La mejor idea del mundo
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La mejor idea del mundo

La primera vez que escuché "Inteligencia Ejecutiva" fue hace unos 10 años en una conversación con Andrés Pedreño (referente internacional en economía digital).

Emocionados nosotros entonces con una potencial comunidad para aficionados al DIY y el bricolaje, nos preguntó sobre la manera en que la pondríamos en práctica, y... nuestra gran idea empezó a hacer aguas muy pronto. "Hay muchas buenas ideas..." nos dijo, (y en unos 5 minutos Andrés compartió sin mucho esfuerzo siete u ocho de ellas geniales, totalmente validadas, y algunas hasta revolucionarias, como he comprobado después) "... pero de cómo las ejecutes va a depender su valor", acabó.

El talento de otros se percibe de muchas maneras, y leer entrevistas o artículos de los profesionales más respetados invita a reflexiones muy saludables, pero tener la oportunidad de interactuar con ellos en directo es otra historia. También funciona con los artistas, prueba a escuchar a tu grupo preferido desde el móvil con unos auriculares (de Renfe, si quieres un mayor contraste) antes de verles en concierto la próxima vez. Las canciones son la mismas, pero el sonido es algo diferente.

Que una de las personas más brillantes que jamás conocerás razone contigo a una velocidad de escándalo cualquiera de los planteamientos y conclusiones a las que tú habías llegado después de días de reflexión, te deja alucinado. Si además te regala esa cantidad de ideas, llegas a dudar de si ese "insensato" ha recapacitado sobre el cofre del tesoro que acaba de dejar abierto. Con la experiencia de aquel momento y la emoción de lo que escuchábamos, estimas en tiempo real que esas ideas valen cien mil trillones de euros.

Al recordarlo pienso que nuestra cara debió parecerse a la que poníamos los niños de mi generación cuando alguien decía que un camión lleno de Phoskitos (o Bollicao, según el pueblo) acababa de volcar, dejando toda la calle regada de bollos gratis en la avenida más cercana al colegio. Todavía me parece uno de los bulos más crueles que se inventaron.

Durante los años en que dirigimos nuestro estudio digital en China (2011-2016), era una suerte coincidir con otros emprendedores (del sector digital o no) de cualquier país, e intercambiar impresiones sobre lo que nos inquietaba: las soluciones que echabas de menos, o aquellos proyectos en los que trabajarías incluso gratis (también de aquellos otros en los que lo habías hecho gratis pero sin saberlo, aunque cuando hablabas de estos últimos, la cara de emprendedor era más parecida a la de Doberman que no ha comido en 3 días).

Un momento inolvidable: nuestra primera oficina de verdad en 2013 (compartida, y a casi dos horas del centro, pero nuestra).


Creo sinceramente que cuando has elegido emprender (lo que sea, desde la App más sofisticada del mundo a un blog en el que anotar tus pelis preferidas), hay pocas cosas que concentren tanto tu pasión como el dirigir una iniciativa propia. Aunque sea conducirla al abismo más grande, o a través de la competencia más salvaje. Y además hay pocas cosas que enriquezcan tanto emocionalmente como compartir con otros colegas esas inquietudes que ya trascienden de lo profesional a casi un estilo de vida. Si te fijas bien, la mirada de alguien que te cuenta como pondría en marcha su invento es totalmente diferente a la de alguien que te cuenta lo que hizo ayer (un ayer normal, no vale ayer cuando tu equipo ganó el Mundial o ese ayer cuando quedaste con alguien a cenar y acabasteis desayunando al día siguiente, por esas cosas que a veces pasan). No es broma, debe ser el tamaño o el brillo, pero los ojos cambian cuando estás explicando cómo vas a hacer, paso por paso, todas esas cosas que necesita tu idea para convertirse en algo tangible, y que te permitirán vivir de ello.

«Ser un emprendedor es estar dispuesto a hacer un trabajo que nadie más quiere hacer [para] poder vivir el resto de tu vida haciendo lo que quieras hacer.» Kevin Costner

Sí, el actor de Bailando con lobos, El Guardaespaldas, o JFK. Si no conoces la historia de como dejó su camioneta averiada en una cuneta en plena autopista para llegar a su primer casting quizás te interese, es brutal.

Pero además de esos impagables intercambios de ilusiones, ocurría algo mucho más curioso, y casi con la frecuencia de una vez por semana (dos si teníamos algo de suerte). Se trataba de la visita de algún conocido, o conocido de conocido, que deseaba poner en marcha su iniciativa (normalmente en tiempo record) y que traía a la oficina de aquel entonces (el Starbucks o Costa Café más cercano) una idea inconfesable para que alguien posibilitara el lanzamiento al mercado. No sé si me explico bien cuando digo inconfesable. Quiero decir que muchas veces no nos la confesaban. Nunca. Ni cuando esperaban que les dijeras un precio para el diseño y desarrollo.

Si no cuentas las franquicias de las agencias de publicidad más grandes del mundo, apenas estábamos tres o cuatro estudios de soluciones digitales fundados por extranjeros en Pekín. Al tener un tamaño mucho más reducido y una agilidad mayor, conseguíamos oportunidades que de otra manera no hubieran llegado nunca: podíamos optar a realizar trabajos como Aplicaciones Web o Móvil, o piezas de Motion Graphics para compañías recién llegadas, cuyo presupuesto era más bajo que el de cualquier multinacional asentada en China, y también a otros aventureros como nosotros, que habían identificado alguna oportunidad en el mercado asiático. El caso es que cuando alguno de estos potenciales emprendedores llegaba con su idea (imagina esa caja en la que Pelé anunciaba que viajaba la copa del Mundo) algo mágico pasaba en la oficina.

Cuando pensaba en esas ideas casi secretas me venía a la cabeza esta imagen de la Copa del Mundo viajando. Fuente: Gettyimages


La reunión podía tornar en una mezcla entre el Juego de las películas, y Veo Veo. Una persona en un lado de la mesa decía que quería desarrollar algo que iba generarle mucho dinero, y que aportaría una solución que hasta ahora nadie había creado. Imagina a esa persona sentada frente a ti, después de que hayas firmado un acuerdo de no revelación de datos, y a la que le preguntas "¿Bien, y en qué consiste lo que quieres hacer?" y la primera respuesta es "No te lo puedo decir" (recordemos que es una persona que ha venido a que pongas en práctica su idea en un entorno digital). Entonces empieza el juego, porque era un juego, y muy divertido, de verdad.

A) Bueno, cuéntanos cómo es ese producto digital que te planteas hacer,.. una web, una Aplicación...

B) Más o menos, es algo así, sí.

A) Vale, y es ¿algo ... que vendes? ¿Productos,... o algún servicio que ofreces?

B) Puede ser, a ver... no es exactamente eso... O sea, que puede servir para algo que la gente necesita y otros que la van a usar, pero... bueno, que te digo que hay un montón de gente a la que le soluciona la vida, eso seguro.

A) Bien, bien,... entonces pretendes lanzar tu servicio para todo el mundo...

B) Quizás de momento para dos o tres países... o igual en un par de ciudades, el caso es hacerlo.

A) Vale, y sobre tu público, ¿Tienes definida una franja de gente?

B) Yo creo que el cliente es cualquier persona...o casi cualquiera, pero que necesite eso.

A) Vale, si pudieras concretar algo más sobre cómo te podemos ayudar...

B) De momento sólo quiero saber el precio, para ver si me compensa.

La mayoría de estas conversaciones acababan con risas por ambas partes. Pues el emprendedor en potencia se daba cuenta de que era prácticamente imposible que alguien pudiera valorar en precio y tiempo, una solución para algo tan abstracto que después de 10 minutos ni imaginábamos en qué consistía.

Pienso que no se trata de menospreciar la investigación de mercado de cada emprendedor potencial, ni mucho menos. Defiendo a ultranza la investigación de marketing doméstica que cada uno hacemos a la hora de validar una idea como la mejor gasolina para encender cualquier fuego emprendedor, y me parece que esas dosis de intuición no tienen que desaparecer. Mucho menos en las fases iniciales, que son sin duda las más emocionantes.

Además creo firmemente que el Marketing de Guerrilla (conjunto de acciones que consiguen su objetivo promocional sin muchos recursos económicos, por puro ingenio y creatividad) es una de las mejores opciones para difundir nuestro proyecto y para aumentar de manera exponencial el alcance de nuestro público objetivo.

Campaña de bajo coste con un anuncio de corrector en plena calle.


Se nos enseñó muy bien en la carrera de Publicidad allá en 2001 (antes de que existieran youtube o facebook, y cuando el mejor teléfono móvil con el que podías soñar era el Nokia 8210) que en temas de comunicación, una buena historia es lo único que necesitamos para que nuestra idea o proyecto corra como la pólvora de boca en boca (nadie decía "se hará viral" entonces).

Por eso, y volviendo al origen del post, aunque de vez en cuando tengo la suerte de hablar con emprendedores cuyas ideas siguen siendo secreto hasta para los posibles diseñadores o desarrolladores, siempre recordaré lo que Andrés me explicó: el valor más grande de la idea residirá en cómo la ejecutemos. Y si puedo, añadiría: y en el cómo la comuniquemos.

En la entrevista de Tim Ferriss a Kevin Kelly (Co-fundador de la revista Wired) hay un fragmento que me gusta especialmente, y quizás explique mejor que yo esta filosofía de que al compartir el conocimiento, se hace más grande:

«Me volví partidario de intentar regalar las cosas en primer lugar. Cuéntale a todo el mundo lo que estás haciendo… prueba a regalar esas ideas y la gente será feliz porque la gente adora las buenas ideas. [Se las doy y les digo:] “Eh, es una gran idea. Deberías hacerlo”. Antes de nada intento darlo todo, y luego procuro aniquilar todo [lo demás]. Las que vuelven, que son las que no puedo aniquilar ni regalar, son las que me hacen pensar, “Mmm, tal vez sea ésta la idea que se supone que debo poner en práctica”.»


Pedro Moreno. UX Design


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