LA SOCIEDAD ARGENTINA EMPECINADA EN FRACASAR.(desde mi balcón del siglo XXII)

Rizzi

Desde este umbral de la mitad de este siglo XXII que nos permite ver en la perspectiva del tiempo nuestra historia de los siglos veinte y veintiuno, lo primero que se advierte es una secuencia de fracasos continuados que se van agudizando, pero con una particularidad la mayor magnitud del fracaso posterior nos hace pensar que el fracaso anterior fue un lapso exitoso.

Esto nos fue generando una cultura del fracaso y su consecuente empecinamiento que nos induce a aplicar, potenciadas, las mismas políticas que causaban los fracasos anteriores y como no podía ser de otro modo lo único que se lograba era seguir fracasando con mayor intensidad.

Las estadísticas de la época, públicas y privadas nos muestran que llegamos a tener una base del 65% de pobreza, si nos tomamos el trabajo de medir y comparar los niveles de ingresos con el costo de una canasta familiar básica para una familia típica de la clase media, media, a lo sumo dos deciles de ingresos el nueve y el diez, superaban ese costo.

En el mundo, lo que eran lujos de un segmento privilegiado de la sociedad, se fue estandarizando, el turismo puede ser un buen ejemplo hasta los años 1960/70 era un servicio de lujo; en Argentina lo que se fue estandarizando fue la pobreza. Durante muchos años el empleo público, obró como seguro de desempleo lo que disimulaba la existencia de una pobreza latente, consecuencia de la ineficacia del sistema económico del país. Cuando se revisan los índices de desempleo de gran parte del siglo 20, no se tiene en cuenta la incidencia del gasto del empleo público y su grosera consecuencia los permanentes déficits fiscales, al desinversión en infraestructura y la pérdida de calidad de los servicios públicos.

Los gobiernos financiaban sus gastos corrientes, salarios, con menosprecio de la inversión y recurría al endeudamiento y a la emisión, lo que causaba a su vez inflación desmesurada y desequilibrios cambiarios que fueron afectando la productividad, amén de distorsionar el funcionamiento económico financiero del país. Nuestra participación en el comercio exterior se desbarrancó del 3% a principios del siglo veinte al actual 0,28.

Sin embargo, hubo un hecho que puso al descubierto varias falencias de los sistemas institucionales políticos de los llamados países occidentales que fue esa extraña “peste” que se llamó “covid 19” que logró paralizar de hecho el funcionamiento de la mayoría de los países occidentales hundiendo sus economías a límites desconocidos en crisis anteriores y en especial a la Argentina, en la cual la antiestética presencia y figura del presidente Alberto Fernández, fue la mejor representación de un país, ojeroso, obeso, triste, mediocre e indefenso. Obvio no tiene la culpa de su figura, pero también es un símbolo de su propio desaliño.

Sergio Berensztein un politólogo de nombre en el primer cuarto del siglo XXI escribía en el diario “La nación” del 18 de diciembre de 2020: “…Sociedades asustadas y fragmentadas y gobiernos abrumados operan en un contexto de incertidumbre radical, con impactos heterogéneos e implicaciones significativas en capacidades estatales, mecanismos de rendición de cuentas y otras esferas de relaciones complejas entre Estado y sociedad. Las falencias preexistentes se potenciaron durante la crisis y no parece posible que la mayoría se resuelva en la pos pandemia. El Covid-19 podrá gradualmente superarse, pero sus consecuencias directas e indirectas definirán las prioridades de la mayoría de los países por mucho tiempo. Todo en un contexto de mayores déficits fiscales, elevada deuda pública y privada, incremento del desempleo y desintegración de los consensos políticos en parte como resultado de la tecnología, la innovación y la gobernanza digital. Justo cuando se está dando una convergencia inédita de problemas, la globalización parece herida de muerte”.

Como se puede ver, Argentina tenía sus propias “graves cuestiones” como podría decir Carlos Floria, pero la situación del mundo ayudaba poco por una razón muy sencilla, se había licuado el sistema cultural occidental nacido en los albores del mundo con la filosofía griega y otros sistemas culturales, no menos valiosos, y no sé hasta qué puntos diferentes, quedaron sepultados en el olvido o la ignorancia.

Es interesante leer a Amartya Sen que por ejemplo en su libro sobre la Justicia, escrito a principios del siglo pasado (XXI), se sustenta en la filosofía india y en la cultura occidental para construir un concepto moderno de “Justicia” y en especial esa sutil distinción entre el “niti” y el “nyaya”, que serían respectivamente, justicia formal institucional y la justicia efectivamente realizada. La justicia "nyaya" es la que estaba en deuda con la sociedad y ese deuda la saldaba el periodismo de investigación cuyas conclusiones tenían mas valor que una sentencia de la Corte suprema.

Es obvio que la cultura occidental se licuó y se convirtió en una suerte de “comodity” en el que las ideas tenían valor en cuanto posibiliten obtener fines, y el fin esencial era y es la obtención del poder y mantenerlo a cualquier precio.

La idea del “bien común” fue sustituida por el supuesto y excluyente “bien” de los “menos privilegiados o favorecidos” y este segmento social que se dio en llamar la “plebs”, representaba a la totalidad de la sociedad, los que no aceptaban esta “pertenencia” pasaban a ser “los otros” o “ellos” y se constituían en enemigos que no merecían gozar de ningún derecho.

En términos “roussonianos” la “plebs” representaba a la verdadera voluntad general; en esta nueva sociedad, “…el liderazgo expresa a la “voluntad general”, e implementa políticas que son lo mejor para toda la población, lo que permite a todos los individuos alcanzar sus verdaderos intereses y su verdadera libertad”. En este texto de Rousseau encontramos la esencial del “populismo” y en la “pasión natural” la justificación de cualquier fin. Como para Lady Macbeth el fin justifica el uso de cualquier medio.

La sociedad argentina estaba acechada por dos tipos de populismo, los dos excluyentes y carentes de vocación de diálogo. El agravio y la descalificación del “otro”, eran los únicos argumentos esgrimidos, por cada una de las dos variedades del populismo que se dio en llamar en esa época, “cristinismo” y “macrismo” que mal que bien abarcó desde el inicio del siglo veintiuno hasta el final de la década del 2020, allá por los años 2027/30 en que se produjo un descomunal default que la Argentina debió enfrentar sin recursos y obligando a una dolorosa cirugía reformista que se retrataba en el ánimo de nuestra sociedad en una variedad de diversos y tristes invernales tonos grises.

Debería aclarar que esa definición de “macrismo” y “cristinismo” no fue más que dos expresiones del “anti”, distintivo cultural, de casi dos siglos de vulgaridad, fracasos y degradación.

Cuesta entender desde este balcón del ya entrado siglo XXII que a la Argentina le hayan llevado más de cien años poder romper con su empecinamiento de fracasos y decadencia eso explica que la salida haya sido muy cruenta por el nivel de sacrificio que demandó a la gente sin distinción de clase.

 



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