La fotografía como acto narrativo
Foto José Briceño IG; jbdiwan

La fotografía como acto narrativo

Contar una historia tiene su ciencia, asunto que descubrimos en profundidad todos a los que nos toca transitar el camino de la literatura dentro del ámbito académico, sin embargo, en honor a la verdad todos vivimos conversando, relatando, tanto así que dependemos de las palabras para cualquier actividad que nos ocupe. Si lo pensamos bien el mundo está construido bajo el influjo de infinidad de relatos que van desde lo exclusivamente documental hasta la ficción más descabellada, todo encuadrado dentro de los cánones de una intención comunicativa , siempre estamos alrededor de un relato, es algo que necesitamos para organizar nuestra forma de entender el mundo.

Hay escritores de todo tipo y con los adelantos de la tecnología son aún más visibles que antes de existir Amazon, eso sin contar la omnipresencia de las redes sociales, donde sin querer la mayoría escribe su biografía , la comparte y difunde aún más allá de la muerte, quien sabe cuántas cuentas de redes sociales siguen activas después de muertos sus dueños , de vez en cuando me sorprende el aviso del cumpleaños de algún fallecido vía redes sociales y a pesar de que la lógica se asoma, apenas pasado el primer susto, igual no deja de asombrar cada vez que sucede, en fin, en este siglo XXI gracias al impulso primario de la híper conexión hay más narradores (publicando cosas) que jamás antes en la historia de la humanidad, todos al mismo tiempo, compitiendo sin saberlo en una carrera por parecer (rara vez con ser) lo que imaginan deben sentirse los protagonistas de cada cuenta de RRSS según el estatus social del dueño de la cuenta en la red social.

 

Desde niños nos acostumbran con cuentos, las maestras nos enseñan con historias, así como madres y padres también, entonces no es raro que todos tengamos la capacidad de narrar, lo que en ningún caso quiere decir que todos podemos ser tan buenos como los maestros de ese oficio, pero por suerte eso no importa mucho cuando no estás cobrando por tu trabajo, quienes sean escritores o fotógrafos deberán ceñirse a las reglas de su oficio/nicho de mercado seleccionado, los amateur tienen todo el espacio del mundo para hacer lo que les venga en gana, así lo demuestran cuatro billones de usuarios interconectados cada segundo a la red global, donde flotan billones de imágenes y textos cada segundo, si a eso le sumamos las millones de horas que pasa un ciudadano promedio inmerso en la gigantesca oferta de entretenimiento digital no sería raro pensar en la posibilidad cierta de que todos tengan las herramientas básicas para contar historias, cuya calidad será medida por la cantidad de seguidores que tenga .

 

Cuando estudiaba fotografía (en el siglo XX) nunca escuché hablar de la fotografía como acto narrativo, tuve que esperar varios años hasta que me tropecé con la inmensa pared de mi ignorancia y por obligación tocó revisar textos críticos que si bien eran aplicados a la literatura o la lingüística funcionaban muy bien para afrontar el reto de entender a muchos de los maestros, sobre todo a los que ejercieron el fotoperiodismo en la segunda guerra mundial, aquellos hombres y mujeres que no solo hicieron trabajo gráfico para dejar constancia de una época , imágenes que poblaron revistas, periódicos y que aún hoy día son referencia para quienes pretenden ser artistas o fotoperiodistas de éxito, el reportero gráfico puede ser un excelente técnico pero si no tiene “arte” para retratar la atmósfera del momento no sirve, cuando nos referimos al “arte” es realmente a los detalles sumados a la imagen a fin de hacerla icónica, la mezcla de luz, sombras, colores (o su ausencia), expresiones, movimientos , encuadre y hasta la selección de la combinación de los elementos técnicos disponibles que tenga a mano hará de la imagen algo único, de lo que solo el autor puede dar fe. Viendo el trabajo  de los maestros caí en cuenta de una cosa, ellos no retrataban el momento como un acto de morbo que vende tabloides, esas imágenes en su mayoría son parte de un inmenso ensayo realizado por a quienes les tocó vivir rodeados de la miseria humana, una suerte de aviso para nunca más vuelva a pasar.

 

La contemporaneidad hace pensar a las masas, esos para quienes las fotos son solo fragmentos de una realidad ajena más cercana a la ficción que a otra cosa gracias a la inmensa estructura publicitaria en la que se ha transformado el acto de informarse, al menos en Venezuela, donde la opción de información está bajo la egida del estado y por tanto siempre es sospechosa, preferimos revisar las redes sociales tanto como antes comprábamos el periódico cada mañana, por lo que la noticia se ha transformado en un asunto banal y la imagen en algo ilustrativo.

 

Cada vez que levanto mi cámara (aunque siendo sincero, el teléfono), estoy pensando en los detalles de la imagen, sin querer voy construyendo una narrativa, a todos les pasa igual, aunque no todos tienen conciencia de ello, de ahí viene la habilidad de algunos en determinadas facetas del oficio. Cuando conoces al cliente forzosamente se hace una idea de lo que este le pide, el propósito de esa imagen determinará la narrativa a utilizar, por ejemplo; un fotógrafo documentalista registrará una boda con el rigor que les corresponde, eso seguro les parecerá falta de imaginación a los profesionales que explotan esa área , quienes por oficio saben que los novios no quieren un documento de lo que sucede, ellos desean la sublimación de su acto social, muchas imágenes donde todos se vean bellos y a nadie se le mueve el nudo de la corbata, el documentalista, por cuestiones del oficio, se apegará a su búsqueda y si eso es registrar lo que hace la novia desde la casa de sus padres hasta la fiesta pues así lo hará, si ella no hace ninguna solicitud “original” de esas que son tan comunes en los álbumes de boda, él tampoco forzará la situación. Lo mismo sucederá si colocas a un profesional de las bodas a documentar la cosecha de café, este seguramente terminará mostrando un trabajo muy bonito pero de poco carácter documental porque su costumbre de intervenir en la situación fotográfica lo traicionará, abundarán poses, cortes con estilo, vestuario y hasta posiblemente maquillaje (de seguro digital para ahorrar costos), no lo hará por maldad si no por costumbre de su oficio, el fotógrafo de bodas fabrica imágenes, el documentalista solo intenta compartir el hecho como si de un suceso se tratase.

 

Cuando el trabajo fotográfico es de carácter artístico pero con fines  comerciales o aspira a serlo, cada imagen será el reflejo aproximado de lo que el cliente espera según el fin que piensa darle a la imagen que comprará pues esa venta tendrá una intención ornamental, solo en el caso de los maestros consumados, el acto económico está más referido al prestigio de poseer la imagen/objeto, en este caso la copia fotográfica es valiosa siempre y cuando sea una única, su escasez es la que determina el precio por lo que el autor tiene una rango más amplio para explorar facetas del relato que está construyendo, el que comercia debe por obligación hacer lo que sus clientes potenciales necesitan. En cada caso, es muy beneficioso para el fotógrafo interpretar las ordenes de quien le da dinero para obtener un beneficio, no solo hablo de los  publicitarios, si una boda no está cercana a lo que los clientes imaginan fue el evento, sin gente fea, ni sitios desordenados, todo el registro debe estar lo más cercano a la revista de moda para que las señoras y señores puedan recordar el certificado documental que relata la maravillosa ocasión vivida el día de su boda, así hubiese sido un desastre , todos han de verse radiantes, de otra forma estaríamos ante un desastre comercial, todos los novios reinterpretan el álbum cada vez que lo comparten, estar ceñido a la “realidad” les quita el placer de fabular y por tanto será un cliente insatisfecho.

 

Todas las aristas de la fotografía pertenecen a algún tipo de construcción ficcional, la ausencia de palabras hace menos complicado el oficio de organizar un cuento, en la fotografía se escribe con luz, por tanto quien escribe hace relatos, de ahí cuando me preguntan sobre cómo es posible separar una fotografía buena de una mala, es que la mala fotografía es un relato que va de lo innecesario a lo grotesco por aquello de los errores ortográficos o de construcción narrativa, en otros casos son relatos anodinos por su falta de contenido, parloteo incesante de lugares comunes que mucho hablan pero poco dicen, la buena fotografía tiene un discurso narrativo sólido, tiene algo que comunicar y se vale de las argucias del oficio para hacerlo con la suficiente elegancia para no pecar de panfletario, además, con el sentido estético de quien escribe buenas crónicas.

 

Profesor José Ramón Briceño Diwan

 

 

 

 

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