La aventura de emigrar
Y por aquel mundo extraño, marchaba callado, sin poder contar a nadie la historia de mi decisión, no por miedo, no por un particular interés en ocultar detalles del pasado, sino porque cada vez que intentaba hablar del asunto me topaba con la absoluta incomprensión de los oyentes, me veía enfrentado a cientos de cuestiones que nunca antes me había propuesto aclarar porque afín de cuentas eran cuestiones que debía resolver yo. Y por eso que en Amanecía recupero la cuestión de la esperanza, y emprendo la tarea de hacer creíble una supervivencia más allá de la inmediatez del día a día. Es una novela que tiene algo de ese Tesoro que se acumula en la madurez, cuando ya se entiende todo lo que fue perdido. Y es en este espacio que Amanecía descubre los secretos de la Memoria y que nada es imposible. Este libro es una historia de superación personal. Alcanzados por la zarpa de la crisis y el desánimo generalizado, los personajes intentan recuperar la esperanza, y emprenden la tarea de encontrar su Identidad seriamente dañada. Y sintiendo esa necesidad de sobreponerse inician un camino, al tiempo que su mundo interior se va trasformando, redescubriendo la dignidad.
Hay muchas cosas que contar lo difícil es conseguir el tono adecuado. Mi tono no es airado, casi nunca, sino preciso, irónico, detallado, en busca de la dignidad perdida. Y así, la esperanza circula entre los personajes como la única pasión que les mantiene vivos. Personajes que soportan una vida mediocre, marcados por la deuda afectiva que les lleva a buscar aquellos leves signos de Identidad. Pero todo ello descrito de manera muy dulce.
Son muchas las cuestiones existenciales y cotidianas las que planteo. La comencé sin esperar que nadie llegaría nunca a leerla. Pero después en razón de todo lo que pasó, en razón de todo lo que nos pasó, la situación ha cambiado. Porque los demonios acuden sin ser invitados cuando la casa está vacía. Y descubrí que todo lo que buscaba era la ausencia de inquietud. Si bien, no era el vacío que se crea cuando cesa la algarada lo que me turbaba sino la más profunda conciencia del conflicto entre singularidad y mediocridad, agudizado por la condición de desclasado por la crisis y, a quien no le van mal las cosas. La narración transcurre de forma atemporal, en un amanecer con lazos intensos de afecto, que suscitan escabrosas reflexiones sobre la vida, que disfruto “sin un estímulo movilizador para soñar el futuro”. Impulsado por una necesidad de introspección, con derivas en el flujo de conciencia y diálogos con frases inconclusas, la narración está enfocada en mí; sin embargo mi figura opera más bien como pretexto para interrogarse sobre la madurez.
Mi problema es más forzado que real, probablemente recelos de aceptar el paso del tiempo; y esa contrariedad la convierto en camino al “estar buscando nuevas sendas”, empeñado en la comprensión racional, que deseo y aborrezco al mismo tiempo. Y aquí se revela la confrontación con la Identidad en busca de la excepcionalidad, pues mi pugna contra la mediocridad no recae en tener los mismos pensamientos que los demás, sino en dejar de pensar “para poder estar solo y en el silencio de la escritura, ese silencio que proporciona la escritura cuando se está inventando”. El lugar, en suma, de la invisibilidad, allí donde se estimula la creación, pero aún no hay mundo creado. En ese mundo silencioso que nos viene del otro y que no es un silencio vacío sino que nos viene cargado de significados.
Y por aquel mundo extraño, marchaba callado, sin poder contar a nadie la historia de mi decisión, no por miedo, no por un particular interés en ocultar detalles del pasado, sino porque cada vez que intentaba hablar del asunto me topaba con la absoluta incomprensión de los oyentes. Estribillo
La crisis iba pasando pero la esperanza se iba quebrando en el estéril paisaje de la triste realidad de España. Cada vez estaba más claro, el país Transpirenaico no pensaba contar con nosotros y no escatimaba en esfuerzos para que nos diéramos por vencidos, y así se nos quiso hacer creer de lo contrario. Lo cierto es que siempre hemos estado ahí, en la vanguardia, asumiendo lo nuevos retos con entusiasmo; y aunque sufrimos el exilio, de silencio y de vergüenza, quisimos creer que, como otros hijos de la Nación, regresaríamos a una España nueva. Y fue un tiempo aterrador el regreso, nada nos esperaba y con gesto imperioso reclamábamos un lugar, en una España sumida en la tristeza y el servilismo. Y de esa manera, los que en el pasado habíamos constituido la clase media ilustrada, nos habíamos convertido en personas non gratas, para los populistas por ser compañía incómoda para su demagogia, para el común por ser testigos críticos de su claudicación. Y así, la única nota alegre se convirtió en burlarnos de esa aureola de dignidad en la que se envolvían los que creyeron la patraña…Así pues, fue tal nuestra insistencia que hasta las puertas del Infierno se abrieron con un golpe de viento misterioso que hizo templar las llanuras y los altos y al disiparse las sombras y el fuerte olor a azufre, nos despertamos; fuera caía el intenso sol castellano que cubría las fachadas de la ciudad de manera impropia para un mes de diciembre.
¿¿¿Y por qué me gustaría que la leyeras??? Bueno es complejo, te explico: por su condición de laberinto, este libro es el mejor engaño para cazar espíritus. Es una travesura –o travesía- para atrapar a unos y a otros en mi escritura. No se adapta mi espíritu a la simpleza normativa de la línea recta y por eso no sigo una. De esa inquietud tan íntima, de este anhelo prodigioso nace Amanecía.
Pensar diferente de la ortodoxia no es pensar contra la ortodoxia, sino tratar de acercarse de otra manera. De todas las cosas obligatorias que uno hace en la vida, la que menos entusiasmo me inspira es la de adherirme a las consignas oficiales del “buen pensar”; ese “buen pensar” que nos dice que es perjudicial desear lo imposible ya que la realidad te devuelve frustración; que conviene desear exclusivamente lo posible, lo que está al alcance de uno No estoy por la labor de semejante disparate y lo que es cierto es que mi vida solo se mueve y va hacia adelante si deseo lo imposible. Y por ello, y por muchas cosas más, deseo escapar de la pesadilla recurrente de que hay que ser normal, y que marca nuestras vidas de manera indefectible. ¿Pero de verdad es necesaria aplicarlas a todo? ¿Por qué no dejamos que de vez en cuando sigamos siendo humanos con nuestras equivocaciones? Y digo bien, al decir nuestras porque quizá sea nuestro más preciado patrimonio y es que estoy radicalmente en contra de acabar con una de las esencias de la vida, que es la de errar. Ya nos laminaron demasiado en aquella escuela adoctrinadora –sí, es que me voy haciendo viejo. ¿¿¿Y qué???? Ahora, revindico mi espacio, donde poder pensar, aunque no sea como tú.
No es un planteamiento pesimista. Sino justo todo lo contrario: todo lo bueno, todo lo importante, está al alcance de cualquiera. Tener esos espacios de libertad donde poder ser. Y es que, nosotros vivimos en un mundo frenético que nos obliga a vivir en la superficie de todo, pero en verdad es mucho más que eso, es camino de embrutecimiento.
Somos de una inmediatez tan urgida que en nosotros pesan más lo último dicho por el opinador de turno que nuestra propia Memoria, esa con la que hemos construido nuestra Historia. Hay un exceso de confianza en lo efímero y esto nació muerto, porque al instante es pasado. Y esa debilidad se nos nota. La Memoria nos puede acercar a la experiencia del Abismo. Pero también da perspectiva y criterio. La Memoria otorga Identidad con mayúsculas. La Memoria se va haciendo a lo largo del tiempo, de forma acumulativa, tejiendo un mundo de referencias. La Memoria duele igual que expande nuestro universo. Recordar no es echarse a vivir en lo ya ocurrido, sino encontrar aquí y ahora claves necesarias de lo que tenemos, de lo que somos, de lo que quizá podamos llegar a ser o de lo que ya está aquí y aún no somos capaces de percibir La Memoria es con lo que hilamos nuestro yo. Cuanto más acumulamos entre los surcos que inevitablemente deja el paso del tiempo, más capacitados estamos ante la estupidez, mejor preparados para entender el misterio que es la vida. Todo se distingue mejor.
Si quitamos el soniquete de lo políticamente correcto, si obviamos las obligaciones que nuestra propia mundanidad nos impone, hay un mundo que trasciende nuestra propia finitud. A mi esa experiencia me la da los libros y la música, donde me adivino infinito.
A los lectores, especialmente a los atrapados en la cotidianidad, hay que decirles que tal vez la vida está en la gratuidad, en la libre donación de lo que somos porque en ocasiones olvidamos las raíces que constituyen nuestras vidas, esa urdimbre que de manera esforzada vamos tejiendo con las experiencias. Se equivoca quien quiere reducir esa vida a un simple conjunto de necesidades por saciar, o al mero intercambio por cubrirlas. Existe donación y existen los límites y esos están en la dignidad que representa la vida misma.
No podemos seguir trasmitiendo el mensaje que aquel que no produce no es digno. ¿¿¿Dónde deja eso a los ancianos, a los débiles??? En la estepa del olvido. Y eso nos recuerda a tiempos pasados. Sí, me refiero a esa época donde el asesinato se industrializo, llegando a cotas de “eficacia” nunca vistas. Y es por ello que, la belleza y las ideas – a ser posible, más de una- se constituyen en las únicas herramientas frente a la barbarie de la sociedad de lo efímero. Porqué el tiempo es un laberinto tramposo y poco de fiar. Es fugaz, efímero, porque cada cual vive el tiempo a su manera y por eso nos buscamos convencionalismos para medir las cosas. Lo eterno es aquello que por grandioso no lo puedes encerrar en las manecillas de un reloj y puede que tan solo sea un instante.
De la esencia de nuestra Identidad, que no es ideología, brota el Humanismo que nos da como fruto espacios de libertad, donde el hombre tiene la posibilidad –o quizá la tenga- de habitar consigo mismo. Porque es el hombre un proyecto complejo que se escapa a su propia mundanidad, esa misma que con frecuencia nos asfixia con sus propias exigencias. Y como el poseso que soy que sale al alba a manifestarse, venciendo las tinieblas de la noche, con la risa un poco, con la sutil ironía, bastante y ya una larga trayectoria, así también, de esta crónica saldréis también a reíros abundante y exageradamente de vuestra pena. En ella recojo todo lo que de mi memoria pude recoger e inventó con mi memoria –si se puede llamar inventar- todo lo que de ella pudo inventar, como homenaje a la buena vida que me dieron aquellas dos mujeres y a su perdida, si las perdí, en aquellas mil y una noches, en un loco y desesperado afán de alcanzar el alba, y con el propósito de no ser descubierto aterrado en el proceso de escritura de este relato. Y efectivamente, es eso lo que he hecho, con retales de mi memoria, inadvertidamente he hilado una historia a la medida, ahuyentando los miedos de la noche para siempre, impregnando de franqueza todos los momentos. Pero bueno, contado así parece hasta fácil.
Y era en cada amanecer, que nacíamos, y surgían, por levemente que fuese, una especie de ascensión de nuestra propia naturaleza, en esa luz primera que parecía ser lugar donde resurgir. Amaneceres que quizás simplemente eran lugar de encuentro. Y será que esa luz primera, intensa aún, destila reflejos de antaño, así de simple; o será que la vida me depara otra orilla; luego, sea lo que sea, no quiero saber, cuál es el futuro que me aguarda. Así que lo mejor de mi futuro es tan sólo dejar un débil recuerdo de algún pasado cercano.
Y aunque me reconozco como persona muy exagerada, sin esperarlo, la realidad sobrepaso en mucho a mi ficción. Y no tengo conciencia de haber faltado a la verdad, aunque hay momentos en los que es hermoso agigantar las cosas pues aviva el ánimo. Y es bueno decir que amar como yo ame es también otra forma de exageración que a mí me gusta. Y cuando en nuestras vidas todo era excitante -por exagerado- ninguno de los dos imagino que acabaría de este modo, como una novela intrigante.
No hace falta ser un genio para escribir bien se precisa pasión. El que escribe, escribe y escribe para no decir nada, bueno ya conocemos los resultados de la sociedad de lo ameno. No quiero indicar con ello que la escritura tenga un carácter moralizante, que no, pero cuando cuentas una historia debe existir una intencionalidad (además de ser muy terapéutico) Pues eso, lo que relato, lo hago como parte de mi historia, como si estuviera volando sobre ella; participo de los paisajes por donde deambulo. Yo no finjo el verlos, la fuerza de mis palabras arrojan luz sobre ellos, Y aquellas vivencias se pasaron por mi mente con multitud de hechos y personas que de manera solapada fueron urdiendo la historia, como un entramado indescifrable, y todo ello para encontrar mi voz, mi sitio, ¿sabes?, eso es en resumen lo que he hecho. Y de pronto, sin mudanza, encontré mi voz en el susurro, ahí donde se cruzaban los recuerdos de aquella vida llena de encrucijadas.
Bueno, como decía, cuando regrese de ese mundo indefinido del exilio interior, sentí la necesidad de narrarlo. Ya veo que estoy como Borges, asimismo, cuando escribía: “Los viejos hablamos y hablamos, pero ya me estoy acercando a lo que quería contar. Pero, créeme que estoy, ante todo, como yo mismo. Y como lo más preciado para un narrador es que sus historias se lean y sean leídas por aquellos que puedan apreciarlas (y digo bien al decir que puedan apreciarlas) deseo leas mi historia y si te avienes a ello y queréis puedes reseñarla.
Por todo ello, querido lector, te advierto que lo que te ofrece Amanecía, es la compilación de escritos narrativos y poéticos producto del recuerdo o del delirio que jamás pude imaginar salieran de mi pluma; vas a tener el gusto y la oportunidad de sentir en tus carnes, el llanto o el gozo con momentos probablemente vividos por ti pero te aseguro que al leerlos pensarás que fueron escritos desde muy distintas perspectivas, o tal vez, escritos desde el delirio. Es necesario pues, derribar la frontera que aísla la realidad de la ficción, que ha sido, desde siempre, uno de los más ansiados anhelos del ser humano y que es la magia y la literatura quién lo han conseguido. Así todo se vuelve tan simple que nos reímos de las grandes justificaciones con las que vestimos nuestras acciones. Perdemos las necesidades y se reduce el equipaje. Abandonamos las certezas porque ya no estamos seguros de nada y no nos hace falta. Vivimos de acuerdo a lo que sentimos, dejamos de juzgar porque ya no hay bien o mal, sino más bien las decisiones que tomamos; los errores ya no son tan terribles. Finalmente entendemos que todo lo que importa es vivir, vivir sin miedo, es hacer lo que engrandece el espíritu y nos humaniza. Y nada más. Cuando descubrimos todo eso es cuando llega la satisfacción. La verdadera felicidad -o no, no hay resortes mágicos-, pero eso es lo maravilloso de ser humano. En cualquier caso, y como siempre pasa con los relatos, creíbles o no, este aquí está, para bien o para mal, tan pimpante y tan bravucón, Ojalá, apreciado lector, que estos arrebatos que en el libro, para tu divertimento, he puesto en rodeo, te arranquen una sonrisa y robustezcan tu arresto espiritual y sensual con esa pulsión primaria.