La sociedad civil: fundamental garantía para prevenir la instauración de un sistema totalitario.
(publicado en el 2013 en soberanía.org, página clausurada por la narcodictadura militarista comunista genocida en 2016)
YA NO TENGO EL GRADO DE ESPERANZA QUE ME MOTIVÓ ESCRIBIR ESTAS LÍNEAS, ESTÁ ALLÍ TODAVÍA, AUNQUE ALGO MAGULLADA
Prof. Henrique Meier
El genocidio liderado por Stalin en la ex Unión Soviética, principalmente en Rusia, desde su consolidación en el Poder hasta su muerte (1927-52): unos 7 millones de campesinos (Kulaks) rusos asesinados por resistir la colectivización del campo; otros 13 millones a causa de la hambruna provocada por la confiscación de la producción agrícola para exportarla a Occidente y financiar la industrialización y el poderío militar-tecnológico del Estado soviético, condenando a sus compatriotas a una de las formas de muerte más viles y atroces; los 500.000 o más miembros del partido comunista sacrificados por el genocida en las “purgas” periódicas para concentrar la totalidad del poder estatal en su persona, entre ellos, todos los miembros de la vieja guardia revolucionaria leninista; en suma, la imposición del Terror durante 25 años, época en la que ningún ruso podía sentirse a salvo, particularmente los que se hallaban cerca del “gran matarife”; esa crueldad y perversidad ilimitadas, sólo comparable con el “Holocausto” hitleriano, fue posible por la extinción de todo vestigio de sociedad civil en el imperio soviético.
Donald Rayfield en su obra “Stalin y los verdugos”, un libro cuya lectura provoca ira, dolor, horror, señala respecto del genocidio estaliniano:”...los acontecimientos que se sucedieron en la URSS después de 1934 desafían tanto la lógica como la moral. Con la excepción de Viacheslav Mólotov- quien sostuvo hasta su muerte que Stalin y él habían exterminado a una “quinta columna” que habría traicionado a la URSS para entregarla a manos de los nazis –nadie ha logrado entender la venganza de la muerte de Kírov con que se juramentó Stalin. El asesinato de Kírov fue tan solo la señal para proceder al exterminio de todos los bolcheviques que alguna vez se le hubieran opuesto, o que de alguna manera no del todo inconcebible pudieran aspirar su cargo. De no haberse producido el asesinato de Kírov, es razonable suponer que cualquier otro acontecimiento hubiera servido de acicate. No hubo protestas ruidosas por los acontecimientos de 1929-1934 por la sencilla razón de que no existía ya en la URSS sociedad civil de ninguna clase. La Iglesia estaba reducida a unos cuantos sacerdotes escondidos en edificios en ruina. A la profesión legal no le quedaba, de todo cuanto fue, más que la cáscara de la retórica. La prestigiosa profesión médica estaba sometida a los designios del hospital del Kremlin. Los intelectuales y creadores artísticos estaban en el exilio o en la cárcel, o bien, eran víctimas del terror...Toda muestra de valentía cívica se hallaba sofocada por la certeza de que no sólo quien protestara, sino también sus familiares, habría de pagar muy caro su disensión” [1] .
Aunque en Cuba no se produjo un genocidio; sin embargo, la implantación del totalitarismo castrista fue posible por la eliminación de la sociedad civil en los primeros años de la “dictadura socialista”. En ese proceso de liquidación temprana de la potencial resistencia social, aparte del inicial apoyo de la mayoría del pueblo cubano a Fidel Castro, la absoluta supresión de las libertades de expresión, información y comunicación, el control del sistema educativo para su conversión en un medio de inculcación ideológica, no es desdeñable la política represiva, -inherente al modelo marxista leninista en sus diversas variantes-, aplicada en forma despiadada contra los “enemigos de la revolución”: encarcelamientos masivos, juicios sumarios, fusilamientos en el emblemático “paredón” (sólo al “Che” se le atribuyen más de mil órdenes de ejecución en la cárcel “La Cabaña”).
Otra de las “estrategias” del poder “revolucionario” para impedir cualquier manifestación de resistencia social fue la destrucción de la confianza entre vecinos, amigos, familiares, es decir, el fundamento del tejido humano de reciprocidad que caracteriza a la sociedad civil.
Reinaldo Arenas, escritor disidente y homosexual declarado, por tanto, doblemente “enemigo” de la revolución castro comunista, perseguido, encarcelado y despojado de sus derechos cívicos, y que luego de veinte años de sufrir todas las desgracias de un “contrarrevolucionario”, “gusano” y “escoria social”, logró en 1980 huir de Cuba en un momento de confusión de las autoridades respecto a su verdadera identidad en el episodio de la salida de los “antisociales” permitida por Castro a raíz del caso de los asilados en la embajada del Perú, relata en su autobiografía, “Antes que anochezca”, verdadero testimonio del horror del totalitarismo que impera en esa Isla desde hace cincuenta y cuatro años, cómo dicho régimen pulverizó el valor de la confianza humana:
“En ocasiones la gente era arrestada sin ni siquiera tener pruebas concretas de que intentaban irse del país. Sencillamente por haber hecho un comentario o por haber tenido ciertos planes eran detenidos. Este fue el caso, por ejemplo, de Julián Portales, que había confesado a unos amigos que se quería asilar en una embajada latinoamericana y esos amigos eran informantes de la Seguridad de Estado y lo estimularon para que se acercase a la embajada de Argentina; ni llegó siquiera a la acera donde estaba la embajada; ya estaba detenido antes. Esto fue una de las cosas más terribles que había logrado el castrismo; romper los vínculos amistosos, hacernos desconfiar de nuestros mejores amigos y convertir nuestros mejores amigos en informantes, en policías. Yo ya desconfiaba de muchos de esos amigos. Lo más dramático de todo aquello fue que estas personas fueron víctimas del chantaje y del propio sistema, hasta tal punto que fueron perdiendo su condición humana”. [2]
Esa misma terrorífica atmósfera de miedo y desconfianza, reitero, caracterizó a la sociedad comunista en la ex Unión Soviética “La vida en estado de sitio”[3] engendra en el individuo un sentimiento de miedo y desconfianza también hacia los suyos. Si en otros tiempos los enemigos pudieron ser sus padres o sus hijos, los maridos o las mujeres, resulta perfectamente natural la creencia de que cualquiera era un enemigo potencial o un colaborador secreto de la KGB.
La atmósfera de desconfianza absoluta-conocida en los países de Europa occidental en la época de la ocupación alemana – se impuso en la ex Unión Soviética y de manera bastante más intensa. Como era de esperar, Stalin tradujo mejor que cualquier otro el estado de sospecha total, la atmósfera en que vivían los soviéticos. Jruchov recordaba que el guía, sin razón precisa-y ello sorprendió bastante a los hombres del Politburó –en cierta ocasión declaró de pronto”...Soy un hombre perdido. No tengo fe en nadie”.
Sí, la sociedad civil, esa expresión de la que se burló el señor Miquelena cuando formaba parte del actual régimen de poder “¿Cómo se come eso?, es la que ha impedido la implantación de una dictadura totalitaria en el país, no obstante estos 14 años (1999-2013) de “socialismo bolivariano” en los que todos los poderes nacionales se concentraron en la persona del Presidente de la República, así como la mayoría de las gobernaciones y alcaldías, y el propio órgano rector electoral, llamado con razón “ministerio de las elecciones”.
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Y es que a pesar de la extinción de la separación de poderes, de la ausencia de un Poder Judicial autónomo, de las restricciones a la libertad de expresión y la violación sistemática a los derechos humanos, y a los principios y garantías en general que le dan especificidad al Estado democrático de derecho, el régimen de poder no ha podido, ni podrá, cubanizar al país, vale decir, estatalizar la totalidad de la vida individual y social mediante la absorción de la sociedad por el Estado (“Estado caníbal”).
Ni la debilidad de los partidos de la “oposición democrática”, ni la represión contra el sindicalismo autónomo y democrático, ni los esfuerzos por controlar el sistema educativo, han podido socavar la resistencia social. La sociedad civil en Venezuela sigue viva, está más viva que nunca como lo demuestra la marcha multitudinaria nocturna del lunes 1 de abril en Caracas y otras ciudades del país para denunciar la gravísima situación de inseguridad ciudadana (170.000 homicidios en 14 años), y en apoyo a la alternativa democrática representada en la candidatura de Henrique Capriles para la Presidencia de la República en los comicios del próximo 14 de abril.
Para quienes carecen de memoria y creen que todo está perdido, es necesario recordarles que la resistencia de la sociedad civil se inició hace doce años aproximadamente: movilizaciones masivas; participación en los sucesivos procesos electorales a pesar del evidente, patente y grosero ventajismo del oficialismo; huelgas de hambre; ejercicio de recursos jurídicos contra las leyes y actos gubernamentales, a sabiendas que no darán resultado dada la ausencia de un poder judicial autónomo e imparcial; pronunciamientos de las instituciones académicas y educativas; denuncias por ante los organismos internacionales.
Allí están los gremios profesionales, la Iglesia Católica y su pastoral a favor de la democracia, las libertades, la justicia social, la erradicación de la pobreza, las organizaciones no gubernamentales defensoras de los derechos humanos, los sindicatos autónomos, el movimiento estudiantil, las corajudas madres defendiendo el derecho a la educación no ideologizante para sus hijos, los medios de comunicación que no han agachado la cerviz, las redes sociales. No pudieron con la ley para convertirnos en espías de nuestros vecinos y amigos (“la ley sapo”), no han podido, ni podrán implantar al “Estado docente”, tampoco la lucha de clases a despecho de la predica del odio, el resentimiento y la violencia. Han confiscado fincas productivas, promovido invasiones a la propiedad privada, quebrado empresas, desalentado las inversiones internas y extranjeras, y la iniciativa privada, elaborado listas para excluir a los opositores de la contratación pública y de los créditos de la banca pública, y sin embargo, no han logrado vencer la resistencia.
Continuarán, “por ahora”, los problemas económicos y sociales del pasado democrático, agravados en estos 14 años de “desgobierno”, así como los creados artificiosamente por el régimen para convertirnos en un pueblo temeroso y sumiso, a la espera de las dádivas del poderoso de turno: la escasez de productos alimenticios y medicinales, los apagones cada vez más frecuentes, la inseguridad, el desempleo, la falta de viviendas, el deterioro de la infraestructura vial, etc. Un panorama susceptible de desalentar a cualquier pueblo y sumirlo en la impotencia, la desesperación y la resignación.
Deben entender que eso no ocurrirá, su crasa ignorancia de la historia, como de todo lo relacionado con la gestión del “buen gobierno”, les impide percatarse del hecho histórico, como en algún momento lo señaló el siempre bien recordado Manuel Caballero, de que el pueblo venezolano salió a la calle el 36, luego de la muerte de Gómez, y ya no la abandonará.
Y salió a la calle hambriento de democracia y libertad. No son sólo los 40 años de la mal llamada IV República, pues, al lado del inconsciente colectivo que añora al “cesar democrático”, al enviado de la historia para redimir los males nacionales, factor que contribuyó a la elección de Chávez Frías en 1998 y sus dos reelecciones como Presidente de la República, se halla, desde los propios inicios de la República, en conflicto dialéctico con el culto al “Poder” y al “Poderoso”(caudillismo, mesianismo, militarismo), el ansia de libertad, democracia y progreso, vale decir, una cultura libertaria y democrática (Carrera-Damas). Y esta cultura, expresada en ideas, sentimientos y emociones será la base para la futura reconstrucción del Estado democrático de Derecho y de la convivencia civilizada. Esta es una esperanza compartida por la mayoría del país.
[1] Ryfield, Donald. Stalin y los verdugos. Taurus. Historia. Bogotá. 2004, pp. 288-289
[2] Arenas Reinaldo . Antes que Anochezca. TusQuets, Barcelona, España, 2004. pp. 179-180.
[3] Vid, Heller, Mitchell. El Hombre Nuevo Soviético. Planeta, Barcelona, 1985.