Imaginación: Tu cable a tierra
“Hada fiel que mi dicha con sus hechizos forja, es moneda en mi alforja y en mi ruleta es ficha”. Leopoldo Lugones
“Debemos ser el animal más entretenido —y aterrador— de toda la galaxia”, me digo, mientras me pregunto qué clase de desequilibrio mental debe uno tener para convertir cadáveres infectos en proyectiles mortales.
Eso fue justamente lo que hicieron los tártaros en 1347 mientras sitiaban la ciudad de Kaffa. Los genoveses resistieron lo que pudieron, pero infectados por la peste negra, se vieron obligados a huir sembrando a su paso las semillas de la muerte.
La peste negra fue una de las pandemias más devastadoras de la historia. Se llevó a más de 50 millones de personas.
Hará unos veinte años que vi la charla Tu esquivo genio creativo de Elizabeth Gilbert, y quedé fascinado. Tejió su relato con tanta maestría que arrasó mi hojarasca, y me dejó en llamas un buen rato.
Su apología a la vida de aquellos más dados a escuchar a las musas es espléndida. La otrora imagen del artista atormentado que malabarea brasas rubíes con sus manos desnudas, le abre paso a un desvarío mucho más amable.
Elizabeth relata cómo en la antigüedad se creía que nuestra inspiración dependía de una suerte de duende tutelar que se nos había asignado al nacimiento, y nos permitía beber del mar gnóstico.
James Hillman sostiene que nacemos con una semilla interior que nos hace únicos. Esta simiente peculiar, dice, reside en nuestro inconsciente y debemos invitarla a germinar por medio de nuestra imaginación, ya que nuestro fuego interno depende de sus frutos.
Esa exploración osada nos protege —siento— de tanto narcisista mesíanico, de esos que atraen tanto a las almas tibias que están dispuestas a matar y a morir por cualquier causa, antes que tener que vérselas con su propio silencio, sus propios temores, su propia sombra, y su propio amor.
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Robert Browning escribe en 1835:
“La verdad está dentro, no nace de algo externo,
Hay en todos nosotros un recóndito centro
Donde íntima y plena, la verdad nos habita.
Saber, consiste más en abrirse un camino
Por donde pueda huir nuestra luz prisionera,
Que en abrir una puerta para los resplandores
Que imaginamos fuera”.
Cuida tu llama.