El poeta en el laberinto del poder


in Comunismo, Corrupción, Cuba, Derechos Humanos, El Guión, España, Estado, Henrique Meier, Historia, Ideología, Idiosincrasia, México, Militarismo, Política, Rusia, Totalitarismo, Venezuela / by Editor / on 21/05/2014 at 8:00 PM /

Octavio Paz se resistía a entender que la aplicación del marxismo-leninismo en cualquier sociedad conduce inevitablemente a un sistema totalitario.

“Para los comunistas los otros no existen sino como sujetos que hay que convertir o eliminar”

Henrique Meier / Soberania.org

“La derrota de la democracia significa la perpetuación de la injusticia y de la miseria física y moral, cualquiera que sea el ganador el coronel o el comisario”

Octavio Paz[1]

La crítica al Estado mexicano

Como a no pocos escritores e intelectuales latinoamericanos, al eximio poeta y ensayista Octavio Paz, el poder de origen “revolucionario” lo deslumbró de alguna manera durante mucho tiempo[2]. Es en 1979 cuando en su colección de ensayos titulada el “Ogro Filantrópico”, el “Poeta de la Revolución” (Krause) plantea severas críticas al Estado, especialmente al mejicano. El mismo título de la obra da cuenta de la concepción de Paz respecto del poder estatal mejicano. Un “ogro”, es decir, una entidad gigantesca, grotesca, feroz, intratable, que se alimenta de carne humana, calificación más apropiada para un Estado totalitario[3].

No creo que el Estado mejicano hubiese llegado a esos extremos en la época de Paz, aunque algunos de sus rasgos coincidían con los de los regímenes totalitarios: el exacerbado autoritarismo representado en la figura del “Señor Presidente” (rey sin corona por seis años, en la expresión de Carlos Fuentes); la existencia en la práctica de las relaciones de poder de la unidad Estado-Partido o Partido-Estado, el Partido Institucional de la Revolución mejicana (PRI), cuya hegemonía en el escenario político de México se mantuvo sesenta años de manera ininterrumpida, desde 1929 hasta 1989; y la concentración del poder en la dualidad Presidente-Partido, no obstante la declaratoria formal constitucional de México como “Estado Federal”.

En 1989 el PRI perdió la Gobernación del Estado de Baja California, y luego la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados en 1997 y la del Senado en el 2000. Ese mismo año fue electo Presidente de la República, por primera vez en 71 años de continuismo hegemónico en el sistema presidencialista, un candidato de la oposición: Vicente Fox (2000-2006).

Y lo de “filantrópico” por ser Paz:

“…como la mayoría de los intelectuales- señala Enrique Krause-, testigo y beneficiario de la filantropía estatal. Aparte de su salario en la Secretaria de Relaciones Exteriores, los amigos literatos (Alfonso Reyes como presidente del Colegio de México, y José Luis Martínez como funcionario de Ferrocarriles Mexicanos) apoyaban al poeta con becas que lo ayudaron a escribir sus obras del período: El Arco y La Lira…y la colección de ensayos sobre artistas, escritores y literaturas clásicos y contemporáneos: Las Peras del Olmo”[4].

Según Krause los ensayos de Paz en esa época (década de los 50) son siempre asertivos e informados “…pero, puestos en contexto adolecen de dos problemas: son casi ajenos a la crítica inglesa al marxismo (Russell, Orwell, Popper): adolecen de una marcada tendencia a la abstracción: Les faltaba anclaje”[5].

Sin embargo, la lucidez y honestidad intelectual del poeta le hizo dar un giro drástico al final de la década de los setenta y publicar la ya mencionada obra “El Ogro Filantrópico”. En el prólogo, titulado “Propósito” en la primera edición del libro[6], el poeta advierte que sus reflexiones sobre el Estado carecen de sistematización, y que, en consecuencia, deben ser apreciadas como una invitación a los especialistas para que estudien el tema. Luego de esa aclaratoria de humildad intelectual, el genial ensayista de una vez entra en materia señalando que el Estado mexicano es un caso, “…una variedad de un fenómeno universal y amenazante: el cáncer del estatismo”[7].

Le preocupa que ese “Ogro” vaya a ser el administrador de la inminente e inesperada riqueza petrolera de México[8], y se pregunta sí está preparado para asumir ese reto. Paz, en un gesto de honestidad intelectual que lo enaltece, pues no obstante haber disfrutado durante años de la filantropía estatal, reconoce los antecedentes de dicho “Ogro”: su rapacidad y la venalidad de sus funcionarios.

“El mal viene desde el siglo XVI, -nos dice- y es de origen hispánico. En España se llamaba a la plata de los cohechos y sobornos ‘unto de México’. Pero lo más peligroso -agrega- no es la corrupción sino las tentaciones faraónicas de la alta burocracia, contagiada de la manía planificadora de nuestro siglo”[9].

Y aunque poco inclinado al “liberalismo político” por su creencia, hasta cierto punto ingenua, en la posibilidad de un socialismo con “rostro humano”, Paz reconoce como mayor peligro “…la inexistencia de ese sistema de controles y balanzas que permite a la opinión pública, en otros países, fiscalizar la acción del Estado”[10]. Reconoce, asimismo, que en México (como en el resto de América Latina, diríamos) desde el siglo XVI los funcionarios han visto con desdén (y desprecio, agregaría) a los particulares[11] y han sido insensibles lo mismo a sus críticas que a sus necesidades.

En el párrafo que transcribo a continuación, pareciera que el poeta visualizaba tanto al Estado petrolero mejicano, como al venezolano de estos últimos 15 años:

“¿Cómo evitaremos la proliferación de proyectos gigantescos y ruinosos, hijos de la megalomanía?… Los caprichos de los antiguos príncipes arruinaban a sus naciones pero al menos dejaban palacios y jardines… En los últimos cincuenta años hemos asistido con rabia impotente a la destrucción de nuestra ciudad y de nada nos ha valido ni las críticas ni las quejas”[12].

Paz centra su atención en el carácter patrimonialista del Estado mexicano (acentuado en Venezuela en estos 15 años de régimen Castro-Chavista, hoy Castro-Madurista):

“…en un régimen de ese tipo el jefe del Gobierno- el Príncipe o el Presidente –consideran al Estado como su patrimonio personal. Por tal razón, el cuerpo de los funcionarios y empleados gubernamentales de los ministros a los ujieres y de los magistrados y senadores a los porteros, lejos de constituir una burocracia impersonal, forman una gran familia política, ligada por vínculos de parentesco, amistad, compadrazgo, paisanaje y otros factores de orden personal. El patrimonialismo es la vida privada incrustada en la vida pública… En el interior del Estado mexicano, hay una contradicción enorme y que nadie ha podido ni ha intentado siquiera resolver: el cuerpo de tecnócratas y administradores, la burocracia profesional, comparte los privilegios y los riesgos de la administración pública con los amigos, los familiares y los favoritos de sus Ministros”[13].

El caudillismo Latinoamericano

Otro de los males de México y América Latina en general, asociado al de la privatización del poder del Estado y de sus recursos: el patrimonialismo, es el caudillismo. Paz, en otra de sus obras de ensayos, “Tiempo Nublado”, se remonta a la independencia latinoamericana y vincula a ese proceso histórico con un momento de extrema postración del Imperio español. Esa crisis o postración, como la llama el poeta, se originó en la forma como se llevó a cabo la unificación de España, no por fusión voluntaria de los distintos pueblos de la península, sino mediante una política agresiva de alianzas y anexiones forzadas. Esa crisis precipitada por la invasión napoleónica, fue el inicio de la disgregación de la España unitaria.

De ahí, Paz extrapola la idea de que el movimiento emancipador de las naciones latinoamericanas, salvo Brasil, ha de ser analizado también como un proceso de disgregación. Paz establece una analogía entre la historia hispanoárabe, con sus jeques revoltosos, y muchos de los caudillos militares de la independencia, jefes revolucionarios que se alzaron con las tierras liberadas como si las hubiesen conquistado. Los límites de algunas de las nuevas naciones – expresa Paz- coincidieron con las de los ejércitos liberadores. El resultado de ese proceso fue el surgimiento de la figura del caudillo:

“La dispersión fue una cara de la medalla, la otra, la inestabilidad, las guerras civiles y las dictaduras. A la caída del Imperio español y de su administración, el poder se concentró en dos grupos: el económico en las oligarquías nativas y el político en los militares. Las oligarquías eran impotentes para gobernar en nombre propio. Bajo el régimen español la sociedad civil, lejos de crecer y desarrollarse como en el resto de Occidente, había vivido a la sombra del Estado. La realidad central en nuestros países, como en España, ha sido el sistema patrimonialista. En ese sistema el jefe del gobierno -príncipe o virrey, caudillo o presidente– dirige al Estado y a la nación como una extensión de su patrimonio particular, esto es, como si fuesen su casa”[14].

En el caso de Venezuela, el presidencialismo caudillista tiene su fuente en el pensamiento del propio “Libertador” Simón Bolívar. Al respecto, escribe Diego Bautista Urbaneja:

“Tomemos el caso de la figura del Presidente. Se sabe que la idea de un Ejecutivo fuerte y centralizado es una de las ideas constantes del Libertador. Ahora bien ¿qué relación tiene ella con su concepto de pueblo? En lo general, tiene relación con su idea de que un gobierno excesivamente democrático requiere de un grado de virtud política que supera al que puede esperarse de los pueblos en vías de emancipación. En lo particular, en lo que se refiere al pueblo que se expresaría positivamente en una Presidencia fuerte, la relación es que él, Sucre, Páez, Montilla, Flores, Santander, Soublette, los ocupantes probables de la Presidencia, eran partículas del pueblo, confidentes de la voluntad general, producidas por la guerra. Bolívar quiere sacar fruto republicano del único principio real de poder que ha producido la guerra como tal: el gran caudillo militar”[15] .

Paz establece una diferencia entre la figura del caudillo-presidente en la mayoría de los países latinoamericanos y el presidencialismo mexicano. Llega a esa diferencia al desentrañar la auténtica naturaleza del Partido Institucional de la Revolución (PRI) concebido como una pirámide:

“…a un tiempo realidad tangible y premisa subconsciente -en cuya cúspide se encontraba el Presidente de México… que no era ya el típico caudillo carismático del siglo XIX, sino una figura cuya legitimidad provenía de una fuente externa a su persona. El Presidente era una figura institucional, con poderes casi teocéntricos, como el tlatoani azteca. El país se supeditaba a él -en la estructura política y las vías de ascenso social- piramidalmente. Esa invención política, pensaba Paz, había librado al país de la anarquía y la dictadura, pero en 1968 se había vuelto asfixiante”[16].

Carlos Fuentes, ese otro excelente escritor mexicano, dice por boca de uno de sus personajes de la novela “La Silla del Águila”:

“Los problemas de México vienen de siglos atrás. Nadie ha sido capaz de resolverlos. Pero la gente siempre hará responsable de todo el mal del país al que detenta –y sobre todo al que abandona–el poder. Esta fue mi desgracia. Acaso la culpa no es de uno mismo, sino del cargo. Qué cómodo sería repartir responsabilidades desde el primer día. No es así, no puede ser así. Un Presidente tiene que demostrar desde que se sienta en la Silla del Águila que hay una sola voz en México, la suya. Así se llamaba el emperador azteca, Tlatoani, el Señor de la Gran Voz. Eso nos impone el sitio que ocupamos, la Silla del Águila: ser dueños de la Gran Voz. De la única voz”[17] .

La crítica al “socialismo real”

El poeta, en el ensayo “El Ogro Filantrópico” que lleva el título del libro, critica a la “ideocracia totalitaria” que se impuso en Rusia y en la Unión Soviética después de la Revolución de Octubre de 1917 donde la unión del poder político y del económico no condujo al socialismo[18]. Y expresa que mientras en Rusia el Partido es el verdadero Estado, en México el Estado es el elemento substancial y el Partido (el PRI) es su brazo y su instrumento: “Así, aunque México no es realmente una democracia tampoco es una ideocracia totalitaria”[19].

En otra colección de ensayos publicada en 1983, obra antes citada, el “poeta de la revolución” se deslinda definitivamente del “socialismo real” y arrecia su crítica al comunismo, denuncia su auténtica naturaleza: “…el comunismo no es realmente un partido político sino una orden religiosa animada por una ortodoxia exclusivista. Para los comunistas los otros no existen sino como sujetos que hay que convertir o eliminar”[20].

Sin embargo, sigue añorando la “utopía redentora” “socialista”, defendiendo la concepción originaria de Marx. En ese sentido, hace un esfuerzo intelectual, en mi concepto carente de validez real, entre “dictadura del proletariado” y “dictadura del partido comunista”:

“Marx afirmó lo primero no lo segundo. Según la concepción original de Marx y Engels, durante el periodo de transición hacia el socialismo el poder estaría en manos de los distintos partidos obreros revolucionarios. Pero en los países ‘socialistas’ la minoría comunista, en nombre del proletariado, ejerce una dictadura total sobre todas las clases y grupos sociales, incluido el proletariado mismo”[21].

Paz se resistía a entender que la aplicación del marxismo-leninismo en cualquier sociedad conduce inevitablemente a un sistema totalitario y que la supuesta “dictadura del proletariado” ha sido, y es, como en Cuba desde hace 55 años, “una dictadura sobre el proletariado”, por dos hechos irrebatibles.

Primero, la dictadura no la ejerce el proletariado sino el Partido-Estado o Estado-Partido encarnado en los hermanos Castro y sus socios menores de la “nomenclatura” cubana; segundo, ciertamente después de 55 años de estatización de los medios de producción, de la extinción de la libertad de empresa, trabajo, oficio, arte y profesión, y del derecho de propiedad, el Estado socialista ha proletarizado, léase pauperizado, a la totalidad del pueblo cubano (tal es el concepto de la “igualdad socialista”), salvo, obviamente a los dueños de la Isla (los Castro y los miembros de la “nomenclatura”). Además, es de la índole de toda dictadura, y más la total o totalitaria, su vocación de permanencia indefinida en el poder[22].

Respecto de Cuba, Paz, a diferencia de García Márquez, se distancia en forma definitiva de la “Revolución cubana” al contrastar la crítica de algunos intelectuales de izquierda europeos con relación a la Unión Soviética, con la actitud de “…tantos intelectuales latinoamericanos, que no abren la boca sino para recitar los catecismos redactados en La Habana”[23]. Por cierto, Enrique Krause en su libro, antes citado, dedica un capítulo a García Márquez “La sombra del patriarca” en referencia a la novela del “Gabo” “El Otoño del Patriarca”:

“’Escribo para que mis amigos me quieran’, ha dicho repetidamente. Uno de sus grandes amigos es precisamente Fidel Castro. No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y conveniencia personal al de Fidel Castro y ‘Gabo’. Ya viejo, enfermo y necesitado, Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense que influyó mucho en García Márquez, aceptó los mimos del dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera y aun escribió para él poemas laudatorios. Las razones políticas de Fidel son tan evidentes como las de Estrada Cabrera: se miden en dividendos de legitimidad. Pero a García Márquez, que no tiene los apremios económicos de Darío ¿qué razones lo mueven?”[24].

La respuesta a esa interrogante la encontramos más adelante en el mismo libro. Relata Krause que con ocasión al viaje que hiciera García Márquez a la Unión Soviética en la década de los sesenta como reportero estrella de “El Espectador”, Martin, autor de una biografía del “Gabo” se refiere a “…su extraña fascinación ante la figura embalsamada de Stalin: ‘Es un hombre –escribió García Márquez- de una inteligencia tranquila, un buen amigo, con un cierto sentido del humor […] nada me impresionó más como la fuerza de sus manos…’”[25].

El “buen amigo” fue el responsable del asesinato de unos 500.000 miembros de su propio Partido (el Partido Comunista de la URSS), además de los 15 a 20 millones de rusos, polacos, ucranianos, húngaros, y nacionales de otras naciones anexadas luego del Tratado de Yalta, fallecidos como esclavos en el archipiélago del gulag (sistema de campos de concentración y de exterminio), sin olvidar a los 7 millones de ucranianos sacrificados para elevar la potencia del Estado soviético, a causa de la hambruna provocada por el “padrecito de los pueblos” (“política de Estado”) al dejar sin granos a esa sufrida nación como resultado de su confiscación para exportar las cosechas y obtener divisas para acelerar la industrialización de la Unión Soviética.

Y lo del “cierto sentido del humor”, más bien humor negro o sangriento, es verdad, pues Stalin acostumbraba a invitar a cenar a los miembros del politburó que ya había decidido ejecutar después de tan amable invitación. Algunos se suicidaban al recibir la invitación de ese “buen amigo”.[26]

Otro escritor que rompió de manera radical con la dictadura cubana, y con cualquier otro tipo de régimen autoritario, prescindiendo de su connotación ideológica, es el también Premio Nobel Mario Vargas Llosa. El excelso novelista, al igual que Octavio Páez, se alineó durante un tiempo en la fila de los intelectuales de izquierda y la “utopía socialista”. Pero, tarde o temprano, su lucidez y honestidad intelectual lo llevarían inevitablemente, como ocurrió con Paz, a descubrir la gran “mascarada”, la gran estafa, mentira, farsa y catástrofe política, económica, social, cultural, humana en suma, del siglo XX: las revoluciones socialistas.

Krause, en su libro, antes citado, refiere que uno de los factores de esa ruptura definitiva a comienzos de la década de los 80 fue su amistad con Octavio Paz y el seguimiento puntual de la defensa del liberalismo democrático:

“…tanto en la obra de Paz como en la revista Vuelta, donde colaboraba con frecuencia. Pero a diferencia de Paz –otro converso del socialismo a la democracia liberal-, su crítica al socialismo real no sólo fue de orden estético, ideológico y político sino también económico… Era el umbral de los años ochenta. Había vivido y superado su Kronstadt, pero no permaneció en el limbo, vacío de creencias. Encontró una fe sin grandes promesas ni vuelos utópicos, un método de convivencia democrático. Ese encuentro fue un despertar: le abrió horizontes, le dio una nueva y peculiar claridad sobre el carácter opresivo de los diversos fanatismos de la identidad (nacional, indígena, religiosa, ideológica, política) que plagaron el siglo xx y que, con la complicidad de los demagogos y el apoyo de muchos gobiernos, han sacrificado a pueblos e individuos”[27].

La democratización del régimen de poder mejicano

En su crítica a la estructura piramidal, jerárquica y autoritaria del PRI, a finales de la década de los sesenta, Paz creyó advertir en la petrificación de dicho Partido un paralelo con la URSS. Su conclusión:

“En México no hay más dictadura que la del PRI y no hay más peligro de anarquía que el que provoca la antinatural prolongación de su monopolio político […] Cualquier enmienda o transformación que se intente –apuntó- exige, ante todo y como condición previa, la reforma democrática del régimen”[28] .

Como aclara Krause, Paz se había convertido al reformismo, pero no era liberal, sino un peculiar socialista liberal. La palabra democratización y no democracia, nos dice Krause, figura en sus textos de la época. Paz hizo suya la idea de la democratización del régimen político Mexicano. ¿Qué buscaba expresar con tal vocablo?

Según Krause ante todo libertades plenas, de manifestación, de expresión, de participación y crítica, precisamente las libertades que el México moderno reclamaba, pero que el régimen del PRI había conculcado por más de 30 años y que la rebelión de 1968 había aplastado.

“Paz, significativamente, -expresa Krause- no usa nunca la palabra voto. No se refiere nunca a las elecciones ni siquiera para criticar el control del gobierno sobre ellas. Simplemente no cree en la democracia occidental. Le parece razonable el rechazo de los jóvenes estadounidenses y europeos a la democracia representativa tradicional y al parlamentarismo. No obstante Paz, quiere la ‘democratización': propiciar la pluralidad de expresión política, el debate de ideas, la generación de proyectos alternativos”[29].

La defensa de la democracia

En la paulatina evolución del pensamiento de un hombre profundamente inteligente, formado, reflexivo, crítico y honesto como lo fue Octavio Paz, ya para la década de los ochenta asume abiertamente la defensa de la democracia representativa con las reformas necesarias para deslastrarla de sus vicios y desviaciones.

En “Tiempo Nublado” expresa con propiedad histórica que la democracia en América Latina había llegado tarde, y había sido desfigurada y traicionada una y otra vez. Su crítica asertiva la califica de débil, revoltosa, indecisa, enemiga de si misma (la expresión del escritor francés Jean Francois Revel “el suicidio de las democracias”), fácil a la adulación del demagogo[30], corrompida por el dinero, roída por el favoritismo y el nepotismo. Sin embargo, concluye el poeta:

“…casi todo lo bueno que se ha hecho en América Latina desde hace un siglo y medio, se ha hecho bajo el régimen de la democracia o, como México, hacia la democracia. Falta mucho por hacer. Nuestros países necesitan cambios y reformas, a un tiempo radicales y acordes con la tradición y el genio de cada pueblo. Allí donde se han intentado cambiar las estructuras económicas y sociales desmantelando al mismo tiempo las instituciones democráticas, se ha fortificado la injusticia, a la opresión y a la desigualdad. La causa de los obreros requiere ante todo, libertad de asociación y derecho de huelga: esto es lo primero que le arrebatan sus liberadores”.

Y agrega con su característica clarividencia:

“Sin democracia los cambios son contraproducentes; mejor dicho: no son cambios. En esto la intransigencia es de rigor y hay que repetirlo: los cambios son inseparables de la democracia. Defenderla es defender la posibilidad del cambio, a su vez, sólo los cambios podrán fortalecer a la democracia y lograr que al fin encarne en la vida social. Es una tarea doble e inmensa. No solamente de los latinoamericanos: es un quehacer de todos. La pelea es mundial. Además, es incierta, dudosa. No importa: hay que pelearla”[31].

Esa definitiva conversión al ideario democrático la expresó el poeta en 1985 en un artículo publicado en Vuelta titulado: “El PRI: hora cumplida”[32]. Era, nos dice Krause, su última llamada al sistema para abrirse a la libre competencia en las urnas. A raíz de un escandaloso fraude perpetrado en 1986 por el PRI contra el Partido de Acción Nacional (PAN) en el estado de Chihuahua, Paz accedió a suscribir un documento:

“…que signaron los principales intelectuales de México (incluidos varios de sus antiguos críticos), pidiendo la anulación de la elección. Ese acto fue un catalizador de la transición democrática de México. A partir de él, ya no sólo el PAN sino los partidos de izquierda entendieron que la vía democrática era preferible a la revolucionaria”[33].

Comenta su fiel amigo y colaborador Enrique Krause que en una ceremonia pública de despedida, el poeta volvió por última vez a la imagen del patriarca protector, poderoso y sabio (el abuelo Irineo). Y repitió su metáfora predilecta sobre México como un “país solar”, pero recordó de inmediato la oscuridad de la historia de su amada tierra, la dualidad “luminosa y cruel” que estaba ya en la cosmogonía de los dioses mexicas y que le había obsesionado desde la niñez.

Murió en 1998, tal vez susurrando uno de sus más hermosos poemas “Hermandad”:

“Soy hombre y duro poco

Y es enorme la noche

Pero miro hacia arriba:

Las estrellas escriben.

Sin entender comprendo:

También soy escritura

Y en este mismo instante

Alguien me deletrea”

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Referencias:

[1] Dedico esta breve colaboración para el libro colectivo en homenaje al centenario del natalicio del insigne poeta, ensayista y ser humano, Octavio Paz, a Leopoldo López, hoy preso por luchar para derrotar a la dictadura, a María Corina Machado y Antonio Ledezma, dignos representantes de la Venezuela democrática, a los alcaldes Daniel Ceballos y Enzo Scarano, arbitrariamente destituidos y presos por defender la democracia y la libertad, a Iván Simonovis, a la juez Afiuni, y a todos los hombres y mujeres, jóvenes, adultos, ancianos, venezolanos y extranjeros que se mantienen en activa resistencia contra la neodictadura militarista y corrupta castro-chavista-madurista. Especial dedicatoria, con toda la tristeza que me embarga, a los mártires de la libertad y la democracia asesinados por los esbirros del régimen y a los que han sufrido torturas y agravios por el sólo hecho de defender el derecho a ser libres. [2] Como apunta Enrique Krause, amigo y colaborador intelectual de Octavio Paz, desde niño el poeta conoció las dos caras atávicas del poder y la autoridad: “…Un niño de nueve o diez años, el futuro poeta Octavio Paz, es mudo testigo de las posturas encontradas ‘el mantel huele a pólvora’, recordaría medio siglo después. Y es que aquellos hombres no eran sólo figuras emblemáticas o tutelares. Eran su abuelo Ireneo Paz y su padre Octavio Paz Solórzano. El viejo liberal y el revolucionario zapatista representaban las dos caras atávicas del poder y la autoridad: ‘figura que se bifurca en la dualidad del patriarca y de macho. El patriarca protege, es bueno, poderoso, sabio. El macho (el caudillo) es un hombre terrible, el chingón, el padre que se ha ido, que ha abandonado mujer e hijos’”. En páginas posteriores Krause escribe: “El legado estaba implícito si el patriarca liberal y el caudillo zapatista habían sido revolucionarios, el nieto debía ser más revolucionario que ambos. La aventura comenzó en 1929, a sus 15 años, sumándose a las manifestaciones (y encarcelamientos) de los estudiantes mayores que apoyaban la autonomía universitaria y veían con simpatía la candidatura presidencial de un amigo de su padre, el filósofo y educador José Vasconcelos” (Krause, Enrique. El Poeta y la Revolución. En Redentores. Ideas y Poder en América Latina. Bogotá, 2012, pp. 138 y 154). [3] Al que denomino Estado “caníbal” porque engulle al individuo y la sociedad, extingue todo vestigio de autonomía, o libertad-autonomía de la persona y la autonomía de la sociedad civil; es más, ésta desaparece con la estatización de todas las esferas de la vida social (“Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”, lema del fascismo italiano, autoría de Mussolini, para expresar la ideología del Estado totalitario, adoptada en la práctica por el nacionalsocialismo alemán: Hitler y el partido Nazi, y el bolchevismo soviético: Stalin y el Partido Comunista). [4] Enrique Krause. Redentores. Ideas y poder en América Latina, opus cit, pp. 213-214. [5] IBIDEM. [6] Paz, Octavio. El Ogro Filantrópico. Seix Barral, Biblioteca Breve, España 1979. [7] IBIDEM, p. 9. En la página 85 del libro, Paz afirma: “El Estado del siglo xx se ha revelado como una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas. Un amo sin rostro, desalmado y que obra no como un demonio sino como una máquina. Los teólogos y los moralistas habían concebido al mal como una excepción y una transgresión, una mancha en la universalidad y transparencia del ser. Para la tradición filosófica de Occidente, salvo para las corrientes maniqueas, el mal carecía de sustancia y no podía definirse sino como falta, es decir, como carencia de ser. En sentido estricto no había mal sino malos: excepciones, casos particulares. El Estado del siglo xx invierte la proporción: el mal conquista al fin la universalidad y se presenta con la máscara del ser. Sólo que a medida que crece el mal se imponen los malvados. Ya no son seres de excepción sino espejos de normalidad. Un Hitler, un Stalin, un Himler, o un Yéjov, nos asombran no sólo por sus crímenes sino por su mediocridad. Su insignificancia intelectual confirma el veredicto de Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”. [8] El auge petrolero de México a partir de 1980 provocó que tanto el Presidente de la República del momento, López Portillo, como la mayoría de los mexicanos se ilusionaran con la idea, al igual que en Venezuela, de un país rico “condenado al desarrollo” como algunos políticos y opinadores superficiales pronosticaban respecto de nuestro país antes de la catástrofe económica, social, política, institucional del presente. [9] IBIDEM. [10] IBIEDEM. [11] Y más aún en las dictaduras militaristas como la que han padecido nuestros países, y padecemos en estos momentos los habitantes de esta tierra llamada alguna vez “Tierra de Gracia” que cayó en desgracia hace 15 años con la elección del Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, el militar felón que con otros de su mismo género levantó las armas el 4 de febrero de 1992 contra un gobierno legítimamente democrático, traicionando su juramento de lealtad a la Constitución de 1961 y a su deber de emplear la fuerza únicamente para defender su inviolabilidad y supremacía, la soberanía territorial de la Nación y la estabilidad de las instituciones. El militarismo se basa en una concepción “cuartelaría” de la sociedad, considera al militar como parte de un estamento jerárquicamente superior a la ciudadanía civil, desprecia a la política, a los políticos y a los partidos políticos. Se atribuye una supremacía moral y un concepto del orden que hacen de los militares supuestamente los más “aptos” para gobernar por su pretendida disciplina, voluntad y sentido del orden. El militarismo es por esencia Antipolítico, por tanto, desprecia la dialéctica de la lucha política democrática, el debate y la polémica, el dialogo, la concertación y los pactos. Se exalta desmesuradamente el patriotismo (“patrioterismo”) mediante conmemoraciones de fechas patrias, básicamente batallas de la Guerra de la Independencia, el culto a los héroes militares de la gesta libertadora, especialmente al Libertador Simón Bolívar, desfiles militares para mostrar la disciplina de las fuerzas armadas y su potencial bélico, los himnos bélicos, el cambio de nombres de plazas, parques y avenidas originariamente designadas en homenaje a ilustres civiles por el de “héroes militares”. Y si al militarismo se le agrega el componente ideológico fascista, nazista o marxista leninista, el resultado es un régimen de poder inevitablemente autoritario con vocación totalitaria como el que sufrimos en nuestra querida patria; caracterizado, además por haber convertido los casos de corrupción inherentes a cualquier formación social y política, aun en las sociedades nacionales con mejor índice de transparencia, en un sistema que abarca todos los ámbitos de la vida social, sustituyendo los procedimientos legales por las típicas prácticas de la corrupción: cohecho, soborno, peculado, enriquecimiento ilícito, confiscación de bienes particulares, etc. Hoy en Venezuela impera una neodictadura militarista que podríamos calificar como “corruptocracia”, porque no es que haya casos de corrupción sino que la corrupción es el “sistema”. Ya ni siquiera podría hablarse de República independiente dada la manifiesta injerencia de los sátrapas octogenarios cubanos en los asuntos internos de este desgarrado país. [12] Paz, opus cit, p. 9. [13] Paz, El Ogro Filantrópico, opus cit, pp. 91-92. Vid, sobre este tema el magnífico ensayo del profesor Enrique Viloria Vera “Neopopulismo y Neopatrimonialismo. Chávez y los Mitos Americanos”. Universidad Metropolitana. CELAUP. Caracas, 2004. [14] Paz, Octavio. Tiempo Nublado. Seix Barral, Barcelona, 1983, p. 169. [15] Urbaneja, Diego. Bolívar, el Pueblo y el Poder. Fundación de la Cultura Urbana. Caracas, 2004, p.123. [16] Krause, opus cit. p. 330. [17] Fuentes, Carlos. La Silla del Águila. Alfaguara. México, 2002 p.97. [18] Todavía en ese tiempo Paz creía en la diferencia entre el “socialismo como ideal realizable” y el “socialismo real”, es decir, la catástrofe humana del totalitarismo comunista; en una palabra, consideraba que el régimen soviético no era un verdadero socialismo. [19] Paz, El Ogro Filantrópico, opus cit. p. 91. La ideocracias constituyen el sustento ideológico de los regímenes totalitarios, es la unión de la ideología del Estado y de su potencia fuerza o material. En un artículo de mi autoría, publicado en “Soberanía. org” me refiero a ese tema: “Y es que la ‘dictadura total’ excluye al hombre libre u hombre soberano: el totalitarismo parte del Estado y hace del individuo el ‘Estado subjetivado': ‘Nada fuera del Estado’, ‘Todo dentro del Estado’, ‘Nada contra el Estado’ (el nuevo hombre nacional-socialista o nazista, fascista, comunista); por el contrario, la democracia parte del individuo y hace del Estado ‘el hombre objetivado’. El ‘individuo estatizado’ no es tal, y aunque tenga una individualidad biosíquica, intelectual y espiritualmente carece de autonomía, ha sido objeto de ‘estandarización’, el Estado se ha interiorizado en su mente, vive dentro de él, por tanto, la obediencia incondicional al poder forma parte de creencias impuestas por medio del sistema educativo ideologizado (lo que explica el espionaje y la delación que llevan a cabo los denominados comités de defensa de la revolución en Cuba, desde hace más de 50 años). La obsesión del Estado estaliniano (Unión Soviética 1934-1990), nos dice Pierre Faye es la ‘traición al misterio’, al secreto de Estado, de ahí que mientras: ‘El crimen fundamental en la cuenta del Estado hitleriano será la matanza de los judíos de Europa, entendidos como una raza y una sangre… la paradoja del Estado estaliniano será el destruirse a sí mismo, matando a cerca de medio millón de miembros de su propio ‘aparato’, el de su partido único… La lógica de los círculos del infierno, según Stalin, condujo al Zek a aumentar su número hasta el infinito, porque el desvelamiento del ‘secreto’ y de la ‘traición’ al mismo no tiene fin, como tampoco lo tiene, por su parte, el velo. Ha bastado, sin embargo, con que en el puesto ocupado por el Gen. Sec. alguien abriera un día el expediente para revelar que allí no había secreto, ningún ‘misterio’ que ocultar, sino una maquinaria de Estado homicida, y el abismo de los círculos se ha cerrado en el acto. Esa fue la sorpresa de la ‘transparencia’, del Glasnost, de la Perestroika de la breve era de Gorbachov. Es verdad que, con el secreto y el seudomisterio, la estructura misma de la sociedad entera perdió sus puntos de apoyo y se dislocó en profundidad, para una duración todavía indeterminada. La lógica de la sin razón o desatino del Estado en la versión hitleriana es una figura muy distinta. Ahí ya no se trata de la pretendida traición del ‘secreto’, sino de la pretendida ‘corrupción de la sangre’. Esta lógica supone y exige, pues, por principio una permanente sangría humana. No se exige a las víctimas que confiesen sus crímenes, como se exigió a los acusados de los procesos de Moscú. Basta con que mueran fusiladas, en la horca, por hambre, o, cuando la máquina de muerte se ha industrializado, por el gas”. “Stalin trataba de abolir la soberanía- nos dice Jean Pierre Faye en su obra citada- y de extirparla hasta la raíz de una humanidad finalmente indiferenciada. ‘La subjetividad soberana deja de estar en juego’ y desde entonces ‘se renuncia a la soberanía, que es sustituida por la objetividad del poder’, observaba Bataille ya en 1953. Así ‘en la sociedad soviética’ del estalinismo ‘el escritor o el artista están al servicio de dirigentes que no son soberanos, como ya he dicho, más que en la renuncia de la soberanía’. De ahí se sigue el destierro de ‘el escritor o el artista soberano’ y el que ‘no se admita, en general, más que el arte o la literatura del pasado. Mas claramente aún, en el sentido de Bataille, ‘el poder es la negación de la soberanía’. De la soberanía personal identificada como libertad-autonomía, no de la soberanía estatal concebida en los sistemas totalitarios como poder ilimitado”. [Vid, El reconocimiento, respeto y garantía de las libertades y derechos fundamentales de la persona humana, finalidad prioritaria del Estado democrático de Derecho; Vid, Faye, Jean Pierre. El Siglo de las Ideologías. Ediciones del Serbal. España 1998]. [20] Paz, Octavio. Tiempo Nublado, opus cit p. 22. [21] IBIDEM, p. 23 [22] Salvo, la llamada “dictadura comisoria” de la República romana: la concentración de poderes excepcionales por un periodo máximo de seis meses en un dictador para afrontar graves circunstancias de orden público interno o de guerra externa. [23] Paz, Tiempo Nublado, opus cit, p. 21 [24] Krause, opus cit, pp 363. [25] Krause, opus cit, p. 373. [26] Vid. Donald, Rayfield. Stalin y los Verdugos. Taurus, Colombia. 2004. [27] Krause, opus cit. p. 412. [28] IBIDEM, p. 230. [29] IBIDEM, p. 241. [30] Piénsese en Hugo Chávez Frías. [31] Paz, Tiempo Nublado, opus cit, p. 188. [32] Vid, Krause, opus cit. p. 280. [33] IBIDEM, p. 287.

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