La Edad del Cielo
Después de ese primer encuentro en el barrio de Recoleta, Pablo seguía pensando en Magali, le había generado curiosidad que ella fuera tan sincera con él, y gran ternura por su estado vulnerable. Básicamente ella le contó sus penurias amorosas, (que no eran muy originales, estaba casada y las cosas en su matrimonio no iban muy bien. Se había cansado de esperar el milagro de que algo pudiera mejorar: tenía los ingredientes para “la Receta” del fracaso seguro, pero Pablo ese día se limitó a escuchar .Después de llevarla a su trabajo, sintió una fuerte conexión. Su vida transcurría entre el trabajo de Gerente en la misma empresa desde hacía 30 años, sus hijos que ya habían crecido, y su mujer que aprovechaba cada oportunidad que tenía para dormir en el cuarto de visitas, en lugar de compartir el lecho. No muy apasionante.
Entonces decidió que probaría hacer algo atípico en él, al menos hasta ese momento. Unos días después del primer encuentro le propuso juntarse en un café, para conversar. A Magui eso no la entusiasmaba demasiado, ¿qué más podría conversar? Quizás por el hastío que tenía acepto.
El Guardaespaldas…
Magui llegó puntual al café histórico “Las Violetas”, en el barrio de Almagro, como no frecuentaba ese lugar, se sorprendió al ver que estaba lleno de gente tomando el té, con masitas y tostadas. El olor de medialunas calentitas era una delicia, imposible de resistir.
Su mirada hizo un pequeño paneo quirúrgico y observó a Pablo sentado, quieto con un jean celeste Wrangler Montana, y una camisa a cuadros que hacía juego con sus ojos verdes azulados. Se sonrió y lo saludo con un beso pícaro. Él estaba tranquilo sin mayores expectativas, que las de matar un poco el tiempo con una pequeña aventura fresca, como los años de su juventud.
Ella quiso ponerle un poco de condimento a su tarde, que tampoco era tan festiva. A los cinco minutos apareció el mozo, pidió el café reglamentario que justificaba la conversación tete a tete. Acto seguido Magui se levantó y se sentó al lado de Pablo, y mientras se acomodaba le dijo: “Qué rico perfume”.
-Es Eau Sauvage, de Dior.
-Te queda muy bien.
Y lo observó.
¿Me esperas que voy al Toilette?
-claro.
Magui subió las escaleras haciendo un movimiento gatuno, o algo parecido por si él la miraba. Quien sabe…en su ingenuidad recordó que Pablo le mencionó en un e- mail que ella era “El oscuro objeto del deseo”, (Luis Buñuel, 1977) una película que Magali no había visto, ya que recién dejaba los pañales al momento del estreno.
A los cinco minutos estaba sentada nuevamente a su lado, le tomó suavemente la cara y lo besó mirándolo. Pablo se sorprendió, miró a todo a su alrededor un poco nervioso, en el salón no cabía un alfiler. No supo cómo reaccionar se avergonzó como si hubiese robado, pensó si había testigos.
Las únicas sorprendidas, si se quiere, fueron unas señoras en la mesa de al lado y el mozo. O eso creyó. Paso seguido Pablo pidió la cuenta.
Una vez en la vereda, le dio la mano y le dio el beso más largo.
Magali, no pudo escapar, había jugado con fuego y se estaba a punto de quemar…
Ya estaba oscuro, era viernes, la gente iba y venía del trabajo, y ella ahí sin saber a dónde salir corriendo. Lo suyo había sido una picardía, una pavada (se justificaba), pero él se lo tomó muy enserio, en parte porque no la conocía.
-Te acompaño a tomar el ómnibus.
-Bueno.
Caminaron una cuadra y ahí estaban parados esperando, en el caso de Magui, darse a la fuga lo antes posible, pero el colectivo no venía, y ella se ponía inquieta, ansiosa. Para colmo él no se iba…
Empezaba a refrescar, y como ninguno tenía abrigo, Magui lo abrazó por detrás, buscando refugio “del frío”, pero ésa exploración respondía a una necesidad emocional insatisfecha. Él sería su Guardaespaldas, y ése el principio de la relación.