IA: Encontrando patrones donde no los hay

IA: Encontrando patrones donde no los hay

La gematría, arte hermético de encontrar patrones numéricos y conexiones simbólicas en las estructuras lingüísticas y arquitectónicas, se presenta como una de las formas más sofisticadas de la exégesis esotérica. Esta práctica, atávica y obsesiva, parece estar impregnada de una sed insaciable de encontrar significados profundos y secretos en los números; un impulso tan antiguo como el acto mismo de observar el cosmos y tratar de descifrar los códigos ocultos que subyacen en la aparente simplicidad de la existencia.

Este afán interpretativo tiene uno de sus ejemplos más icónicos en las obsesivas mediciones y especulaciones de Piazzi Smyth respecto a la Gran Pirámide de Keops. Para Smyth, las proporciones monumentales de la pirámide ocultaban un código sagrado: sus codos, sus ángulos y alturas no eran simples valores métricos, sino símbolos de verdades cósmicas inmutables. La altura de la pirámide, decía, multiplicada por diez a la novena potencia, representaba la distancia entre la Tierra y el Sol. El perímetro de la base dividido por el doble de su altura ofrecía, según él, una cifra cercana a la constante π (3,14), lo que, en su visión, confirmaba que los egipcios ya poseían conocimientos avanzados de matemática y astronomía. Así, Smyth elevó los números de la pirámide a una especie de revelación universal, otorgando a sus cálculos una veracidad inquebrantable.

Sin embargo, la naturaleza humana parece también insaciablemente predispuesta a ver patrones donde quizás solo haya azar. Incluso un IBM 5150, con dimensiones aparentemente banales y que no atienden a significados ocultos, podría ser objeto del mismo escrutinio gemátrico, y con igual fervor interpretativo que el monumento funerario de Keops. Basándonos en las dimensiones del IBM 5150, podemos aventurarnos en una reflexión cosmogónica que revela conexiones sorprendentes entre este icónico artefacto tecnológico y los misterios del universo. La altura del IBM 5150 es de 14 centímetros. El número 14 ha sido significativo en diversas tradiciones: representa la suma del doble de la perfección divina (7+7) y coincide con el número de fases lunares visibles, simbolizando el ciclo eterno de renovación y transformación en el cosmos. El ancho del dispositivo es de 49,5 centímetros. Si multiplicamos 4 y 9 obtenemos 36, que sumado a 5 (de los 0,5 centímetros) resulta en 41, número que curiosamente coincide con la profundidad del IBM 5150: 41 centímetros. Esta correlación numérica es interpretable como una manifestación de la armonía matemática que subyace en la estructura del universo, reflejando la idea pitagórica de que todas las cosas son números. Además, si sumamos las tres dimensiones (14 + 49,5 + 41), obtenemos 104,5 centímetros. Este número, al ser simplificado (1+0+4+5), resulta en 10, que en numerología simboliza el retorno a la unidad después del ciclo completo del 9, representando el inicio de una nueva existencia o nivel de conciencia cósmica. El número 10 también en diversas culturas representa la totalidad y la perfección, indicando que el IBM 5150, en su diseño físico, podría ser visto como un microcosmos de la totalidad universal. Explorando más a fondo, si consideramos el volumen del dispositivo multiplicando sus dimensiones (14 cm x 49,5 cm x 41 cm), obtenemos 28.413 cm³. Sumando los dígitos de este volumen (2+8+4+1+3), llegamos al número 18, que a su vez se reduce a 9 (1+8). El número 9 es profundamente significativo en múltiples tradiciones esotéricas y cosmológicas: representa la sabiduría divina, la iluminación y es considerado el número de la conciencia cósmica y el amor universal. ¿Se trata esto de una señal de que el IBM 5150 no es simplemente una máquina computacional, sino una representación simbólica de la conexión intrínseca entre la creación humana y las leyes fundamentales del universo?

Es en este juego, casi siempre cargado de ironía, donde la gematría se manifiesta no solo como una búsqueda de la verdad sino, paradójicamente, como una fuente de confusión. Las cifras y cálculos pueden ser deslumbrantes, pero ¿realmente contienen la verdad o solo una sucesión de coincidencias convenientemente buscadas?

La tendencia psicológica a encontrar patrones o conexiones significativas en datos aleatorios o sin sentido se denomina apofenia. Este término fue acuñado por el psiquiatra alemán Klaus Conrad basándose en sus investigaciónes sobre psiquiatría, para describir la experiencia de percibir relaciones y patrones donde no los hay. Un ejemplo específico de apofenia es la pareidolia, que es cuando interpretamos estímulos vagos o aleatorios como algo reconocible, como ver formas de animales en las nubes o rostros en objetos inanimados. La apofenia es una característica común en el ser humano y está relacionada con nuestra capacidad innata para buscar y reconocer patrones, lo cual nos ha permitido adaptarnos a entornos, las más de las veces, hostiles, y evolucionar. Sin embargo, en ciertos contextos, esta tendencia puede llevarnos a interpretaciones erróneas o supersticiosas, especialmente cuando atribuimos significado a coincidencias que son puramente aleatorias. En casos extremos, una fuerte inclinación hacia la apofenia puede estar asociada con condiciones psicológicas que afectan la percepción y la interpretación de la realidad.

La apofenia, como manifestación intrínseca de la cognición humana que impulsa la identificación de patrones en la aleatoriedad, encuentra en la gematría una encarnación simbólica y sistemática de esta tendencia. Ambos fenómenos revelan una búsqueda inherente de significado y orden en estructuras aparentemente desprovistas de propósito, reflejando una misma predisposición ontológica hacia la estructuración del caos. En este sentido, los sistemas de inteligencia artificial (IA) más avanzados, diseñados para emular procesos cognitivos humanos, incorporan algoritmos que replican esta propensión apofénica al detectar correlaciones y patrones incluso donde no existen relaciones causales evidentes. Un ejemplo ilustrativo de esto es el uso de redes neuronales profundas (DNN) en el análisis de grandes volúmenes de datos, donde estas IA pueden identificar conexiones espurias que los humanos también podrían interpretar como significativas, perpetuando así una forma de apofenia algorítmica. Este paralelismo nos lleva a que tanto la mente humana como las tecnologías emergentes comparten una misma inclinación hacia la imposición de orden y significado, y una convergencia entre los procesos biológicos y artificiales en su intento por navegar y comprender la complejidad inherente del entorno informacional.

Es imperativo reconocer que, pese a la sofisticación de los sistemas de IA, solo la mente consciente del operador humano posee, por el momento, la capacidad de equilibrar esta ecuación apofénica. Los algoritmos, en su incansable búsqueda de patrones, carecen de la discernibilidad y el juicio crítico que caracterizan la cognición humana. Es el operador humano quien, mediante la supervisión y la interpretación contextual, puede discernir entre las correlaciones genuinas y las meras coincidencias de patrón que las IA a menudo proclaman. Este equilibrio, aún no automatizado, obliga aun a día de hoy a una indispensable sinergia entre la IA y la inteligencia (consciente) humana, donde la primera potencia nuestras capacidades analíticas mientras que la segunda infunde sentido y propósito a los resultados generados. En última instancia, esta dinámica refleja una extensión contemporánea de la tendencia humana por encontrar orden en el caos, mediada ahora por tecnologías que, aunque avanzadas, aún dependen de la agudeza y la intuición humanas para evitar caer en las trampas de la apofenia.

Extracto de "Informática: El mundo como información y representación"

En preparación (ISBN. ISBN- 9798340452597 )


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