La industria 4.0 ya no está de moda.

La industria 4.0 ya no está de moda.

Hace unos días hice una pequeña ponencia ante estudiantes y unos pocos profesionales sobre las perspectivas de la innovación en relación al contexto particular más local, donde hay mucha empresa pequeña de tipo industrial, que tiene dificultades para innovar.

La Industria 4.0 fue, durante años, al menos en Europa, la etiqueta estrella para hablar de transformación tecnológica y digitalización en el ámbito industrial. La propuesta, nacida en Alemania, impulsaba el uso masivo de tecnologías como el IoT, la automatización, la inteligencia artificial o el big data, posicionando a sus máquinas y sus sistemas como protagonistas. Sin embargo, esta etiqueta parece haber quedado desfasada. Ya se empieza a cuestionar el nombre en iniciativas locales relacionadas con la innovación. Incluso la Comisión Europea ha comenzado a hablar de "Industria 5.0", una nueva narrativa que pone el foco en algo que la versión anterior dejó en un segundo plano y por lo que fue criticada: las personas.

¿Qué es la Industria 5.0 y qué aporta?

La Industria 5.0 no busca reemplazar a la 4.0, sino complementarla, poniendo a las personas en el centro. Este enfoque se alinea con valores como sostenibilidad, inclusión y resiliencia, con la intención de que la tecnología no sea solo una herramienta para optimizar procesos, sino una fuerza para mejorar el bienestar de las personas y el medio ambiente.

A diferencia de su predecesora, donde el objetivo parecía ser la máxima eficiencia y automatización, la 5.0 reconoce que las personas no deben quedar fuera de la ecuación. Promueve una mayor colaboración entre humanos y máquinas, integrando tecnologías avanzadas con un propósito claro: permitir que la innovación sea un catalizador para un desarrollo más justo y equilibrado.

La estrategia europea detrás de la Industria 5.0 se inspira en la misma base que la 4.0: la visión alemana de combinar manufactura avanzada y digitalización. Sin embargo, los desafíos geopolíticos de los que poco se habla, para mi gusto, la fragmentación interna y una ejecución desigual han dificultado materializar esta estrategia en toda la Unión Europea. Esto no solo ha frenado el avance esperado, sino que ha arrastrado a muchas empresas que confiaban en un marco claro para avanzar en sus procesos de transformación, sin hablar de todas aquellas que ya miraban lo de Industria 4.0 con recelo o perspicacia.

Innovar más allá de las modas y las subvenciones

Hablar de innovación no debería estar atado únicamente a las etiquetas del momento ni depender de ayudas externas. Sin embargo, la realidad empresarial muestra una gran dependencia de las subvenciones y los incentivos fiscales para innovar. Esto ha dado lugar a un ecosistema donde algunos actores centran sus esfuerzos en obtener financiación para proyectos que rara vez tienen impacto real en el mercado.

Hay organizaciones cuya actividad principal parece ser acumular fondos para desarrollar iniciativas que, si bien pueden resultar técnicamente interesantes, no llegan a convertirse en soluciones escalables o sostenibles. Lo mismo sucede con algunas empresas que ven en la deducción fiscal un motivo para "innovar", pero sin un verdadero compromiso con la transformación.

Es importante recordar que la innovación no debe ser un fin en sí misma, sino un medio para crear valor, ya sea mediante nuevos productos, procesos más eficientes o modelos de negocio disruptivos. Y esto no siempre requiere grandes inversiones. A veces, pequeños cambios en la forma de gestionar equipos, organizar recursos o explorar nuevos mercados pueden tener un impacto transformador.

Las razones para priorizar la innovación en las empresas

Innovar debería ser una prioridad empresarial, no una opción supeditada a la existencia de fondos públicos o incentivos fiscales. Las empresas que apuestan por la innovación como parte de su ADN suelen ser más resilientes frente a los cambios del mercado, más competitivas y más atractivas tanto para sus clientes como para sus empleados.

Además, innovar no se trata únicamente de desarrollar nuevos productos revolucionarios. Hay un inmenso potencial en repensar cómo se hacen las cosas: optimizar procesos de fabricación, mejorar la logística, adoptar nuevos modelos de distribución o buscar mercados inexplorados. Este enfoque no solo permite ahorrar costos, sino que puede abrir puertas a oportunidades de negocio que de otro modo pasarían desapercibidas.

Por otro lado, la innovación en la gestión puede ser tan poderosa como la tecnológica. Por ejemplo, fomentar culturas organizativas más ágiles, implementar estructuras horizontales o apostar por el trabajo remoto pueden marcar una diferencia significativa en términos de productividad y satisfacción laboral.

¿Cómo podemos cambiar la narrativa de la innovación?

El cambio comienza con un giro en nuestra mentalidad. Necesitamos dejar de ver la innovación como un concepto vinculado exclusivamente a la tecnología de vanguardia o a las ayudas públicas. Innovar puede ser tan simple como replantear un proceso, adoptar una nueva estrategia comercial o implementar una mejor forma de escuchar a los clientes.

A nivel europeo, es crucial que las políticas públicas no solo apoyen la innovación a través de financiación, sino que también fomenten una cultura empresarial que valore el riesgo, la experimentación y la colaboración entre sectores. Las universidades, los centros de investigación y las empresas deben trabajar juntas para que la innovación deje de ser un ejercicio teórico y se convierta en una herramienta práctica y accesible.

Un futuro prometedor: innovar con propósito

A pesar de los retos, el panorama es alentador. Vivimos en una era donde las herramientas y los conocimientos para innovar están más accesibles que nunca. Tecnologías como las inteligencias artificiales, la impresión aditiva, sobre todo en materiales caros o difíciles de mecanizar, las plataformas digitales o las energías renovables, por sí solas o en sintonía, ofrecen infinitas posibilidades para transformar industrias enteras.

El verdadero desafío está en usar estas herramientas con un propósito claro: no solo para aumentar la rentabilidad, sino para generar valor en la sociedad y en el planeta. Innovar en procesos puede hacer que una fábrica sea más eficiente y sostenible. Innovar en mercados puede crear o adaptar maneras de consumo diferentes a los actuales. E innovar en gestión puede crear entornos laborales donde las personas se sientan valoradas y motivadas, con organizaciones más transversales.

En definitiva, la innovación no es solo una cuestión de modas o etiquetas. Va más allá de la Industria 4.0, 5.0 o cualquier otra denominación que surja en el futuro. Es un compromiso continuo con la mejora y la adaptación, una forma de pensar que debe impregnar todos los niveles de la organización. Y lo mejor de todo es que nunca es tarde para empezar. Porque, al final, innovar no solo nos hace más competitivos, nos hace mejores.

 

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