La Era Digital: un arma de doble filo

La Era Digital: un arma de doble filo

Descubrí el mundo de las TIC allá por 2004, cuando mi madre acometió un titánico esfuerzo y adquirió un ordenador para los dos. Recuerdo cómo era mi vida antes de este acontecimiento: solamente disponía del televisor y un teléfono fijo. Quedar con un amigo significaba hacerlo con una llamada o, más bien, acudir a buscarle a su casa. Cómo echo de menos los tiempos en que no existían los smartphones. Las personas (especialmente las más jóvenes) disfrutábamos mucho más de los encuentros, y compartíamos actividades mucho más diversas. El hecho de vivir en un mundo todavía no tan digitalizado nos obligaba a desarrollar nuestro ingenio e imaginación. Eran tiempos más cálidos en lo que se refiere a las relaciones humanas.

Obtuve mi primer móvil con trece años de forma involuntaria. Era uno de esos aparatos plegables que tan solo servía para hacer llamadas y enviar mensajes de texto, sin Internet. No significó un gran impacto en mi vida. Así me mantuve hasta los dieciocho años, una edad en la cual todo mi entorno social ya hacía uso de los teléfonos móviles inteligentes, táctiles y con Internet. Me sentía apartado del Nuevo Mundo, por lo que, a regañadientes, me compré mi primer smartphone. Mi escepticismo acerca de esta novedosa tecnología se quebró a los pocos días. Me di cuenta de todo lo que me había estado perdiendo.

La posibilidad de contactar con las personas en cualquier momento y sin pagar de forma adicional a la tarifa contratada, poder consultar el tiempo esté donde esté o buscar cualquier cosa en Internet instantáneamente... Eran ventajas que ahora yo también podía utilizar en mi provecho, a pesar de que la gente me miraba como si fuese un cavernícola que acababa de descubrir el fuego que todos usaban para calentarse mucho antes que yo. Pero lo innegable es que en una sociedad de estas características, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación actúan no solo como modo de inclusión de las personas, sino también de exclusión. Una persona de mi edad sin smartphone quedará, lo más seguro, aislado socialmente.

Todavía no han pasado dos años desde este suceso, y puedo afirmar que, si bien empleo ordenadores para mi día a día desde hace ya 11 años, no tengo la necesidad de estar pendiente del teléfono móvil constantemente. No le veo utilidad a ello, sinceramente. Y cuando consulto los mensajes, muchas veces es tan solo debido al aburrimiento, no por una obsesión que sí veo en muchas otras personas. De hecho, muchas veces salgo a la calle dejando el móvil guardado en casa. No me gusta ser uno de esos mongólicos que miran la pantalla de su terminal incluso cuando están cruzando un paso de peatones. Por Dios, ¿hasta dónde vamos a llegar?

Por ello, si bien debo tratar de optimizar (bueno, vale, reducir) el tiempo que paso con mi ordenador, no considero necesario que deba formar parte del movimiento slow tech. Ni yo, ni nadie. Los cambios en las sociedades humanas son irreversibles, o eso es lo que nos enseña la Historia. Por tanto, la revolución digital no puede "deshacerse", tan solo una catástrofe global como un invierno nuclear o una actividad solar excesiva que deteriorase nuestros sistemas de comunicaciones podrían acabar con la Era Digital. Lo que sí debe hacerse es aquello que hemos estudiado recientemente en Alfabetización Mediática: otorgar a la población, desde muy pequeña, una educación en los medios, una serie de pautas y normas de uso responsable de las nuevas tecnologías para que seamos nosotros quienes la controlemos, no al revés.

De esta forma, aprovecharemos positivamente los nuevos dispositivos y sistemas de comunicación. Pero cuando no aprendemos a controlar nuestro uso de las TIC, es cuando surgen enfermedades mentales, que cada vez afectan a una mayor fracción de la población, sobre todo en los países más avanzados tecnológicamente. Casos como el de Japón, con su triste síndrome de aislamiento de los jóvenes, denominado Hikikomori (al respecto, el portal 20 minuntos publicó hace poco una noticia en la que alertaba de la llegada de este fenómeno a España), en un futuro preocupantemente cercano pueden convertirse en la norma mundial.

La hiperconectividad de la Tierra tiene consecuencias positivas, sí, como puede ser el acercamiento entre personas geográficamente distantes, pero no parecemos fijarnos en que lo que también produce es un alejamiento de las personas cercanas. Ese es el gran peligro para las sociedades humanas, que acabemos en un mundo frío e impersonal donde solo nos "veamos" en Internet, y donde las pocas personas que aparezcan por las calles estén completamente idiotizadas por el excesivo uso de las nuevas tecnologías, que lo hacen ya todo por nosotros, lo que provocará que acabemos siendo totalmente dependientes y esclavos de ellas (¿acabará siendo una profecía real la saga cinematográfica Matrix?).

Un móvil en el bolsillo es un chip de localización las 24 horas del día

Así pues, el progreso tecnológico es un arma de doble filo. Y no se trata solo de problemas como los que he expuesto. Internet y los nuevos teléfonos móviles están provocando que las nuevas generaciones, que nacen ya a su amparo, se interesen cada vez menos por lo analógico, es decir, por la lectura tradicional en papel, las actividades intelectuales clásicas y las formas de ocio no digital (detesto las personas que pagan una entrada de cine para estar mandando mensajes con su móvil durante la proyección de la película).

Parece que muchas personas ya no saben disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Por supuesto, a los poderosos les interesa contener la sociedad en este punto de dependencia tecnológica masiva, no solo por los grandes beneficios que ocasiona esto a las empresas (venta de aparatos tecnológicos y su respectiva obsolescencia programada), sino por la gran posibilidad de control total sobre la población y su privacidad que brinda este fenómeno a gobiernos y corporaciones. Portar un móvil en el bolsillo es prácticamente equiparable a tener un chip de localización las 24 horas del día.

O cambiamos radicalmente nuestra educación (la cual veo como la base de prácticamente cualquier problema de la sociedad) y responsabilizamos nuestro uso de las TIC (aunque hay personas más susceptibles de volverse adictas a las mismas que otras, por supuesto), o navegaremos hacia un tumultuoso futuro que no quiero ni imaginar.

Os propongo a un reto. Coged una mochila y cargadla con objetos de primera necesidad (y aquí no incluyáis teléfono móvil, portátiles, tabletas, cámaras digitales ni nada parecido). Buscad un amigo o familiar y escapaos un fin de semana a algún paraje natural, alojándoos en un albergue rural o, lo que es mejor, en una tienda de campaña. Veréis como, en vez de ansiedad, os produce sosiego, e incluso mejoráis la relación con vuestro acompañante para así volver "purificados" a la civilización. Yo cumplí este reto acometiendo un viaje de 6 días.

¿Podréis vosotros?

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