LA LECTURA, LA CULTURA Y LA MEMORIA EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Ha pasado el “Día del libro” sin pena ni gloria, los eventos organizados con este motivo, eran un buen motivo para reciclarnos con la cultura y conocer las nuevas producciones. Otras prioridades tenemos en mente acicalados por la indefinición del proceso electoral que nos mantiene en insana expectativa. Necesitamos volver a la “normalidad cultural”, recuperar el “alimento del alma” para no caer en procesos enfermizos, no suficientemente informados. Tenemos evidencias de trastornos físicos y de la mente como los cuadros depresivos agravados por la pandemia y el encierro voluntario. En el aspecto educativo, paliamos el problema con la educación virtual en solitario, sirve para jóvenes y adultos, es una solución de emergencia, pero mucha gente no está preparada para ese tipo de vida.

Nuccio Ordine dice: “Ninguna plataforma digital puede cambiar la vida de un estudiante, solo los buenos profesores pueden hacerlo”, es fundamental no perder de vista la importancia de las relaciones humanas en este contexto y saber distinguir la emergencia de la normalidad: “¿Cómo podré leer un texto clásico sin mirar a los ojos a mis estudiantes, sin reconocer en sus rostros los gestos de desaprobación o de complicidad?” Y añade: “Estamos olvidando que sin la vida comunitaria, sin los rituales que regulan los encuentros entre profesores y alumnos en las aulas no puede haber ni transmisión del saber, ni formación auténtica”.

Existe una literatura formativa o pedagógica, los llamados libros de escuela y la literatura estética que sensibiliza el espíritu, forman el carácter pero también ofrecen conocimientos prácticos. Algunos libros facilitan el entendimiento de valores universales, tal como nos recuerda “La peste” de Albert Camus, que el mundo está construido sobre la indiferencia, la injusticia social y las profundas desigualdades. Que el desborde social políticamente expresado en el Perú es consecuencia de lo que José María Arguedas nos ha alertado en el “Sueño del Pongo” y “El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo”; que el Perú es un país rico solo para algunos, cuando Ciro Alegría nos dice que “El Mundo es Ancho y Ajeno”.

La “educación a distancia” que surge como solución, no debe ser tomada como para quedarse definitivamente en la “nueva normalidad” sería un peligroso caballo de Troya, que, aprovechando la pandemia, se trate astutamente de derribar los últimos baluartes de la intimidad y de la enseñanza. Muchos consideran el coronavirus como una oportunidad para dar el tan esperado salto adelante. Afirman que ya no podremos volver a la educación tradicional, o que, a lo sumo, tenemos que imaginar una didáctica híbrida, con algunas clases en las aulas y otras a distancia. Sin embargo hay una certeza: El contacto con los alumnos es lo único que puede dar verdadero sentido a la enseñanza e incluso a la propia vida del docente.

En el proceso de la enseñanza existe el profesor y el alumno, algunos creen que el problema es solo la inadecuación de los alumnos, se han preguntado ¿Cómo el profesor podrá arreglarse sin los ritos que han dado vida y alegría a su oficio desde siempre? ¿Cómo podrá argumentar y comunicar la información sin saber su impacto en una respuesta o un gesto de rechazo o asentimiento? No era gratuito que Sócrates había escogido el dialogo como el único método posible de aprendizaje. Las escuelas y las universidades, sin la presencia de alumnos y profesores, se volverían espacios vacíos, privados del soplo vital. Ninguna plataforma digital, puede cambiar la vida de un estudiante. Solo los buenos profesores pueden hacerlo, contrariamente ningún profesor puede desarrollarse cabalmente sino es por el aprendizaje que suministra el alumno. El profesor aprende en el acto de enseñar.

A los jóvenes ya no se les pide que estudien para mejorar, para hacer del conocimiento un instrumento de libertad, de crítica, de compromiso civil. No, a los jóvenes se les pide que estudien para aprender un oficio y ganar dinero. Se ha perdido la idea de la escuela y la universidad como una comunidad en la que se forman los futuros ciudadanos que podrán ejercer su profesión con una fuerte convicción ética y un profundo sentido de la solidaridad humana y del bien común. Estamos olvidando que, sin la vida comunitaria, sin los rituales que regulan los encuentros entre profesores y alumnos en las aulas, no puede haber ni transmisión de saber ni formación auténtica.

Los estudiantes no son recipientes para ser llenados con nociones a la manera de un depósito bancario. Son seres humanos que necesitan, como los profesores, dialogar, interactuar y reconocerse en la experiencia vital de estar juntos para aprender. En estos meses de confinamiento estamos dándonos cuenta como nunca de que las relaciones humanas, no las virtuales, las reales, están transformándose cada vez más en un artículo de lujo. No existe más que un verdadero lujo, el calor y la complicidad de las relaciones humanas.

Una relación, para ser genuina, necesita lazos vivos, necesita lazos reales, necesita lazos físicos. Y lo mismo ocurre con los usuarios de las redes sociales, que creen que, encerrados en su habitación, pueden entablar relaciones a través de un ordenador o de un teléfono celular ensimismados como zombis detrás de la conexión permanente con los demás, lo que acaba por formarse es una nueva forma de terrible soledad. Sería inimaginable, claro, vivir sin internet o sin teléfonos, pero la tecnología, como un fármaco, puede curar o puede intoxicar. Depende de las dosis y del uso que se les dispense.

El futuro no se puede construir sin el pasado. No podemos construir el futuro sin los abuelos. Son muy importantes para nosotros. La literatura nos ayuda también a reflexionar sobre nuestras prioridades afectivas en tiempos de pandemia. Tenemos actualmente toque de queda escalonada impedidos de circulación. Es obligatorio el uso de mascarilla para circular por las vías de uso público y el uso de protector fácil para el ingreso a establecimientos con riesgo de aglomeración, tales como: centros comerciales, mercados, supermercados, conglomerado, la máscara también nos incomunica. Si alentamos la cultura que debe ser a ultranza ¡porque los profesores y alumnos no estuvieron en la primera prioridad para ser vacunados?

Políticos corruptos y conservadores vinculados a la masacre de campesinos, vienen cuestionando el “Museo de la Memoria” porque hacen apología al terrorismo. La literatura y el conocimiento son instrumentos esenciales para mantener viva la lucha de la memoria contra el nefasto poder del olvido. Hace semanas leemos y escuchamos esta frase: “Ya nada será igual que antes”. Si esta crisis la pagan una vez más los pobres, los más débiles, los que sufren, los que no tienen voz, todo será igual, o incluso peor que antes.

A diferencia de otros casos del Cono Sur, la gran mayoría de las víctimas de la violencia política en el Perú son campesinos quechua-hablantes, herederos de una larga historia de discriminación étnico-cultural. El Estado ha sido construido en base a la explotación de los que menos tienen y ha sido los continuadores de esta desigualdad desde la escuela. El Museo de la Memoria es una respuesta de los hombres de bien que la idealizaron en busca de una reparación para las víctimas, y contribuir a solucionar el problema de la discriminación y reconciliar la sociedad peruana.

Federico García Lorca decía: “No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede que de un hambriento, porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con una fruta. Pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios sufre una terrible agonía, porque son libros, libros, muchos libros, los que necesita. ¿Y dónde están esos libros? Libros, libros. He aquí una palabra mágica, que equivale a decir amor, amor, y que deberían los pueblos pedir como piden pan, o como anhelan la lluvia para sus sementeras”.

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