La Europa de la fe
Qué lejos está 2050. A veces nos cuesta planificar qué hacer el próximo fin de semana y nos quieren hacer mirar hacia dentro de treinta años. Tiene su sentido, claro. Planificar el largo plazo es algo no solo necesario, sino también urgente. Ya solo la idea es buena, pero hay que acertar en el contenido porque si no nada tendría sentido. De nuevo la eterna conclusión: además del qué es fundamental el cómo. Pero no hace falta irse tan lejos para hablar de planificar, de orientar y, sobre todo, de construir. Tenemos 140.000 millones de euros con los que hacer a España europea. Es el escenario en el que vivimos y en el que deberíamos vivir siempre, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Tenemos que ser un país europeo, pero eso no se consigue a base de fe.
El plan de recuperación español es uno de los mejores, según ha dicho la propia Comisión Europea. Pero de nada vale tener unos buenos apuntes si a la hora de la verdad suspendes el examen. Ya tenemos la primera parte (aunque no sea perfecta); falta la segunda. Más importante, capital, decisiva y que exige no solo voluntad sino también acción. Hay que pasar a la acción y dejar de rezarle a Alemania, Francia, Italia o Portugal para que nos marquen el camino. España tiene que avanzar por si sola, acompañando al resto, pero nunca más a remolque.
Por eso es erróneo hablar de rescate. Primero, porque no lo es. Y segundo, porque la connotación es la de que nos están salvando, y nada más lejos de la realidad. De esta pandemia, de esta crisis, de este hoyo, solo nos podemos salvar nosotros mismos. Europa ya ha hecho su trabajo, que es darnos las herramientas. Ahora se trata de usarlas lo mejor posible para no tener que rezar dentro de diez años por otra mano tendida desde Bruselas, Berlín, París, Atenas o donde tercie, que nos salve del precipicio.
Llegará un día, dentro de cinco o seis años, en el que tengamos que analizar qué se hizo con aquellos millones. Qué salió bien y qué no. Si hemos acertado o no. En definitiva, si aprobamos el examen o seguimos necesitando mejorar. Formar parte de la UE y ser un actor fundamental en ella no es una cuestión de fe. No consiste en ponerle una vela al santo y esperar una respuesta. Precisamente porque en estos tiempos que vivimos las soluciones no caen del cielo. Salir de la crisis, ser motor de Europa y que se nos tenga en cuenta no es una cuestión divina...Es una cuestión de acción. Actuemos.