La era de la fantasía
(The fantasy era)
Artículo escrito para La Prensa Hispana Bilingual Newspaper (Indio, California, EE.UU.). Edición del 11 al 17 de setiembre, 2020
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Vivimos en una época de realidades difusas, amores líquidos, incertidumbres persistentes y emociones empoderadas. Hoy, los hechos reales ya no importan. Creamos para ellos realidades alternas sin fundamento objetivo. Alienados, entonces, de la razón y huérfanos de la verdad, nos preguntamos: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Para responder, nos cuesta mucho entender la conexión entre el presente y el pasado de las ideas. En especial, nos cuesta entender el progresivo abandono de la razón que se ha venido produciendo desde la edad moderna y cuya metástasis, lenta y progresiva, nos explota hoy en la cara.
La fiebre racionalista del siglo XVII rechazó los universales (absolutos) y el conocimiento unificado, y se aventuró a construirlo todo de nuevo a partir de los particulares (es decir, del hombre mismo). Todo cambió.
Eran épocas de optimismo y de sueños de grandeza humana. Se buscaba cuestionarlo todo, refundarlo todo, para alcanzar un mundo autónomo, de libertad absoluta. Un mundo donde el hombre no sólo fuera el centro, sino que pareciera un Dios absoluto. No se reparó, sin embargo, en un hecho fundamental: los humanos no somos absolutos. Somos seres relativos que, por tanto, sólo creamos relatividades.
Tristemente, el único “gran logro” del racionalismo pasado fue servir de fundamento teórico a las dos grandes guerras mundiales y a muchas otras guerras anteriores y posteriores. El dogma del más apto justificó aplastar y aniquilar al prójimo.
Los desastres resultantes acabaron finalmente con el tono positivista y, entonces, una pléyade de filósofos existencialistas, escépticos y desilusionados, entraron en escena para derramar su desesperación por doquier. Era ya el siglo XX. Una búsqueda ansiosa de sentido aprisionó las almas y, aun así, antes de volver a la antigua senda de los absolutos y de abrir la razón ante ellos, lo que se hizo fue agudizar el vacío y priorizar las emociones. Suicidio generacional masivo.
Desde entonces, el relativismo postmoderno ha dado paso, en el siglo XXI, a la posverdad. A una negación radical de que podemos entender el conocimiento y la vida de forma racional. Ya no queremos pensar, sólo queremos sentir. Y uno de los resultados directos de esto es la explosión actual de fantasía que vemos en todas partes. La verdad ya no importa, sólo importa cómo la sentimos.
Por eso, y con toda justicia, nuestra época bien podría terminar conociéndose como la era de la fantasía o, peor aún, como la era de la locura.
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ENGLISH VERSION.
The fantasy era
We live in a time of diffused realities, liquid loves, lingering uncertainties, and empowered emotions. Today, the real facts no longer matter. We create for them alternate realities without objective foundation. Alienated, then, of reason and orphans of truth, we ask ourselves: How did we get here?
To answer, we have a hard time understanding the connection between the present and the past of ideas. It is difficult for us to understand the progressive abandonment of reason that has been taking place since the modern age and whose slow and progressive metastasis explodes in our faces today.
The rationalist fever of the seventeenth century rejected universals (absolutes) and unified knowledge and ventured to build everything anew from particulars (that is, from man himself). Everything changed.
They were times of optimism and dreams of human greatness. The aim was to question everything, re found everything, to achieve an autonomous world, of absolute freedom. A world where man was not only the center but seemed an absolute God. It was not noticed, however, in a fundamental fact: humans are not absolute. We are relative beings that, therefore, we only create relativities.
Sadly, the only “great achievement” of past rationalism was to serve as a theoretical foundation for the two great world wars and many other wars before and after. The dogma of the fittest justified crushing and annihilating others.
The resulting disasters finally put an end to the positivist tone, and then a host of skeptical and disillusioned existentialist philosophers entered the scene to pour out their despair everywhere. It was already the 20th century. An anxious search for meaning imprisoned the souls and, even so, before returning to the old path of the absolutes and opening the reason before them, what was done was to sharpen the emptiness and prioritize the emotions. Mass generational suicide.
Since then, postmodern relativism has given way, in the 21st century, to post-truth. To a radical denial that we can understand knowledge and life rationally. We no longer want to think, we just want to feel. And one of the direct results of this is the current explosion of fantasy that we see everywhere. The truth no longer matters, it only matters how we feel it.
So, in all fairness, our age could well end up being known as the age of fantasy or, worse still, the age of madness.
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Versión digital: