La comunicación, según pasan los años

Por Analía Alcón

La ventaja de tener una cierta edad es que una puede dar testimonio de los sucesos.

Mi primera experiencia de trabajo fue en los años 80 y recuerdo que, para obtener información, negociar o vender, la mejor manera de hacerlo era de forma presencial. El teléfono (¡fijo!) no era una herramienta ni rápida ni accesible. Para consultar algo en cualquier organismo, por ejemplo, había una línea, a lo sumo dos, y se necesitaba largo rato para que la llamada entrara. O si alguien estaba utilizando el teléfono en alguna oficina, había una o varias personas esperando que se liberara para hacer otros llamados. Así que usabas el teléfono para acordar algún encuentro y hablaba la voz y el cuerpo.

En los años 90, privatizaciones mediante, Argentina pasó a ser un mercado apetecible para las compañías telefónicas. Los teléfonos fijos se transformaron en las vedettes de la comunicación porque las empresas accedían a una gran cantidad de números, con la gran novedad de las líneas rotativas. Un tentador inicio de la adicción a la silla. Así se retiró el cuerpo y la voz tomó mayor protagonismo.

En la primera década de los años 2000, con la llegada de Internet a las empresas y a los hogares, cuerpo y voz se retiraron de la escena y la palabra escrita subió a lo más alto del pedestal. El e-mail se convirtió en el medio de comunicación por excelencia, a tal punto que, cuando se usaba la modalidad anterior (teléfono o reunión presencial), la conversación terminaba (y termina aún hoy) en “¿Me lo mandás por escrito así queda registro?”

Ya estamos en más de la mitad de la segunda década de los años 2000 y, si bien ni lo presencial ni lo telefónico ni lo escrito se han retirado de la escena, el Whatsapp, las redes y el Skype parecieran ser los nuevos canales de este tablero inmenso. Es decir que de alguna manera se conjugan cuerpo, voz, escritura y un condimento más que interesante, las imágenes y sus controvertidas interpretaciones. ¿Cuáles son las particularidades? Mucha simplificación, inquietante simbología, variedad de interpretaciones y ausencia de horarios, entre otras.

Este largo camino nos ha permitido experimentar en la gestualidad, la mirada, la postura, la vestimenta, el peinado, la composición del cuerpo. Nos convirtió en especialistas del tono de voz, de la sonrisa telefónica, de las convenciones de saludos verbales, de los tiempos entre palabra y palabra. Nos alertó sobre el acto solitario que es la palabra escrita, el significado subjetivo de los tiempos de respuestas, los significantes de las mayúsculas, los signos de puntuación exagerados y la importancia de la composición de oraciones y párrafos para el impacto del mensaje.

Frente a tanta diversidad de canales hoy, además de manejar las diferencias generacionales, enfrentamos dos grandes desafíos: reconocer el canal adecuado y resguardar la autenticidad entre lo que pensamos y lo que decimos.

Voy, hablo, escribo o mensajeo. Por WhatsApp, por teléfono, por el móvil, por Skype, por video llamada. Cualquiera sea el canal, lo que diga tiene un entorno inmediato de imágenes, de opiniones, de innumerables fuentes (redes) que confirman o refutan, de emociones que se cuelan en las palabras, en los gestos, en el tono de voz. Porque nos conocemos más, porque somos más visibles, porque somos más protagonistas.

Esta multiplicidad de medios nos ha acercado. Nos ha vuelto más visible. Nos tira al ring, en cuerpo y alma. Entonces, ¿quién es hoy el protagonista de la comunicación? ¡La emoción, el sentimiento!

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