La relación con los padres
Cuando somos niños necesitamos que nuestros padres nos quieran, nos acepten, nos validen, nos premien y reconozcan nuestros méritos.
Como no hay padres perfectos que puedan dar amor incondicional en todo momento, porque seguramente ellos tampoco lo recibieron, se producen carencias que siguen vivas cuando somos adultos.
Lo más importante para un niño es sentirse querido y hay padres y madres que no saben querer o no nos quieren como desearíamos ser queridos. Muchas veces he oído a mis clientes decir “sé que mi padre (mi madre) me quiere a su manera, pero yo no me siento querido”.
Cada persona tiene uno de los 5 lenguajes del amor que desarrolló Gary Chapman y si deseamos abrazos y besos, pero solo recibimos regalos en el cumpleaños y en navidad, no nos llega el amor. Es como si nos hablasen un idioma que no entendemos y no nos llega el mensaje.
Cuando un niño oye cosas como: eres un trasto, eres un desastre, nunca serás nada en la vida, ¿es que no piensas?, eres tonto, nunca aprenderás, etc. Se siente rechazado, invalidado como persona, duda de su valía y de su capacidad. Si este tipo de frases son repetidas forman finalmente una creencia subconsciente.
Hay padres (madres) que no acostumbran a valorar lo que sus hijos hacen, ni a reconocer sus logros, por pequeños que sean, aunque grandes en la infancia. Y esta carencia es importante.
He encontrado adultos que han estado muchos años esforzándose y esperando este amor, aceptación y validación de su padre o madre. En la mayoría de las ocasiones es un esfuerzo sin recompensa. Esta necesidad incompleta acaba creando frustración y rabia, redoblamos el esfuerzo, persistimos y no logramos lo que tanto anhelamos.
Nuestra vida gira entorno a unos padres que han sido incapaces de darnos lo que necesitábamos y que no parece, a pesar de nuestra esperanza y deseo, que puedan cambiar.
Como adultos tenemos la capacidad de dejar de buscar en los padres y por extensión en los demás, lo que podemos encontrar en nosotros mismos.
Puede parecer sorprendente pero cada uno de nosotros tenemos la capacidad de querernos, valorarnos, validarnos, cuidarnos y reconocer nuestros logros. Cuando aceptamos la realidad, que nuestro padre o madre no nos lo pueden o saben dar, es cuando empieza al viaje interior, conectamos con nosotros mismos y nuestra capacidad de darnos todo lo que anhelábamos.
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