LA FASE POÉTICA DE HERNANDO VASQUEZ
“EPÍLOGO Y QUÉ ES EPÍLOGO”
Praga, marzo de 2008
Escribir un epílogo nunca es fácil. “Epílogo”, del latín epilŏgus, procede de epis, que traduce póstumo o postrero y de logos que como sabéis es palabra. Palabras postreras de la noble obra del insigne Vásquez, tal labor me ha legado mi destino.
Hablar de Hernando nunca ha sido fácil. Él, como lo habrá de notar todo lector, es un poliedro irregular lleno de vértices, un retablo de matices informes, un encuentro de aromas -sensacional gaudeamus- un hoy, mañana, ayer y el mes pasado, un ambidiestro, un ser ecléctico, temperado, severo. Hablar de Hernando, en suma, es hablar del mundo que se refleja en su estampa, cual refluye la broncínea filigrana en los hercúleos brazos del tenaz Aquiles. Ya sabéis a qué aludo. Al broquel o adarga del guerrero en cuya imagen se refleja el “ella misma”. Vásquez habla de Vásquez, eso es todo.
Esto es un epílogo; escribirlo no es labor fácil.
Empiezo por decir que a Vásquez me condujo la Fortuna. La buena fortuna de hallarme con su obra en ésta, la cautelosa Praga, la misma que el Maestro Goethe -cuyo habitáculo atestiguara los cotilleos precoces de nuestro bardo- apodara alguna vez “dulce poema de piedra”. Aquí, en la colonial Biblioteca del Monasterio de Strahov, como arrojado por los vientos y el soplo pálido de Eolo, me topé con el “Impresionismo Poético (Vol. II – Tomo II)” del maestro Hernando Vásquez, poeta vernáculo y renacentista. Ahí, en ese lugar, en ese momento, surgió también nuestra amistad.
Este es apenas el epílogo; el epílogo de dicha prosa.
Allanemos entonces su obra feraz, acotando desde ya que aquella -aquesta que engalana las páginas precedentes- es un fértil rosario de tropos literarios. Destaca su apelación al sermón humilde, de corte manriqueño; a la iteración, de sesgo becqueriano; a la isofonía, de tipo Flores o floreada. Maestro, como tú mismo lo afirmas en tu obra, tu palabra canta la música de Bethoveen y pinta los acordes de Diego Velásquez.
Vana sería la enumeración de sus aljófares sin su hermano mielgo, la ejemplificación. (Extracto de “Hoy detuve el tiempo”).
Acá se condensa todo el drama axiológico del Maestro. La protesta se convierte en canto, y ahí es donde Hernando adquiere la condición de inmortal. El poeta descree de los fanatismos vacuos, en cuya contra erige la tinta de su pluma. La tragedia humana, presente en Joyce, en Boll, en Alligeri, en Snuffer, Torres y en Grass, adquiere una renovada dimensión en la cabeza revolucionaria del Maestro Vásquez.
Vásquez nos presenta, entonces, una nueva triada de misticismo. ¿Por qué lo hace? Porque quiere sentar su protesta. Porque quiere abrir los ojos de los lectores incautos para que juzguemos con actitud crítica el proceder de la iglesia católica “con su inflexible dogma dictado desde Roma”, y le demos una nueva lectura a Dios y a las escrituras. Ya Lutero había tratado de decir algo parecido.
El epílogo, volvamos al epílogo. Vásquez es un doble explorador. Su oficio es auscultar la corteza terrestre en busca de petróleo. Su escape es escrutar los piélagos carnosos en busca del alma humana. Esto nos ha permitido afirmar, y así se lo he hecho saber al propio vate, que el epilogado arrebuja su musa en la viscosa complexión del oro negro.
Me preguntaba alguien, en el escenario descripto, “¿De qué color son los poemas del doctor Vásquez?”. Blanca y certera pregunta que apunta a la esencia de este epílogo. Porque “epílogo” -y me voy adelantando- significa “palabras póstumas”, “reflexión final”. “¿Azules?, ¿Verdes?, ¿Amarillos?” “Nada de eso –acoté al instante- estamos frente a una poesía policromada”
Con Hernando hemos hecho experimentos para transmutar la significancia cromática de sus protestas. Experimentos que, por acuerdo con Hernando, queremos poner a consideración de los lectores.
Por último, en esta serie de juegos en que Hernando y yo nos hemos enfrascado desde que la Fortuna nos acercara, decidimos tratar de captar la esencia mínima del plectro, su “núcleo esencial” –dirían los jueces- o su equinoxio ventral –diría el cardiólogo-. Qué mejor forma de acometer esta tarea que la de echarle mano a la cultura de oriente. Por eso apelamos a la sencillez y concretitud del Haikú.
A todas estas piezas les canta Hernando Vásquez con ejemplar maestría, porque sabe que en el zócalo de una taza de café reside tanta belleza, tanto conocimiento y tanta poesía cual antaño albergaban los anaqueles de Alejandría.
Hernando es un custodio, un guachimán (término audaz pero castizo), un centinela de los tiempos modernos. Hernando ha construido su vida en torno a la necesidad imperiosa de conocer el mundo, disgregarlo, replantearlo, y explicarnos a los mortales cuál es la significancia detrás de lo aparente. ¿Qué es el amor?, ¿Qué es la muerte?, ¿Qué la vida? Preguntas trascendentales que encuentran respuesta certera en la obra fecunda del epilogado.
Que hermosa metáfora: ¡El ingeniero de petróleos oteando la corteza terrestre, y los piélagos centáureos de la Cultura, desde la altura de su Penthouse! Colosal metonimia.
Hablar de Hernando, hablar de Horacio, es hablar de la vida. Es encontrar una fuente profusa de inspiración poética en un espectro tan amplio como el que, empezando en la mujer colombiana, descansa en la injusticia social. Es encontrar un entramado de erudición tan sutilmente esbozado que logra sortear con agilidad el usual peligro de la pedantería. Por ejemplo, su estudio sobre las minas quiebrapatas es juicioso, certero, científico, veraz, inquietante y doloroso, pero dista mucho de ser tedioso, empalagoso o, de algún modo, odioso. ¿Cómo logra esto el maestro? Con el recurso noble de la rima poética. Lejos de ser un tratado de conocimientos o un ensayo de ciencias sociales, su protesta es un clamor que emana en lo profundo de un alma muy sensible.
En eso Joyce se asemeja a Vásquez. En eso, la pluma de Eduardo Torres también se le parece. En eso Horacio y yo somos apenas el Sancho Panza que intenta retratarle al mundo la grandeza de un Quijote que todo lo sabe, aunque se empeñe en disimularlo. ¡Para nosotros, amigo, es un honor exquisito el conocerte!
“Es el epílogo”, es el epílogo.
Teodoro Araujo
PhD Profesor de la Universidad de Praga