La revolución virtual
Cuando niña, mi juego preferido era dar clases. Sentaba muñecas delante de mí y les explicaba, vaya uno a saber qué. A casi cincuenta años de aquellas pequeñeces, hoy sigo dando clases y es un lugar de mucho disfrute. Ayudar a formar profesionales es lo que más me gusta.
El recuerdo de entonces y la práctica de ahora se eclipsan. Si bien antes era imaginado, la configuración lúdica de mi mente atendía las inquietudes, detenía la clase para explicar dudas, me preocupaba por el distraído. Hoy propongo dinámicas, pregunto, escucho, observo, provoco dudas para consensuarlas, busco las contraposiciones entre lo teórico y lo vivencial.
Al igual que en mi juego, veo, escucho, cambio el rumbo, converso, percibo la diversidad, me animo, me desanimo. Vuelvo siempre al placer de entrar a un aula, o a una sala de capacitación, y encontrar ese público expectante. Indiferentes, interesados, cansados, aburridos, entusiasmados, alegres, opacados, distantes, conectados, predispuestos. Los “calo” al instante, y empieza el show.
Como en todos los órdenes de la vida con algunos me equivoco y el día a día, o la hora a hora, me lleva a revertir esa idea inicial, tan plagada de prejuicios. Nos vamos conociendo mutuamente y no podría asegurar si los cambié, me cambiaron o nos equivocamos en la primera mirada. Pero hay un algo especial que se conjuga y nos conecta, aún en la indiferencia. Me fascina esa construcción del vínculo.
Pero el mercado, la tecnología o la vida misma me han propuesto, desde hace un tiempo considerable, el gran desafío de la distancia. La formación on-line, la educación virtual, el e-learning, la modalidad tech del aprendizaje en cualquiera de sus formas sin dudas toma un protagonismo inevitable. ¿Inevitable o revolucionario?
Me sumo a la revolución. Más personas, en distintos lugares y cuando quieran, pueden acceder a múltiples contenidos con distintas alternativas de visualización y escucha, con dinámicas ágiles y amigables, con intervenciones de públicos globales que aportan sus experiencias, con la posibilidad de hacer consultas paralelas y tantas otras ventajas. Se descentraliza la distribución del conocimiento, se vuelve colaborativo, sin fronteras y plural.
No ignoro las dificultades, o los desafíos, tanto para los usuarios como para los desarrolladores. Es necesario validar fuentes, adquirir habilidades de comunicación virtual, comprometerse con la continuidad, no caer en la réplica de clases teóricas filmadas, diseñar actividades y ejercicios que permitan una auténtica auto-evaluación del aprendizaje, crear canales de interacción con voceros capacitados, recurrir a especialistas para el desarrollo de contenidos, no apelar a un Power Point empobrecido.
Sin embargo la posición más controvertida suele ser la del vínculo. Desde mi punto de vista, ¡no hay que asustarse! Esta metodología no se contrapone a la presencial. Tal como era mi juego de niña, hoy los nativos digitales, a los tres o cuatro años, juegan a filmar sus propios tutoriales y recrean un público con el que conectan. Ellos nos traerán las respuestas a nuestras dudas y perfeccionarán la relación a distancia. Estamos aprendiendo de apoco a desarrollar la percepción para “calar” al otro en la virtualidad y fortalecer el proceso de aprendizaje cambiando el paradigma. Yo misma en la experiencia virtual ya disfruto de la construcción del vínculo a distancia.
Como me gusta decir, estamos en la cresta de la ola. Todavía falta que el agua se deslice, la espuma se disipe y los revolcados se sacudan la arena. Hay lugar para todo. Incluso las combinaciones como el blended learning (aprendizaje semi-presencial) son una alternativa conciliadora para estos tiempos revolucionarios.
Lic. Analía Alcón / Directora de Galimi&Alcón – comunicación+escritura / Capacitadora y desarrolladora de contenidos virtuales.