La falacia de la revolución ideológica; El hartazgo, populismo y entes políticos

La falacia de la revolución ideológica; El hartazgo, populismo y entes políticos

La revolución francesa nos dejó grandes enseñanzas, desde aquella donde un pueblo organizado lleva consigo la victoria contra el gobierno opresor, hasta que aquellos poderosos en opulencia deben ser mesurados en su actuar frente al pueblo. 

Después de la muerte de Luis XVI y su esposa, María Antonieta de Austria, el pueblo francés tomaría las bases de la democracia para reconstruir su sociedad, hechos democráticos que los llevaron a una organización pública tal que fueron ejemplo para varios países en el mundo.

El hartazgo fue una de las  principales causas que llevaron al pueblo francés a conspirar contra el reinado de Luis XVI, sin embargo, ¿existió un hecho populista en esa rebelión del pueblo?, ¿acaso los lideres tenían intenciones particulares mas allá del bienestar de la sociedad francesa?. 


La sociedad es un ente que se comporta por si solo a partir de las intenciones individuales; se reconoce que todos los individuos integrantes de esta sociedad han renunciado a su propia moral y ética aceptando así a aquella que representa la generalidad. En este sentido, la sociedad reconoce los problemas existentes en su entorno a partir de la unificación de criterios de justicia y percepción presentes en el ente, llevando a cabo una generalización y homogenización de opiniones ante situaciones que afecten a su totalidad.

En este sentido, la acción política, gubernamental y de administración pública no queda exenta de las críticas por parte del ente conocido como sociedad; las acciones que el Estado lleva a cabo por medio de las tres instituciones mencionadas pueden ser clasificados en dos vertientes: como señales de alarma cuando se percibe riesgo de daño social, o señales de tranquilidad en el extremo opuesto a lo dicho. 

Por otro lado la doctrina dicta que los partidos políticos instaurados en los países democráticos suelen llevar a cabo estrategias que pueden ser análogas a aquellas utilizadas en el comercio común. En este sentido, se afirma que los partidos políticos son “empresas” en búsqueda de clientes los cuales pagarán con votos el hecho de colocar a un grupo político en el poder, esperando tener una contraprestación en la obtención de servicios públicos eficientes y que satisfagan sus necesidades. 

El problema de la situación descrita se centra en que todas las contraprestaciones son promesas de ejecución hasta después de que el candidato de un partido político ha sido el vencedor en comicios, lo que genera una falta de garantía de todo lo prometido como contraprestación al sufragio a favor conseguido desde el pueblo. Lo anteriormente dicho genera lo que en éste artículo se le llamará “hartazgo social”, conceptualizando éste como la percepción de informalidad que la sociedad experimenta desde los gobiernos electos al desconocer éstos las contraprestaciones prometidas por el voto cedido.

En este sentido, la sociedad, compuesta de algunos grupos estratificados principalmente por el poderío económico que cada individuo o familia tiene, divide opiniones en relación a la percepción del accionar gubernamental. Esta estratificación de grupos es a lo que Marx llamó “clases sociales”.

Contextualizando,  una debilidad del modelo económico conocido como “neoliberal” utilizado como herramienta en búsqueda de bienestar social, es la concentración de los capitales en pocos individuos o familias, ejemplificando esto con el caso de los EEUU donde la riqueza del país se concentra en tan solo el 1% de la población.

En este sentido, los países con tendencias como la mencionada no quedan exentos de levantamientos sociales promovidos por el 99% de la población restante, dado que la no equitativa distribución de la riqueza los lleva a experimentar cada vez menor capacidad de satisfacción de necesidades primarias. Debido a lo anterior, las clases sociales por debajo del los integrantes de la cúpula de acumuladores de riqueza experimentan ante esta situación hartazgo social, ya que las oportunidades de generar bienestar económico no son simétricas entre los individuos que integran a la sociedad.

Ante ésta situación, los partidos políticos (llamémosles oportunistas) ocupan en campaña electoral todos aquellos puntos que la sociedad en desventaja económica ha enumerado y conceptualizado como desigualdad, aquí es donde éstos grupos por medio de discursos demagogos plantean promesas para eliminar toda la desigualdad que por periodos identificados ha permanecido en la sociedad de algún país. A lo anteriormente descrito se le conocerá como “populismo” en el presente artículo.

Tanto el hartazgo social como el populismo vividos en una misma época llevan a quienes son elegidos en voto público a mantener el poder mediante la promesa constante de cambio, esto es, la promesa constante de una “revolución” en las estrategias gubernamentales que, a su vez, lleve a cabo la toma de dinero de los acumuladores de riqueza y sea distribuida en forma equitativa entre la sociedad restante en forma de servicios públicos de calidad.

Así entonces, el sentido común señala en el discurso de grupos políticos un conjunto de promesa viables, ecuánimes y sobre todo, necesarias para la mayoría de la población, señala la viabilidad de una revolución ideológica y de acción gubernamental para incentivar un desarrollo económico; sin embargo, es imprescindible recordar que la economía como herramienta gubernamental para generar crecimiento y desarrollo se ha posicionado como la prioridad de estabilidad de los gobiernos a nivel internacional, dejando de lado la estabilidad social. 

Por lo tanto, la revolución que gobiernos populistas pregonan es, en teoría, una oportunidad de desarrollo adecuado, sin embargo, al mismo tiempo, es la falacia mas grande que en el intento de desarrollo se pueda encontrar, ya que cada vez que se intente desviar la atención del bienestar hacia la sociedad, la economía como herramienta tenderá a colapsar.

Dr. Carlos Gustavo Prado Cabrera

Universidad Anáhuac Xalapa 

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