INFORMACION DE GUERRA Y GUERRA A LA INFORMACION
Hace más de 30 años Norman Mailer escribió con sutil ironía que no hay nada como informar lo que alguien escuchó a otra persona a quien (a su vez) se lo contaron. Este pensamiento del autor de “Los Desnudos y los Muertos”, una de las novelas más aclamadas sobre la Segunda Guerra Mundial publicada en 1948, invita a reflexionar sobre algunos hechos derivados del tratamiento mediático de la Guerra del Golfo.
Un fenómeno esencial asimila a la guerra con la prensa; ambos se desenvuelven en un campo de percepción. Avistar primero al enemigo que va a lanzar su ataque es determinante en una batalla. Presentar una primicia antes que la competencia determina un triunfo en la lucha por el rating. La Primera Guerra Mundial transformó al conflicto bélico en un escenario de película, y a partir de ese momento los medios de comunicación se convierten en editores de campaña ubicados a miles de kilómetros de sus respectivas empresas periodísticas.
Desde el uso del telégrafo en la guerra civil estadounidense hasta el debut de la computadora en 1996, durante la Guerra de Vietnam, se demuestra que lo más importante en un conflicto bélico no es la cantidad de información que se puede producir, sino el procesamiento y la transmisión de la misma para alcanzar y persuadir a la opinión pública sobre el éxito de las operaciones militares.
Es a partir del conflicto de Vietnam cuando la guerra se convierte en un fenómeno esencialmente electrónico y, a su vez, la información y la propaganda adquieren un valor casi similar a la misma industria armamentista. Basta recordar que Internet es fruto de investigaciones del Pentágono, y en este sentido, que todas las comunicaciones satelitales vieron su origen y financiamiento en el presupuesto de las fuerzas armadas. No es menos cierto que a medida que se incrementa la tecnología de la información se despersonaliza la producción de la misma, requiriendo como consecuencia mayor cantidad de tiempo para su análisis.
En el terreno periodístico esto trae aparejado una dispersión de las fuentes informativas. Es bueno recordar que en la carrera por las primicias no siempre quien llega primero es el mejor y el más veraz. El filósofo británico Jeremías Bentham enseñó que el sofisma se pone en obra para influir sobre la persuasión de otro y para obtener de ello algún resultado. En este sentido, el error es el estado de una persona que alimenta una opinión falsa y el sofisma, un instrumento de error.
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La democracia muere si es vencida por la mentira, el totalitarismo se rinde ante la invasión de la verdad. Adquiere entonces validez preguntarse si existe alguna limitación moral para que la conducción de las fuerzas armadas que operan en Iraq utilice los medios de prensa para engañar a las fuerzas enemigas, engañando al mismo tiempo a la opinión pública estadounidense.
Entre lo que el pueblo necesita saber y lo que a la estrategia de los mandos militares le conviene que aquel sepa, se convierte en una inmensa nebulosa de informaciones que los tiempos de la guerra nunca podrán dar por ciertas. Así como la libertad de prensa y la presentación de noticias de fuentes civiles y militares no garantiza la infalibilidad, la independencia constituye una de las condiciones que hacen posible la máxima exactitud en una información.
Por último, es válido considerar que más allá de las motivaciones geopolíticas y económicas que llevaron al presidente republicano George W. Bush y al premier británico Tony Blair a iniciar la primera guerra internacional del siglo XXI, hay cuestiones filosóficas que no pueden ser alcanzadas por la más perfecta e insuperable tecnología bélica. Hannah Arendt afirmó que “del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia”. La autora, nacida en Alemania en 1906 y fallecida en Nueva York en 1975, concluyó sentenciando que “lo que nunca podrá brotar de ahí es el poder”.
André Malraux señaló en diálogo con el General De Gaulle que los Estados Unidos son la única nación que llegó a ser la más poderosa del mundo sin buscarlo militarmente. La Casa Blanca tendría que considerar entonces que el final de la guerra debe determinarlo el Departamento de Estado y no el Pentágono.