en la que vamos a relacionarnos con los demás y nos "entrena" en habilidades necesarias para la vida. Pero, sobre todo, los hermanos son los únicos testigos de nuestro pasado, una realidad que adquiere más importancia a medida que cumplimos años. Ahora bien: esta relación no es siempre idílica al 100% ni el buenrollismo fraterno está inscrito en nuestro ADN. Los casos de hermanos que se llevan fatal abundan, tanto en el entorno inmediato, como en el caso de los famosos: no hay más que hacer un repaso a casos mediáticos de hater-hermanos: Beyoncé y Solange Knowles (sus broncas en Instagram son antológicas); grupos como Oasis o los Jonas Brother's (con idas y venidas a causa de sus peleas) o Julia y Eric Roberts, aunque ningún caso podrá superar nunca al de las míticas Joan Fontaine y Olivia de Havilland, quienes llevaron la rivalidad infantil por ser la preferida de papá hasta extremos como festejar cuando la otra perdía en los Oscar o competir por quién se moría más tarde (el pulso lo ganó Olivia: 100 años frente a los 97 de Jean).

Aunque en esta relación intervienen muchos factores, el papel de los padres es determinante. Lo explica la psicóloga Bárbara Tovar, asesora del programa Hermano Mayor y autora del libro Adolescencia (Ed. Planeta): "La relación que los hermanos mantienen de adultos es el resultado de todo un viaje que se inicia en la infancia. Varias investigaciones han arrojado luz sobre los factores que definen la construcción de una relación entre hermanos sana y favorable: la sensación de equidad o justicia que los padres hayan transmitido en su trato con ellos; el tiempo de juegos y complicidad que hayan compartido, la ausencia de preferidos entre los progenitores y de comparaciones entre los niños, y el dejar que los hermanos resuelvan por sí solos sus conflictos, entre otros". Esta sería la "fórmula ideal", pero a la hora de aplicarla, los padres se enfrentan a muchas circunstancias y situaciones del día a día que resultan muy desmotivadoras.

Broncas, celos y otras rivalidades entre hermanos

Peleas: no tan fieras. Muchos padres, cuando las peleas entre sus hijos son constantes, se temen lo peor y lo interpretan como una premonición de que se van a llevar fatal por siempre jamás. Muy al contrario, pelearse es un ingrediente fundamental para que los niños establezcan relaciones sólidas. "Es normal que los hermanos se peleen y además, bien gestionado, supone un buen entrenamiento para aprender a negociar, dialogar y ponerse en el lugar del otro. Es importante dar a los niños autonomía para que resuelvan sus pequeñas diferencias y los roces de la convivencia", explica la psicóloga Silvia Álava, autora de Queremos que crezcan felices (JdeJ Editores).

La duda es: ¿cómo y, sobre todo, cuándo actuar ante las peleas? "La tendencia es a intervenir y evitar que discutan, pero esto no funciona a largo plazo, ya que así los hermanos no aprenden a gestionar los desacuerdos y uno de ellos siempre sentirá que se ha sido injusto con él, lo que a su vez potenciará la aversión hacia el hermano con el que ha tenido el conflicto, y la relación se deteriorará", dice María Bustamante, psicóloga infantil del Instituto Centta. Recomienda echar mano de paciencia y autocontrol y, después, usar estrategias como hacer responsables a ambas partes de la situación, validar las emociones que genera y enseñarles a negociar, buscando una solución que sirva a ambos. Silvia Álava recuerda la importancia de estar atentos al "tono" de la disputa para detectar cuando ésta deja de ser la típica pelea de hermanos: "Si sube demasiado de nivel, si uno de los dos lo está pasando especialmente mal o si llegan a las manos".

Diferencias en todas sus versiones. Adele Faber y Elaine Mazlish, autoras de Hermanos, no rivales (Ed. Medici), manual de referencia sobre el tema, exponen de forma muy gráfica la situación: "Si se toman dos niños que compiten por el amor y atención de sus padres y a ello se suman la envidia o el resentimiento que uno siente por los logros o privilegios del otro, y las frustraciones personales que no se atreven a expresar sobre nadie más, excepto sobre el hermano, no es difícil entender por qué la relación entre hermanos tiene una carga de dinamita emocional suficiente como para provocar explosiones diarias. Los expertos en el tema parecen estar de acuerdo en que la raíz de los celos entre hermanos descansa en el profundo deseo de cada niño de obtener el amor exclusivo de sus padres. ¿Y por qué ese anhelo por ser uno y único? Porque de esos seres maravilloso que son los padres emana todo lo que el niño necesita: cuidados, autoestima, identidad propia...".

Así que hay que ser realistas: la rivalidad va estar presente en mayor o menor medida en algún momento de las relaciones fraternas, y los padres tienen que tenerlo en cuenta evitando fomentarla (consciente o inconscientemente) y, sobre todo, cuidando mucho lo que dicen: cualquier comentario a favor de uno de los hijos puede "despertar" al celoso competitivo que todo niño lleva dentro.

La incompatibilidad de caracteres. Hay hermanos cuyos caracteres son como el agua y el aceite y los padres tienen que asumir que estas diferencias probablemente perduren toda la vida y centrar sus esfuerzos en enseñarles a tender puentes.

El vampiro de atención. Hay niños que necesitan una atención especial (enfermedad, algún problema concreto), "y ello pone en marcha una dinámica por la que los padres tienden a exigir más a sus otros hijos, dejando sus necesidades a un lado", explican Faber y Mazlish, quienes aconsejan en estos casos, para salvar las relaciones fraternas, no considerar al niño "problemático" como un problema (ayudándole a aceptar su frustración, reconociendo sus logros y centrando su atención en las soluciones). Y al margen de estos casos especiales, suele ocurrir que uno de los hermanos (el que peor se porta, el conflictivo, etc.) es el que recibe más atención de los padres, convirtiéndose así, a ojos de sus hermanos, en el "preferido". Silvia Álava explica que esto ocurre porque cuando estos niños se portan mal o discuten con los demás hermanos, reciben más atención en negativo que en positivo: "Esto hace que tanto los padres como la relación de hermanos entre en un bucle que favorece que cada vez se vaya portando peor. Es un punto de fricción muy frecuente: el que se porta mejor ve que el otro recibe siempre más atención, y ante esto puede optar por desarrollar rencores o pasarse al lado oscuro para así llamar también la atención. Por eso los expertos insistimos tanto en darles atención en positivo a los niños, que sepan que es cuando se portan bien cuando se les va a hacer caso".

El etiquetado. Los roles encasillados ya sea por méritos o peculiaridades de carácter ("el estudioso", "el broncas", el miedica"...) o según el orden de nacimiento son otro factor que dinamita la relación fraterna. "Hay que tratar a los hijos según cada uno vaya demandando. No hay dos niños iguales, por lo que la educación diferencial, si se produce, debe basarse en la interacción con el niño y su idiosincrasia, no en función de otros criterios. Mejor evitar, por ejemplo, mensajes y comentarios que condicionen el comportamiento del niño por el lugar que ocupa: "Tú eres el mayor, de ti esperamos más"; "tienes que dar ejemplo"; etc., resultan muy perjudiciales tanto para el niño al que se dirigen como para sus hermanos, que lo colocarán en un lugar que no le corresponde", señala Laura García Agustín, psicóloga clínica.

"Hay que evitar etiquetas, tanto positivas como negativas, ya que con ellas reducimos a nuestros hijos a una serie de expectativas que seguro limitan su verdadero yo, y que suelen ser utilizadas entre los hermanos en los momentos críticos, deteriorando la relación entre ellos", añade Bárbara Tovar.

Los vínculos duraderos

Hay estrategias que sí funcionan para potenciar vínculos duraderos:

Dejar que se breguen. "La infancia es para los hermanos un campo de entrenamiento que los padres podemos aprovechar para favorecer experiencias solidarias, el valor de compartir, la complicidad, el apoyo o el reconocimiento mutuo, y eso se logra necesariamente a través de una buena dosis de discusiones, frustraciones, alianzas y críticas que permiten sentir y aprender habilidades nuevas. Está demostrado que no es la ausencia de conflictos entre hermanos lo que favorece unas mejores relaciones en el futuro, sino la intensidad emocional, tanto en sus aspectos positivos, cuando juegan y disfrutan, como en la negativa, cuándo discuten o se pelean", comenta Tovar.

Imprescindible: un manual de instrucciones familiar. El mejor antídoto frente a celos, rivalidades y otras rencillas es que los niños tengan claro lo que pueden y deben hacer y lo que no se les va a permitir. Como señala Silvia Álava, "debemos establecer una coherencia educativa; las normas y límites deben ser los mismos para todos (si uno no puede gritar, el otro tampoco; todos deben colaborar...)". Laura García Agustín hace hincapié en que los niños entiendan que las pautas familiares son para todos y que todos las deben cumplir, "adaptadas, eso sí, a cada edad, pero las mismas, independientemente del lugar que se ocupe en la familia, y evitando favoritismos y/o exigencias diferenciales".

A cada niño lo suyo (según su personalidad). Faber y Mazlish desmontan el mito de que hay que tratar a todos los hijos igual, y explican por qué utilizar criterios equitativos no es la mejor opción ni protege frente a reproches: por ejemplo, ante la clásica pregunta "¿A quién quieres más, a mi hermano o a mí?", en vez del socorrido "Os quiero a todos por igual", es mejor introducir el concepto de exclusividad: "Tú eres único y en el mundo no hay otro igual que tú". "Que te quieran por igual significa que te quieran menos; en cambio, ser amado de forma exclusiva, por ser quien eres, significa ser amado en la medida de lo que necesitamos".

Predicar con el ejemplo (cuidar las relaciones familiares). Tovar comenta que la relación que los padres tengan a su vez con sus hermanos/as, sin ser determinante, sí pueden influir en el vínculo que se está formando entre sus hijos. "Si esta relación es positiva y enriquecedora, se le están transmitiendo a los niños una serie de valores familiares muy importantes y se les da una herencia, un concepto de tribu como factor de protección emocional que es fundamental para la vida. Pero muchas veces las relaciones familiares no son buenas, y en estos casos es importante explicar a los niños los motivos y ayudarles a entender que, en ocasiones, protegerse con el distanciamiento es el mejor modo de no hacerse más daño".

Apostar por los puntos de encuentro. De pequeños es fácil, pero a medida que los hijos crecen empiezan a desarrollar una especie de "anticuerpo" frente a todo lo que huela a compartir planes en familia. No hay que tirar la toalla porque, como explica García Agustín, "toda actividad o experiencia que favorezca la cohesión del grupo de hermanos refuerza el vínculo y lo hace duradero".

Lo que nunca hay que hacer

Estos son algunos de los dinamitadores de la relación fraterna:

El favoritismo mal entendido. Ningún padre reconoce tener un favorito, pero siempre hay caracteres que congenian más que otros. Los niños tienen un radar especial que detecta cuándo hay especial feeling entre un progenitor y algún hermano. Hay padres que se sienten tan culpables por llevarse mejor con un hijo determinado que se pasan al extremo contrario y se esfuerzan de forma "artificial" por prestar atención al hijo con el que no conectan tanto, distanciándose del más afín. ¿Resultado? Los niños no entienden nada. El "favorito" se siente abandonado y la relación se resiente. Es bueno que los padres asuman que no es necesario sentir idéntica pasión por cada hijo, y que es natural tener sentimientos distintos respecto a cada uno. Hay que aplicar otro enfoque con el hijo con el que se congenia menos, buscando lo que le hace especial y reflejar nuestra admiración por él. Los niños necesitan un aprecio completo y realista de quién es él o ella, haciendo que todos los hermanos se sientan como el hijo número uno.

Comparaciones: odiosas y muy peligrosas. El ránking de "prohibido" para los padres lo encabezan las comparaciones, conscientes o inconscientes, en cualquiera de sus formas. "Siempre hay que evitar comparar a los niños, no sólo puede destruir su autoconfianza sino que fomenta una mayor competitividad entre ellos", dice Silvia Álava. Cuando los padres comparan unos hermanos con otros siempre hay uno que pierde y acaba desarrollando resentimiento hacia el hermano o hermanos. Faber y Mazlish advierten que tan dañinas son las comparaciones "en contra" de un niño ("Tu hermano se organiza mejor y siempre acaba los deberes antes") como "a favor" ("Eres el más ordenado de todos"). "En ambos casos, lo que se consigue es volver a los niños más competitivos respecto a sus hermanos. Hay que romper ese patrón y decir lo que haya que decir al niño directamente, sin aludir a ninguno de sus hermanos".

Obsesionarse con que se lleven bien. Laura García Agustín recuerda que, como ocurre con los amigos, es normal que las relaciones entre hermanos fluctúen y pasen por malas rachas. "Es un error insistir en que los niños se lleven siempre bien. Los hermanos, por el hecho de ser compañeros de juegos desde el principio, tienen una empatía primaria que hace que se vayan adaptando a las diferentes etapas evolutivas y establezcan relaciones fraternas de forma natural, sin que los padres intervengan. Cuando estos toman partido, la relación empeora". hay que evitar actitudes como, por ejemplo obligarles a compartir todo (espacio, ropa, materiales). Los niños necesitan sentir que hay lugares y cosas que son sólo suyas, que sólo ellos deciden si desean o no compartir. Lo mismo en las peleas: "No funciona buscar el origen o evitar la discusión a toda costa y exigir un final feliz", dice María Bustamante.

FUENTE: Revista TELVA

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