La irrupción de la virtualidad en mi práctica clínica

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Estoy próximo a cumplir 20 años de haberme recibido, 20 años de psicología, más otros 5 de carrera. He tenido la posibilidad de ejercer la práctica clínica muy tempranamente. Llevo unos 18 años haciéndolo de modo ininterrumpido. Pero hace más de 100 días mi forma de llevarlo a cabo ha cambiado. Me encuentro sentado en un rincón de mi casa frente a un celular que proyecta la imagen de cada uno de mis pacientes. De un día para el otro se volvieron incorpóreos.

En los últimos años ya muchas personas me habían pedido tener consultas por esa vía, sin embargo, nunca había accedido. Me pregunto ahora cómo alguien que se resistió tanto tiempo al uso de ciertas plataformas para trabajar a distancia se encuentra de pronto teniendo sesiones virtuales con cada uno de sus pacientes.

No puedo negar sus ventajas. Mis atuendos son más cómodos y no siempre están correctamente combinados. Puedo abrazar a cada una de mis hijas entre un paciente y otro, saber si necesitan algo, o simplemente mirarlas crecer más de cerca. Ellas sí se volvieron cuerpo para mi durante el día. No menos importante es que en un contexto adverso para muchos, la tecnología me permite continuar ejerciendo mi actividad.

Sin embargo, no dejo de tener la sensación de que algo estoy perdiendo y que algo se me pierde de cada una de las personas que se representan en mi dispositivo.

¿Por qué si siempre me negué a que un médico atienda a alguna de mis hijas a través de una video consulta hoy me encuentro haciéndolo con cada uno de mis pacientes? Me consuela pensar en la obligatoriedad a la que estoy sometido, ya que no se me permite hacerlo de otra forma. No es una elección, es la única vía posible. Aunque para ser ecuánime, bien podría no elegirla. Claro que quedaría entonces expuesto a otros condicionantes.

Lo cierto es que no tengo frente a mí un otro sino una imagen. No llega a mí un relato completo cargado de los significados que otorga la experiencia amplia sino sólo un discurso vacío de otros aspectos. Tengo una efigie, más no texturas.

La condición humana es corporal. A través del cuerpo se nos reconoce, se nos nombra, se nos identifica. Envuelve y encarna a la persona, dibujando un paisaje único.

¿Cómo no sentirme una pieza más de la maquinaria deshumanizante que avanza a paso firme desde los albores de la posmodernidad? ¿Cómo evitar sentir que lo que hoy es una ventaja se volverá en contra, como sucede con toda comunicación que ingresa en la lógica vacía y alienante distintiva de lo posmoderno?

Muchos pacientes no se han sentido cómodos teniendo consultas virtuales y me han pedido suspender sus procesos. Otros no encuentran las condiciones ideales para poder hacerlo, en su mayoría ligadas a la privacidad que se requiere. Sin embargo, la mayoría de ellos continúa. Incluso he iniciado procesos con varios pacientes nuevos durante estos meses. Es extraño, tiene un cuerpo fragmentado, no tienen volumen, no huelen a nada. No sé si sus pies se inquietan mientras me hablan. No sé qué hacen con sus manos. No sé cómo llegan, no sé cómo se van. ¿Qué es entonces lo que les estoy ofreciendo?

¿Cómo reconciliar la satisfacción que me produce la posibilidad de seguir trabajando y acompañando a cada uno de mis pacientes y la desvitalización que me provoca el encuentro con ese otro distante, incompleto, descarnado?

Como me ha pasado tantas otras veces, ahí donde me asalta la incertidumbre, donde siento que las cosas van perdiendo sentido y que lo que puedo hacer por estas personas no es mucho, mis creencias chocan a la vuelta de la esquina con sus realidades tan distintas. Para la mayoría de ellos sí tiene sentido. A muchos estos “encuentros” les ha cambiado la perspectiva sobre algo, les permitió ver cosas de otra manera, los convidó a sentirse distintos respecto a lo que les acontece, o al menos, los hizo sentirse menos solos. La mayoría además, intuyendo quizás mis dudas, me lo hicieron saber. Es probable que un sostén siga operando en ausencia de lo corpóreo, el de la mirada, la que reconoce la otredad y la que ajusta enfoques y compone nuevas imágenes.

Quizás todos estos dilemas, cuestionamientos, paradojas estén sólo en mi cabeza. Sin embargo, si no los tuviera no sería quién soy. O tal vez esté sea solo otro de mis consuelos.


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